Docencia y contenidos: un debate pendiente

 “Llega ahora el momento en que la universidad ha de volver a demostrar su fuerza adaptándose y acompañando las transformaciones y retos sociales, culturales, tecnológicos, medioambientales, científicos e institucionales que caracterizan el cambio de época que atravesamos.”

LOSU

¿Están en la agenda la docencia y los contenidos universitarios?

En este excelente blog digital de Universídad, hablamos y debatimos sobre numerosos problemas que tiene la universidad española en este primer cuarto de siglo: el futuro la universidad, la gobernabilidad, la financiación, la investigación, la carrera del profesorado, la internalización, las leyes y los procedimientos de que nos dotamos, etc. Son temas sin duda cruciales, pero hablamos poco de la docencia y de los contenidos que se enseñan en las universidades, siempre reservados, en última instancia, a las tareas y a los conocimientos del profesor cuando se encierra en el aula con sus estudiantes.

Hablamos poco de la docencia y de los contenidos que se enseñan en las universidades.

Los contenidos que explica un profesor determinado los conocemos por las guías docentes de las asignaturas que, juntas, conforman un curso, y la suma de cursos dan como resultado una determinada titulación. Es una docencia que podríamos llamar de “modelo mosaico” o “modelo constructivista”, en que cada profesor enseña su “trocito” del conocimiento. Esta imagen, acaso exagerada, es la que aún perdura en muchas universidades españolas.

Cambios y progreso

El proceso de Bolonia también pretendía modificar desde fuera este modelo docente, introduciendo tres grandes paquetes de contenidos educativos. Aquella reforma venía a decir más o menos lo siguiente: “Señores profesores, formen a los estudiantes en “conocimientos generalistas” en el grado, transmitan “conocimientos especializados” en el posgrado y recuerden que también tienen que formar a los estudiantes en habilidades válidas para toda la vida proporcionándoles “competencias transversales” durante su estancia en la universidad». Algún día deberán analizarse los resultados que se han obtenido con todo esto, porque aquella pretendida claridad en la organización de los estudios ha dado como resultado un mapa confuso de titulaciones, difícil de entender incluso para nosotros mismos.

Dudo que todos los estudiantes que acaban de matricularse de primero sepan, en algunos casos, de qué va la titulación, y mucho menos en qué van a trabajar en el futuro, aunque ello no depende exclusivamente de la universidad.

Hagan si no la prueba con algún joven familiar o conocido que haya comenzado los estudios universitarios estos días y haya elegido alguna titulación diferente a las reconocibles como Derecho, Medicina o Arquitectura, etc. Hay, por ejemplo, en los grados, empezando por los nombres, una especialización excesiva que seguramente proviene no tanto de las necesidades reales de la sociedad, sino más bien de una invasión de la propia investigación de la universidad. Y el problema no acaba aquí porque después, en el “modelo mosaico” de las asignaturas, cada profesor explica “lo suyo”, que en realidad se trata, muchas veces, de los temas más próximos a su tesis, en los cuales sin duda se encuentra más cómodo. Por no hablar de cómo lo explica, lo transmite y lo evalúa.

Según los expertos, a propósito de la lectura de libros, toda asignatura debería complementarse con la lectura de un máximo de cinco libros básicos y no con la extensa bibliografía que a menudo se aconseja a los estudiantes y que casi nadie se lee. Aunque, con el bajo nivel de comprensión lectora que está llegando a la universidad, dejo esta cuestión para otra entrada.

Leer libros en las universidades se va a convertir, a este paso, en arqueología del saber.

¿Qué ocurre con la docencia universitaria?

Todas estas prácticas pedagógicas, aún demasiado extendidas en nuestras universidades públicas –las privadas están poniendo más interés en la docencia–, son fruto, en el fondo, de haber olvidado valorizar la docencia frente a la investigación, que está mucho más regulada desde hace treinta años. Hay un nulo reconocimiento de la labor docente que realizan los profesores en nuestras universidades, aunque se quiera maquillar con la llamada “innovación docente”, debido a la falta de una política de calidad de la docencia rigurosa y efectiva.

Para colmo, hoy en día el creciente desprestigio de la figura del maestro y del profesor en la sociedad española está llegando a la universidad y ello debería remediarse poniendo en valor al profesor y su tare a docente. También – dicho sea de paso– su autoridad está peligrosamente en entredicho, por la falta de una regulación clara y efectiva. Un profesor me decía que no se atreve a decir a sus estudiantes que apaguen el móvil en clase por miedo a que lo insulten o se marchen. Una universidad es buena si hay buenos y sabios profesores, y esto no ha cambiado.

Los profesores deberían ser la verdadera inteligencia humana de confianza para los estudiantes, mientras no llegue el dichoso algoritmo a sustituirlos.

¿Y con los contenidos?

Pero volvamos a los contenidos. En aquellos tiempos de ilusión del proceso de Bolonia, Edgar Morin publicó un libro mítico que llevaba por título Los siete saberes necesarios (1999), que muchos leímos entusiasmados porque abría un debate esencial sobre los contenidos y los conocimientos en la formación y en la educación del futuro. Me permito citar un párrafo del capítulo II, que resume el planteamiento de aquella exposición:

“El conocimiento de los problemas claves del mundo, de las informaciones claves concernientes al mundo, por aleatorio y difícil que sea, debe ser tratado so pena de imperfección cognitiva, más aún cuando el contexto actual de cualquier conocimiento político, económico, antropológico, ecológico… es el mundo mismo. La era planetaria necesita situarlo todo en el contexto y en la complejidad planetaria. El conocimiento del mundo, en tanto que mundo, se vuelve una necesidad intelectual y vital al mismo tiempo. Es el problema universal para todo ciudadano del nuevo milenio: ¿Cómo lograr el acceso a la información sobre el mundo y cómo lograr la posibilidad de articularla y organizarla? ¿Cómo percibir y concebir el contexto, lo global (la relación todo/partes), lo multidimensional, lo complejo? Para articular y organizar los conocimientos y así reconocer y conocer los problemas del mundo, es necesaria una reforma de pensamiento. Ahora bien, esta reforma es paradigmática y no programática: es la pregunta fundamental para la educación ya que tiene que ver con nuestra aptitud para organizar el conocimiento. A este problema universal está enfrentada la educación del futuro porque hay una inadecuación cada vez más amplia, profunda y grave entre nuestros saberes desunidos, divididos y compartimentados, por un lado, y las realidades o los problemas, cada vez más multidisciplinarios, transversales, multidimensionales, transnacionales, globales y planetarios.”

Transcurridos ya casi 24 años, sería conveniente debatir sobre esa tarea tan colosal como es “la reforma del pensamiento” a que nos exhortaba el bueno de Morín, y acaso sea conveniente reflexionar y empezar a enumerar los saberes necesarios que deberían recibir todos nuestros estudiantes y futuros titulados para enfrentarse al mundo en que viven y que van a tener que transformar y mejorar durante el resto de sus vidas.

¿Estamos encarando bien la educación universitaria en este nuevo milenio para que esos nuevos conocimientos y esa preocupación del “todo” se adquieran también cuando el profesor imparte en cada clase su “parte”, su “trocito” del “mosaico”?

El futuro de nuestra Universidad

Ahora es el momento de abordar en nuestras universidades el debate pendiente sobre los temas clave que ya estamos detectando, como son el cambio climático –que ya no es cambio sino urgencia–, la salud del planeta y la necesaria transición ecológica y energética, la defensa de la democracia, la justicia social y el feminismo, la libertad intelectual y la razón científica –tan amenazada por la falsedad imperante en las redes sociales–, la educación en valores éticos y humanistas, la economía sostenible, los pasos para reducir los desequilibrios que condenan a tanta gente a la pobreza más extrema y, sobre todo, la regulación y el control de los desarrollos y de las oportunidades imparables de las TIC, que van a estar presentes en todas las titulaciones. Todos estos temas seguramente configurarán –ya lo están haciendo– un nuevo corpus de conocimientos necesarios y principales que se van a transmitir en las universidades y que, de forma prioritaria, deberíamos priorizar y reordenar de nuevo, tal como lo dice la recientemente aprobada Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU) en su excelente preámbulo, de una manera muy clara y directa.

Todas las universidades españolas abordaran en los próximos meses la reforma de sus estatutos, a raíz de la entrada en vigor de la LOSU, y quedaran en unos meros cambios administrativos si no debatimos estos dos elementos esenciales para el futuro de la educación superior: la revalorización de la docencia y la renovación de los contenidos científicos y educativos necesarios para encarar el futuro.

 

Comentarios
  1. María Rosa Paredes dice: 16/11/2023 a las 20:56

    [«Leer libros en las universidades se va a convertir, a este paso, en arqueología del saber»]. Primero, los felicito por la propuesta, Gracias!
    En segundo lugar, cuando ingresé en el C.U.T. (Centro Universitario Tigre), anexo externo de la Universidad de Morón, un Profesor de 1er. año dijo: » Un Abogado, da 40 materias;; pero, un excelente Abogado, da 40 materias y además lee 40 libros». Y yo, le creí, y lo hice. Le creí con tanta fuerza, que las mismas leyes universales tenían que ir modificando sus algoritmos naturales,y obrar dentro del libre albedrío que nos fuera concedido a nosotros, para sostenerse en el orden preestablecido. Y digo esto, porque mis días tenían más de 24hs, » el sueño de muchos». No lo sabía, pero creo que fue la fuerza que toda verdad trae consigo, la que impulsaron a aquellas palabras.
    Por último, sin importar cuántos diplomas, o títulos, tengan, los docentes y/o profesores, los míos, centraron su excelencia, en algo que tal vez pasa desapercibo para muchos, y tal vez hasta para ellos mismos, «son buenas personas», y esto no se compra, ni se vende. Ellos son valiosos, y su valor se encuentra en que son literalmente»invaluables» por la Calidad de personas que son. Supongo que conocimiento y actos, marcan diferencia en cualquier ámbito, y en cualquier dimensión.
    Creo que, quiénes adquieren conocimientos y los ponen al servicio, poseen la fuerza de la verdad. Saludos Cordiales!

  2. J dice: 16/11/2023 a las 22:11

    Las grandes universidades mundiales imparten sus contenidos por materias específicas muy delimitadas, y las otras habilidades más difusas (como la comunicación, trabajo en equipo, y un largo etcétera) se tratan a menudo de forma transversal entre materias. Por algo será….desestructurar el concepto de materia, y y dar la espalda a la especialización de los propios docentes es inviable en las ciencias o en las ciencias sociales más formales. Simplemente el conocimiento está demasiado especializado, y si alguien quiso hacer otra cosa al lanzar Bolonia, desde luego no entendía el grado de especialización profunda que requiere la docencia de muchas disciplinas. Lo difuso nunca fue viable, más allá tal vez de un par de asignaturas anecdóticas de complemento.

  3. J dice: 16/11/2023 a las 22:13

    Al todo se lleva tras estudiar muy a fondo las partes, y tras un proceso de maduración que lleva años.

  4. Didac dice: 17/11/2023 a las 12:57

    Maria Rosa…que bonito lo qie dices….leer libros y tener buenos profesores y buenas personas….ese ha sido el ideal de la educación desde los griegos…

    Gracias.

  5. Ramón López Martín dice: 20/11/2023 a las 09:38

    Mi más cordial enhorabuena, prof. D. Martínez, por la excelente reflexión realizada; clara, concreta y que da en el clavo de uno de los desafíos de futuro de nuestras universidades: la adaptación de la construcción de los saberes a las realidades cambiantes del mundo en el que vivimos y la ineludible revalorización de la docencia y de la figura del docente. Si usted (tu) me lo permites, me gustaría utilizar tu escrito como arranque para la profundización de la reflexión en este mismo blog. Un abrazo


¿Y tú qué opinas?