Superhéroes universitarios ¿realidad o ficción?
Entre la ficción social y la realidad académica.
Sabemos que las grandes expectativas pueden generar frustraciones de igual tamaño. Esto es una realidad que afecta sobre manera al tiempo hipercompetitivo, real o simbólicamente, en el que vivimos. Se evidencia de manera perfecta en el mundo universitario, cúspide educativa y vital para buena parte de la sociedad. Y su depresión asociada, y posible, también llega a cada uno de sus estamentos.
Todos conocemos el éxito que se promete conseguir con facilidad, según vende la publicidad o narran muchas series, y que impregna las decisiones de una simple familia o de una enorme organización. En el caso de las universidades, es muy fácil comprobarlo en la prensa y en las redes. Centros que reclaman más dinero para realizar sus funciones y cumplir con objetivos cada vez más ambiciosos; profesores frustrados por carreras complicadas, exigencias crecientes y alumnado poco académico y menos implicado; y estudiantes que dejan aulas más medio vacías que medio llenas, entre la atracción de lo virtual, las profetizadas malas salidas profesionales o la falta de innovación del que les enseña.
Ser parte de la comunidad universitaria, dar clase en sus campus o conseguir la ansiada titulación es, o era, símbolo de prestigio social, de estatus cultural o de inserción laboral.
Significa, o significaba, a modo de metáfora cuasi antropológica o sociológica, convertirse en una especie de superhéroe de la Modernidad para familiares, amigos o vecinos. Pero en la actual Posmodernidad, no sabremos si esos referentes de un tiempo y un lugar ya han dado paso a otros ídolos a los que seguir o en los que convertirse. Esto les exige, reinventarse con interminables adaptaciones e innovaciones para cumplir las expectativas, aún presentes, de los protagonistas del proceso conjunto de gestión, enseñanza y aprendizaje en el universo universitario.
Superuniversidades
Mostrar a la sociedad que merecen los recursos que reciben, captar talento extranjero pese a limitaciones de sueldos o de ubicaciones geográficas, llegar a los principales rankings internacionales, evitar la fuga de alumnos y saber publicitarse para seguir captando de dentro y de fuera, fomentar la innovación y asumir los objetivos del Desarrollo Humano Sostenible, adaptarse a las transformaciones sociales en sus facultades y en sus títulos, competir con centros vecinos o privados, ligarse al mundo de la empresa de su entorno o llegar a poder transformarlo, conseguir suficientes prácticas o aumentarlas a gusto del cliente, que ya usuario no parece. Retos y más retos que hay que afrontar sin morir, de éxito o de fracaso, en el intento.
Se habla, a veces sin fundamento, de las organizaciones superuniversitarias que, queriendo ser lo que no pueden llegar a ser, olvidan el lugar donde radican, los recursos humanos que poseen y la función social propia que puede enriquecer a su contexto de referencia y de pertenencia.
A veces Harvard o Yale son enemigos a los que no se pueden superar, y por momentos generar comunidad puede ser más importante que obligar a citar y a que nos citen. Aunque, como es obvio, no se puede olvidar quién manda en la globalización académica y qué hay que hacer para aguantar en la carrera reputacional en ella. Porque las ucronías y utopías no tienen cabida, sino solo la certeza de los indicadores supuestamente neutrales y objetivos, para los unos y para los otros. Hay que comprender dónde estamos, y, por ello, como señalan hace poco en otra entrada, se puede aprovechar “la gran oportunidad que pueden tener nuestras universidades con movimientos estratégicos como el de las Alianzas de las Universidades Europeas o los Campus de Excelencia Internacional” ante la realidad cuantitativa o cualitativa oficial que es la que es:
“un aspecto relativamente preocupante es que son muchas las universidades españolas que han perdido posiciones en ARWU 2023 respecto de 2018 o 2022″ Ya hemos repetido a menudo que España no es líder en las primeras posiciones del ranking de Shanghái. Su fortaleza consiste en mantener un número alto de universidades en el Top 1.000”.
Superprofesores
No solo deben saber perfectamente de sus materias, teórica y prácticamente, acreditados por la Aneca, por las agencias evaluadoras regionales o por los sistemas de calidad internos de las propias universidades. También tienen que realizar labores de gestión, cursos de formación continua, hacer innovación y transferir sin pausa, aprender a comunicar, y hasta preparar la fotocopias del examen. Pero no solo eso. Además, el docente posmoderno debe ser bien valorado por las encuestas de satisfacción del alumnado, empezar a ser bilingüe o trilingüe, publicar en revistas de impacto mundial, conseguir patentes y contratos, asistir a mil y una reuniones, llevarse muy bien con alumnos, evitar el fracaso o el abandono de los mismos, captar su atención y divertirles para que vengan a clase o no se aburran, aprender sobre tolerancia y diversidad, intentar no ofender y ser políticamente correcto, y gestionar sus emociones y las de los más jóvenes.
Intentar enseñar y lograr investigar a la vez. Ni más ni menos. Aunque no todos pueden llegar a ser esos superprofesores al son de las exigencias crecientes. Porque por el camino hacia la excelencia formal marcada, muchos pueden intentar evadirse en su despacho ante ese ímpetu de actualización permanente, olvidar el impacto real de su trabajo en el entorno, abrir esos mensajes que consiguen que pagues para publicar donde se debe, abandonar las funciones reales de transmisión de un conocimiento constructivo, personal o colectivo, o cumplir con el expediente sin saber muchas veces cómo lograr que el saber, teórico o práctico llegue a quien está aprendiendo más en otras esferas de la comunicación de masas. Porque, aunque la docencia cuente poco y resalte aún menos, el objeto de todo el sistema siempre es, y debiera ser sin ningún género de dudas, un universitario igual de abrumado y transformado que los docentes, y que necesita de mentores que puedan adaptarse, cercana y realistamente, a lo que sientan y padezcan como alumnos del presente y profesionales del futuro. No hay que olvidar que una vez estuvimos en su misma tesitura, mutatis mutandis, y no hace mucho. Como señalaba Martín Carrasco recientemente en el blog:
“las habilidades comunicativas son vitales en nuestra sociedad actual y desempeñan un papel fundamental en muchos ámbitos, dentro y fuera de la Universidad. A pesar de su importancia, la Universidad española enfrenta desafíos para adecuar su formación para los estudiantes en este campo”.
Superalumnos
Deben tener cultura general o aprender en los años universitarios lo que escuelas, padres o medios no han hecho; aguantar las quejas de los profesores por esas lagunas previas o por sus particulares actitudes posmodernas; aprender idiomas de manera acelerada e irse cómo sea a sumergirse en los idiomas nativos; hacer todas las prácticas que puedan para conseguir el requisito de la experiencia prelaboral; memorizar cosas que nunca van a saber usar, o no hacerlo aunque sea necesario saberlas para utilizar los conceptos y teorías básicas que nos le dejen en ridículo; venir a clase aunque no sea obligatorio y mostrar interés para evitar la depresión del docente y el malgasto de recursos; dominar lo antes posible las mayores innovaciones tecnológicas, y seguir formándose sine die si hace falta; y aprovechar vitalmente los mejores cuatro o cinco años de su vida. Una nómina de exigencias que podía continuar casi hasta el infinito, perfectamente.
Aunque la exigencia de un alumnado superuniversitario ya comienza antes de que desembarquen en el campus correspondiente. Pese a la dudosa vocación o las anunciadas pocas salidas, hay que ser universitario a toda costa por obligación sociocultural y familiar o por vendible estrategia comunitaria, despreciando otros caminos que podrían ser igual de enriquecedores, válidos y prestigiosos, desde la formación profesional hasta opciones diversas de emprendimiento. Tener un título pesa todavía más que, en ocasiones, qué se estudia y para qué se estudia.
¿Nuevos jóvenes y viejas instituciones? ¿realidades emergentes y profesores desactualizados? ¿alumnos que saben mucho y profesores que saben poco? Dialécticas omnipresentes en quejas del alumnado y en ciertos medios. ¿Y tienen razón? La tengan o no en las tertulias entre docentes o en los programas de reciclaje pedagógico, se debe escuchar siempre a la razón de ser de todo el proceso, para instituciones y profesores. Para Charo Sádaba:
“en el camino también entenderemos que a veces nuestras posiciones sobre las cosas, sobre todo aquellas en las que entramos en conflicto con los estudiantes, también son fruto de nuestro propio marco social e histórico y que, por tanto, pueden cambiar”.
Superuniversitarios
Los héroes se pueden llegar a convertir en villanos. Solo hace falta un cambio en la forma de pensar y de vivir, con su correspondiente mutación de valores e ideales, ante la necesidad imperante o las oportunidades recién creadas.
Antes podían ser los sacrosantos referentes a los que seguir, y después ser los inútiles responsables de muchos males que azotan a la sociedad. En la universidad lo sabemos muy bien. Maestros y sabios dejan de serlo por rutinas propias o ajenas; sesiones magistrales que antes eran la puesta de largo del conocimiento, en vivo y en directo, y que ahora parecen el objetivo que evitar para bastantes que se aburren sin luces y colores; la sabiduría desaparece de la biblioteca para residir en enciclopedias virtuales sin ningún control; el conocimiento es más fácil y atractivo en diez minutos bajo la plataforma digital que en varias horas de clases; los referentes culturales pasan de un precioso libro impreso al canal viral más zafio posible; y el debate evoluciona desde el conocimiento preciso de la razón a la mera opinión de la voluntad.
El cambio es evidente, y cada vez es más rápido. Pero sí hay superhéroes que levantan la persiana de su negocio cada día, que llevan el pan a su familia, que ayudan a los más necesitados, en nuestro caso también los hay que siguen haciendo de la universidad un espacio de libertad y de adaptación, pese a mil y unas adversidades, con toda normalidad. A lo mejor no solo hay que sobrevivir en los despachos, en las aulas y en las redes a esa hipercompetencia del capitalismo llamado “de nueva generación” (inclusivo, tolerante, pero igualmente despiadado en busca del lógico beneficio) que también afecta al mayor nivel de la educación superior.
A veces la burocracia, las quejas o los indicadores no los muestran. Pero existen, y están entre nosotros.
Superuniversitarios comprometidos, en España y en otros países, que muestran cada día cómo pueden convivir lo viejo y lo nuevo de la manera más equilibrada, manteniendo en la medida de lo posible la sostenibilidad de los centros, la estabilidad del profesorado y la ilusión del alumnado. Hay que aprender de ellos, pese a que no tengan titulares o post.
Los vemos cada día, quizás estén a nuestro lado, aunque a veces pasen desapercibidos.
Brillante entrada del profesor de la Universidad de Murcia Sergio Fernández, firma desde 2019 de nuestro blog universídad. Expone con claridad y critica con cierto sarcasmo el universo universitario donde existen superuniversidades, superprofesores, superalumnos y, en definitiva, sí, superhéroes universitarios!
Bravo, Prof. Fernández. Soy Directora de Departamento y nunca he encontrado el nivel de agotamiento y cierto desánimo que en julio de 2023, con docentesven la cuarentena que ya se querrían jubilar. El ruido de las exigencias -muchas superficiales- hacen perder el foco de lo importante: el profesorado de las universidades públicas es gente de talento, con unos CVs que en nada tienen que envidiar a los de colegas internacionales y que, a diferencia de ellos, hacen también tareas administrativas de nivel C y D, sin perder sus obligaciones docentes e investigadoras competitivas
Magistral entrada, llena de reflexión profunda y crítica del actual sistema.
Como ex-alumno cada vez me preocupa mas el sistema universitario actual, más en estos momentos con la llegada de la IA, el aprendizaje online y esta profunda digitalización de todo el conocimiento.
A parte, la universidad en sí se ve tensionada entre la «utilidad real» y lo que es un «mero trámite o formalismo», agravada con factores como la desmotivación, los secretos a voces que todos saben, la indiferencia, el desinterés, la falta de implicación en algo más allá de los egoismo académicos personales, etc.
Creo que debemos reflexionar sobre qué es la universidad, qué nos aporta personalmente, cómo nos forma y qué huella deja sobre nosotros en nuestra futura vida personal y laboral. Creo que nuestro sistema está en crisis y hay que replantearse muchas cosas sobre el aprendizaje, la evaluación y el significado del paso de uno mismo por la Universidad.
He disfrutad mucho leyendo tu artículo ¡Gracias!
Entre el entusiasmo de compartir está valiosa descripción de la universidad actual, la tristeza de reconocer que no son tantos los que están sensibilizados con esta realidad que coloca a la docencia al final de las prioridades e identificándome con la idea de que el desapego, el egocentrismo y la falta de arraigo con la institución crea decepción, cuando no frustración, me quedo con un cierre de jornada en la que renuevo el espíritu de compromiso gracias a esta magnifica reflexión.
El desprestigio de ser maestro o profesor en secundaria y bachillerato está entrando en la universidad. Hay una falta de reconocimiento social y también de la propia universidad que solo valora la investigación y no la docencia.
Muy buena entrada Sergio.
[…] nuevo, ya lo dijo hace poco Sergio Fernández en su artículo hablando de la nueva exigencia de superhéroes en las […]
[…] colmo, hoy en día el creciente desprestigio de la figura del maestro y del profesor en la sociedad española está lle… y ello debería remediarse poniendo en valor al profesor y su tare a docente. También – dicho […]