¿Es posible mejorar más en los rankings globales universitarios?
Desde hace más de una década sigo los rankings globales universitarios y me atrevería a definirme como una apasionada de los mismos desde que salió el más conocido, el llamado ranking de Shangai en 2003. Considero que, además de un tema apasionante para muchos expertos en universidades, hoy en día se ha convertido en un asunto muy mediático y del máximo interés para los líderes universitarios y la comunidad universitaria, en general, y ha pasado a estar en primera línea de la agenda política de un grupo cada vez mayor de países y áreas de influencia.
De hecho, en la actualidad podemos afirmar sin rubor que está revolucionando el mundo de la educación superior y está configurando lo que se ha convenido en denominar el “mercado global” de la educación superior.
La Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas ha organizado hace unos días un Seminario con el sugerente título de “Ten en cuenta los rankings, nos están diciendo algo” y, sin duda, no puedo estar más de acuerdo con esta afirmación. Tuve la ocasión de compartir mesa con un elenco de ponentes entre los que se encontraban Tia Loukkola, Directora de Desarrollo Institucional de la European University Association (EUA), Félix Moya Anegón, director del Scimago Research Group, Xavier Grau i Vidal, Ex Rector de la Universitat Rovira i Virgili (2006-2014) y Elías Sanz-Casado, Director del Instituto interuniversitario de Investigación Avanzada sobre Evaluación de la Ciencia y la Universidad (INAECU). Tras las distintas intervenciones y la mesa redonda, como no puede ser de otra manera cuando se habla de rankings, se abrió un intenso debate entre los más de 170 participantes. Se alcanzó un consenso generalizado en torno al lema “siempre más, siempre mejor”, es decir, que cada vez que una institución logre un ascenso en cualquiera de los rankings que conforman el panorama mundial, la universidad española estará de enhorabuena.
Sin embargo, volver a estudiar -como todos los años, por otra parte, en las ediciones de otoño- la posición de las universidades españolas en los rankings de universidades del mundo, los tres globales más importantes e influyentes (Academic Ranking of World Universities, Times Higher Education World University Rankings y Quacqarelli-Symonds Rankings) así como en los rankings de investigación más utilizados y acreditados (National Taiwan University Ranking, CWTS Leiden Ranking y Scimago Institutions Ranking) me ha permitido observar con detenimiento los cambios producidos a nivel de sistema y a nivel de instituciones.
En mi intervención, pretendí provocar una reflexión entre los asistentes como consecuencia de dos preguntas lanzadas al aire y que formulé así: ¿tenemos universidades de rango mundial (World-Class Universities)? Y, por ende, ¿podemos hablar de un sistema universitario español de rango mundial (Spanish World-Class System)?
En el ámbito mundial, existen muchos rankings globales que ofrecen análisis a nivel institucional. Si empezamos por el primero, el ARWU o ranking de Shangai, las universidades españolas por debajo del Top-500 han ido aumentando en número: 9 en el periodo 2004-2008; 10 desde 2009 a 2013; 12 en la edición de 2014 y 13 en la última edición correspondiente a 2015. Además, la posición de nuestras universidades más potentes en investigación y transferencia (Top 800 en los tres rankings analizados –ARWU, THE y QS-) supone ya la no desdeñable cifra de 25 universidades. Lo mismo ocurre cuando nos concentramos en las 750 primeras posiciones de los rankings de investigación –HEEACT, Leiden y Scimago-, donde volvemos a lograr colocar 19 universidades españolas, 18 públicas y la Universidad de Navarra. Por tanto, un éxito compartido de muchas de nuestras instituciones que consiguen ser relevantes, especialmente en términos de su producción científica y de impacto.
Sin embargo, aunque los rankings globales no están hechos para medir sistemas universitarios sino instituciones, se están empezando a utilizar masivamente por los expertos como proxies de la excelencia de los sistemas nacionales. Si tenemos en cuenta los últimos datos del ARWU 2015 en relación a las 500 mejores universidades del mundo, España ocupa la octava posición en relación al número de instituciones posicionadas en el Top-500, siendo Estados Unidos el país que ocupa la primera posición con 146 instituciones de educación superior, seguido muy de lejos por China, Alemania y Reino Unido, con 44, 39 y 37 universidades, respectivamente. Casualmente, en esta edición de 2015 para las 800 mejores universidades que clasifica el THE ranking, España vuelve a ocupar la octava posición. Si bien, en este caso, detrás de la gran potencia universitaria de Estados Unidos con 147 universidades, la ordenación por países es algo diferente destacando en una segunda posición Reino Unido con 78 instituciones de educación superior, seguida de Japón, China y Alemania, con 41, 37 y 37 instituciones, respectivamente. Ahora bien, no sólo importa la cantidad, sino también la calidad. Aunque las metodologías son bien distintas y el THE ranking pondera entre sus indicadores encuestas realizadas a académicos y empleadores, como queda patente gráficamente, la ordenación por países es bien distinta, lo que refleja que los intereses económicos y comerciales son también muy diferentes.
Partiendo de este simple diagnóstico, es decir, que somos la octava potencia mundial en dos de los rankings globales más prestigiosos, las previsiones de que superemos esa posición o de que alguna de nuestras universidades ocupe una posición destacada entre las 100 mejores del mundo no son nada alentadoras. Como el profesor Sanz remarcó en su intervención, las mejores universidades del mundo cuentan con abundantes premios nobel entre sus académicos y también entre sus Alumni y, sobre todo, manejan unos presupuestos por personal docente e investigador o por alumno muy elevados, en relación con cualquiera de las universidades españolas, incluidas las de mayor tamaño.
Entre las razones que me llevan a pensar que poco o nada va a cambiar, me gustaría destacar tres: la primera es que cada vez hay más universidades que pueden ser competidoras “potenciales” de las españolas -no hace falta nada más que observar el último dato del QS 50 under 50 donde las tres primeras posiciones las ocupan tres jóvenes universidades politécnicas asiáticas-; la segunda es que cada vez hay más consultoras o más hacedores de rankings, que si bien permiten que haya más clasificaciones en las que puedan aparecer nuestras universidades, apenas se producen variaciones en el Top-100; y, tercera, cada vez hay más productos que interesa medir en el “mercado global” de la educación superior, esto es, cada vez hay más dimensiones susceptibles de ser “rankeadas” –empleabilidad, internacionalización, contribución al desarrollo, etc.- y más productos desagregados -por áreas de conocimiento, por disciplinas, según la edad de las universidades, según la región o área de influencia, etc.-
Ante este panorama mundial tan competitivo, ¿cuál es el reto de España en educación universitaria a nivel de instituciones? Quizás, la contestación a esta pregunta, que se deriva de la gran desagregación que se ha producido en el “mercado global” venga de la mano de una meditada especialización y diferenciación de cada una de nuestras instituciones.
Cada universidad debe especializarse en lo que sabe hacer mejor y, en consecuencia, debe aplicar sus propias tácticas y estrategias desde una perspectiva institucional.
No sabemos cuánto de lejos están algunas de nuestras instituciones por llegar a ser universidades de rango mundial (o World-Class Universities) pero tampoco estamos en condiciones de asegurar que tenemos un Sistema Universitario Español de Rango Mundial (o Spanish World-Class System). Por tanto, la segunda pregunta, pero no por ello menos importante es: ¿cuál es el reto de España en educación universitaria a nivel de sistema? Sin duda, la respuesta volvería a pasar por identificar las potencialidades de cada universidad y fomentar la diferenciación según sus preferencias desde la perspectiva de las políticas públicas. En concreto, las decisiones en materia de financiación universitaria podrían atender la tipología de universidades y diferenciar en función del perfil de cada institución a través de diferentes fórmulas, como por ejemplo, los contratos-programa.
No obstante, a nivel de sistema, siempre se va a plantear un gran dilema, como ha ocurrido en sistemas universitarios con la misma concepción de la universidad, como el francés o el alemán: ¿qué queremos hacer, mantener un sistema un sistema horizontal (para conseguir que las universidades sean relativamente semejantes) o impulsar un sistema con diferenciación vertical (introducir diferencias en la evaluación y financiación entre ellas)?
En clave de futuro, es evidente que no todas las universidades del mundo pueden aspirar al Top-20. Ser Harvard o el MIT en Estados Unidos, Cambridge u Oxford en Europa, es evidentemente imposible, incluso para Japón, China, Alemania o Francia. En concreto, estamos hablando de universidades con una gran atracción y concentración de talento y con unos niveles de recursos en investigación y ciencia (gasto en I+D+i) incluso superiores a los de sistemas universitarios de países pequeños. No todas las universidades del mundo son “multinacionales”, con potentes estrategias de fundraising y fuerte nivel de internacionalización (campus en los países más influyentes del mundo), pero cuando se analizan las 100 primeras posiciones en los rankings globales, se descubre que es así.
Además, los países mejor posicionados son los sistemas que tienen universidades muy diferentes entre sí. Cuanto más jerárquico sea el sistema universitario de un país, más universidades salen en los puestos altos de los rankings, como es el caso de Estados Unidos. Además, y como también argumenté en el debate del Seminario, tienen más universidades en proporción con baja calidad (muy por debajo del Top-500), aspecto que no detectan los rankings globales.
Por nuestra idiosincrasia, el caso español presenta un sistema muy homogéneo y poco jerarquizado, lo que le permite “meter” un porcentaje importante en los Top-500, aunque no en las primeras posiciones, como ocurre con otros países europeos mejor posicionados que España, como Alemania y Francia. Ante esta situación, cabe preguntarse ¿qué es lo que interesa como país?
Si interesa un sistema de calidad, se buscará equilibrar entre todas las universidades, las buenas en investigación, las buenas en docencia, las buenas en transferencia de tecnología; si interesan los buques insignia, se deberá concentrar la alta investigación y los recursos en un número muy reducido de universidades.
En un breve artículo del último Informe CYD publicado en 2015, un grupo de expertos de distintas universidades, Elías Sanz (UC3M), José Mª Gómez-Sancho (UNIZAR), Fernando Casani (UAM), Andres Mellado (UC3M), José Manuel Pastor (UV) y yo misma, concluíamos así:
“Independientemente de las estrategias que pongan en marcha las universidades para mejorar sus posiciones en los distintos rankings, puesto que cada uno es diferente, nuestro país debe ser capaz de desarrollar políticas públicas capaces de impulsar un sistema de educación superior integral junto con un sistema de ciencia y tecnología que ayude a las mejores universidades españolas a posicionarse en el panorama mundial”.
Más que como experta, como profesora e investigadora en temas de políticas y gestión pública, sigo ratificando esta aseveración.
[…] variedad de rankings globales de universidades es amplia y diversa. Se pueden distinguir los rankings puramente bibliométricos (ej. ARWU, Leiden […]
[…] Los problemas a los que alude Víctor Gómez Frías existen, no hay duda, aunque no están bien cuantificados en ningún sitio, y suele olvidarse que las universidades públicas españolas están en su gran mayoría en el mejor 10% mundial. En el mundo hay algo más de 10.000 universidades y casi todas las españolas están entre las 1.000… […]
[…] Ranking of Sport Science Schools and Departments producido por el ranking de Shangai, pero en los rankings globales no suele ni aparecer. El motivo es que es una universidad centrada en aspectos […]