La distancia universitaria

Nos creíamos mejores, pero quizás éramos igual de frágiles (biológica y mentalmente); y estas cosas solo pasaban en tiempos pretéritos y países pobres, pero quizás era lo normal (aunque teníamos el Estado del Bienestar). La crisis del Coronavirus iniciada en 2020 ha demostrado la fragilidad de las sociedades del progreso, afectando a todas las dimensiones de la vida individual y colectiva, material e inmaterialmente.

La universidad damnificada

Y por supuesto también damnificó a la universidad, la cual reaccionaba de manera muy rauda al gran confinamiento decretado por el Estado de alarma. Se adaptó rápidamente a la primera distancia necesaria para evitar los contagios y el colapso del sistema sanitario. La enseñanza se hizo online sin estar pensada para ello a nivel general, con notables esfuerzos y algunas distorsiones. Las videoclases se improvisaron rápidamente (a través de Zoom y Skype) y las aulas virtuales se convirtieron en  plataformas imprescindibles. Meses sin contacto presencial y con miedos lógicos entre profesores y alumnos, que acabaron con la particular desescalada española.

La segunda distancia

Pese a no vencer, con olas sucesivas que vienen y van, tras el verano se abrieron de nuevo las aulas y los despachos. Todo perfectamente desinfectado, ordenado y dispuesto, con amplias medidas de seguridad y estrictos protocolos profilácticos. Llegaba ahora la segunda distancia, entre compañeros y  profesionales con metros que controlar, burbujas que mantener y rotaciones que realizar. Un esfuerzo ante lecciones y exámenes, con logros evidentes: se evitó que los campus y facultades presentara importantes brotes o infecciones masivas, intentado con ello dar un ejemplo social de conciliación entre la vieja y la nueva normalidad. Y la investigación científica universitaria siguió con su labor pionera en sus campos propios. Sobre todo en la búsqueda incesante de soluciones para comprender mejor y actuar aún mejor ante la infección (desde tratamientos directos a las tan deseadas vacunas).

La tercera distancia

Pero encontramos una tercera distancia que no parece irse, como esta enfermedad de la que algunos se reían o que negaban al principio. El mundo universitario se ve afectado, igualmente, por el debate artificial o natural (según el bando que se elija) y a veces con tintes de lucha casi fratricida, entre la salud y la economía, entre protegerse y convivir, entre los unos y los otros; y que es reflejo consecuente del que se manifiesta cada día en la opinión pública y en las disyuntivas políticas. En la universidad también se suceden esas discrepancias (que deberían ser siempre respetables) entre cómo afrontar la crisis grupalmente y cómo adaptarse a la misma personalmente; en especial en los momentos en que los malos datos epidemiológicos se disparan, y ante las restricciones de movimientos y los temores inevitables a contagiar o ser contagiado.

La cuarta distancia

Y existe una cuarta distancia, que la universidad ya comenzó a extender como instrumento valioso: lejanía comunicativa que ayuda a miles de ciudadanos que, por su situación o su lugar, no pueden acceder a la educación superior, o que colabora en la adaptación al universo hegemónico de la Big Tech. Viene para quedarse, nos dicen. Pero aprovechando o aprendiendo de la reacción ante la pandemia, muchos y muchas hablan de lo inevitable de apostar casi totalmente por esta enseñanza telemática. A veces un negocio muy lucrativo.

El signo de los tiempo nos conducía hacia ese modus vivendi tecnológico que crea nativos digitales y, también, adicciones a una pantalla más grande o más pequeña (que casi no se cuestiona). Pero esta separación debería ser solo física o territorial, como opción elegida y no impuesta ni predominante, ya que desde su uso y abuso se puede saturar al docente en la burocracia electrónica, eliminar servicios y puestos laborales ante “máquinas” más eficientes, o reducir recursos públicos conseguidos por la rentabilidad digital; y además alejar a un alumnado que a veces apaga la cámara para que nadie le pregunte o le interpele, que a lo mejor no tiene medios suficientes para conectarse, que se olvida de las rutinas inevitables del mundo real, o que se aburre ante la posible soledad del estudio virtual.

La universidad como comunidad de enseñanza

Porque la universidad es una comunidad de enseñanza que rompe barreras y supera las distancias personales y sociales (o las usa responsablemente). “Comunidad” que no solo puede ser mayoritaria o totalmente virtual, sino que tiene que defenderse como presencial y real de manera prioritaria, con todas las garantías ahora y después de la crisis: donde se socializan jóvenes y no tan jóvenes, encontrando amigos para siempre (e incluso los primeros amores o desengaños);

También en esa comunidad se aprende de verdad a escuchar y a expresarse, entre el miedo escénico y las exposiciones con tiempo limitado; se aprende a convivir con el diferente y en otros entornos; se practica desde el ensayo y el error in situ, y comienzan a aparecer maestros de los que aprender y profesiones a las que dedicarse; o se abre la mente a la primera cosmovisión global más allá de su barrio o pueblo, se cruzan personas con lenguas y culturas distintas (los que vienen y se van con el programa Erasmus). Y mil cosas más, buenas y no tan buenas.

Y “enseñanza” que tampoco puede limitarse a estas tendencias, manteniendo la igualdad de oportunidades entre los que pueden o no pueden venir. Las Tecnologías de la información son necesarias, obviamente, para adaptarse tanto a

  • Esta época transformadora (desde la integración).
  • Como a las exigencias de flexibilidad y reciclaje (que marcan los nuevos modos de producción y consumo, pocas veces realmente sostenibles).

Pero la lección magistral, las prácticas grupales, el debate polémico o el examen presencial, todos cara a cara, nos enseñan y nos adiestran en buena parte del camino cotidiano que encontramos en los hogares (creando nuestra familia) y las empresas (creando nuestro sustento).

El conocimiento al rescate

Estas distancias son necesarias en tiempos “pandémicos”, para salvar vidas vulnerables y salvar la vida universitaria. Pero el miedo se combate con el conocimiento. Las restricciones se deben diseñar desde el mismo, y la enfermedad se superará, como lógico, solo con él. Y aquí la universidad tiene mucho que decir, desde su gestión y, sobre todo, desde su conocimiento.

Desde la Historia o la Literatura aprendemos que no somos tan diferentes del pasado reciente cuando la crisis llega. Las Ciencias naturales y experimentales trabajan muy duro entre recortes y vocaciones, para descubrir la innovación necesaria. La Filosofía nos desvela dimensiones humanas que explican lo que pensamos y hacemos en tiempos convulsos. El Derecho elabora esas normas que tenemos que cumplir para asegurar el orden. La Educación enseña como combinar lo más recurrente y lo más innovador para  la “universalidad” formativa. La Economía se esfuerza en cubrir la demanda y generar puestos de trabajo a corto y largo plazo. La Sociología difunde esos datos y relaciones de las comunidades que sufren transformaciones paulatinas o súbitas. Y, la Informática avanza cada día en soluciones tecnológicas al servicio del usuario.

No somos ni mejores ni inmunes, repito; en la presente Globalización somos diferentes en cómo entender y afrontar una crisis (mejor o peor, según se mire). Y las distancias de ahora, ante esta pandemia, tienen que comprenderse, analizarse y usarse desde ese equilibrio a veces tan complejo, pero tan ineludible, entre tradición y modernidad, como demuestra la Universidad presencial o virtualmente.

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Comentarios
  1. Carmen dice: 10/02/2021 a las 11:12

    Un analisis real y abierto de la pandemia y las secuelas a nivel universitario. Mas allá de esto, veo una necesidad y es que nos incluyais tambien, me refiero a los/as estudiantes universitarios mayores. Somos un gran nucleo y /e igual de perjudicados que el resto. Noto una ausencia en el relato cronologico realizado. Gracias

  2. Maria E dice: 10/02/2021 a las 16:11

    Concuerdo con esta postura .. los aprendizajes que se adquieren en los pasillos de la universidad son insustituibles, crean un espacio de disertación y critica que contribuyen a desarrollar herramientas de análisis, tolerancia, debate y redes sociales de apoyo profesional y amistoso que marcan nuestras vidas

  3. Victoria dice: 10/02/2021 a las 21:24

    Genial

  4. Víctor Zarza dice: 10/02/2021 a las 23:05

    La Universidad comprende un conjunto de saberes y conocimientos que atañen a todas las esferas de la actividad y existencia humanas. Como universitarios, estamos llamados a ofrecer -además de la necesaria adaptación de nuestra labor a las circunstancias, por críticas que estas sean, y lo pueden ser de muchos modos- soluciones desde la reflexión profunda ante los hechos que la historia vaya poniendo en nuestro camino. Las universidades entiendo que poseen el acervo técnico e intelectual más complejo con el que una sociedad pueda contar para afrontar esta tarea. Es parte de nuestra misión, del compromiso que hemos adquirido con nuestros semejantes.

  5. […] que la enseñanza a distancia y con la utilización masiva de las TIC, va a sustituir en parte a la enseñanza presencial. Con […]


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