Hacia una academia consciente
La búsqueda de un sentido en la academia
La cruda historia vivida y descrita en primera persona por el psiquiatra Victor Frankl en los campos de concentración nazi es un testimonio insólito. Un feroz alegato a la libertad interior que nos recuerda el extraordinario potencial que tiene el ser humano; incluso en una situación física y mentalmente extrema. El hombre en busca de sentido, quizás la obra literaria más conocida de Frankl, pone de manifiesto que el verdadero libre albedrío que posee el ser humano es la actitud que sostiene a la hora de enfrentar cualquier fenómeno existencial.
Cuando la persona lo ha perdido absolutamente todo, incluso el deseo de seguir con vida, la única variable bajo su control es la actitud con la que afronta sus circunstancias.
La actitud que una persona toma ante la vida se relaciona estrechamente con el sentido que encuentra en su experiencia. Su testimonio nos ha servido de inspiración para tratar de encontrar similitudes con la senda que deben atravesar los estudiantes y los docentes en el marco de la universidad.
“Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre un cómo.” Niestzche
El sentido del proceso universitario
En esta ocasión ha surgido en nosotros la reflexión sobre el sentido del proceso universitario. Históricamente se ha centrado esencialmente en el desarrollo del ser humano como pensador racional. Este proceso ha sido ideado para el mejoramiento de una serie de talentos específicos y la adquisición de un conjunto de competencias que los universitarios deben interiorizar y absorber. Todo ello con el fin de que se genere un perfil orientado hacia la especialización profesional, con actitudes y aptitudes propias de cada una de las áreas de estudio en las que se concentra.
El sentido del proceso universitario no es único. Cada persona puede tener su “para qué” asociado a la manera en que experimenta el proceso.
Sin embargo, como en la vida misma, hay ciertos puntos del proceso donde merece la pena preguntarnos: ¿cuál es el sentido de lo que estoy haciendo? Y aún más, ¿desde dónde lo estoy haciendo? Si somos conscientes de ello, en la vida podemos elegir en todo lo que llevamos a cabo ese “desde dónde”. El proceso académico se puede vivir desde la resistencia; esto es, como si se tratara de una montaña empinada que se debe escalar aguantando con fuerza, dejándonos llevar por cada movimiento que el miedo nos indica que tenemos que hacer, en una suerte de vida o muerte. Pero también es posible navegarlo desde la alegría y la aceptación por cada nuevo avance, viendo todo como una gran oportunidad para transformarnos, expandirnos y purificar nuestra consciencia de la existencia.
Competencia y necesidad de protección
Cuando caminamos por la vida académica con resistencia comienzan a surgir emociones con mucha densidad. Nace la idea de que hay que protegerse, luchar por salvaguardar nuestras ideas que, en última instancia, reflejan la necesidad de sentir que nuestro auctóritas es invulnerable. De esta forma, surge el estrés y la angustia por el porvenir; se siente como si el futuro fuese turbio y peligroso.
El mundo de las ideas es realmente fascinante. En ese universo hay infinita genialidad, pero tal vez las trampas del ego nos han llevado a poner el foco en la competitividad y en la propiedad de las ideas. En ese sentido, en nuestra propia experiencia personal y docente han surgido varias cuestiones que nos invitan a la reflexión:
¿las ideas realmente nos pertenecen a título individual? ¿genuinamente creemos que algo que “se nos ocurrió” a nosotros no se le podría haber ocurrido a nadie más en la faz de la tierra? ¿Y si tan solo fuésemos el medio a través del cual las ideas surgen y se materializan en el mundo? Implicaría que las ideas no son «mías», entonces ¿quién soy yo sin esas ideas y sistemas de creencias con las que me he identificado por tanto tiempo? Y, aún más, ¿qué sentido tendría la academia y mi paso por ella si nada de eso soy yo?
“No importa lo que esperemos de la vida, sino lo que la vida espera de nosotros”. (Frankl)
Un descubrimiento experiencial
Fruto de su trascendental experiencia en los campos de concentración, Frankl nos dejó una frase que hace tambalear los cimientos del pensamiento humano, especialmente en el mundo occidental: “No importa lo que esperemos de la vida, sino lo que la vida espera de nosotros”. Y es que cuando somos capaces de prestar mucha atención, pareciera como si la vida nos estuviese susurrando lo que “espera” de nosotros. Este descubrimiento experiencial apunta al conocido lema del oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Descubre quién (o más bien qué) eres, tu esencia, tu Ser. Busca tu sentido, sigue tu intuición y no tanto tu mente racional. Transfórmate y entrégate sin oposición al sentido que la Vida ha diseñado para ti, no al sentido que la propia sociedad (o tu mente) quiere imponerte. Hacer esto último podría ser una gran fuente de desdicha.
Es como si cada paso estuviese siendo orquestado y llevara al siguiente nivel de aprendizaje. Justo como ha sido ideada la academia, con sus pequeñas asignaturas que van paso a paso guiando al estudiante a través de conceptos y rituales de anclaje del aprendizaje. Danzamos entre el descubrimiento y el anclaje, en una atmósfera de expansión y contracción, que poco a poco nos va llevando a transformarnos vivencialmente. Así, cuando culminamos el camino, casi no somos capaces de reconocernos al inicio de éste.
El principal fin de la universidad
Como ya señalamos en nuestra entrada anterior titulada El Camino de la Ciencia a la Consciencia, creemos fundamental que la universidad sea un lugar de misión y servicio a los demás, donde se cultivan los valores humanos fundamentales y no la competitividad. Sin embargo, la aceleración del avance tecnológico y el incremento de la productividad han modificado radicalmente la esencia universitaria y, en realidad, todos los ámbitos de nuestra vida.
Ese oasis de libertad donde, en teoría, se fomenta el espíritu crítico y se enseña la cultura de la vida se ha ido cubriendo con capas. Probablemente se ha transformado, tanto para el docente como para el discente, en un proceso mecánico y artificial, donde la luz del conocimiento se ha ido opacando progresivamente. Ese conocimiento ya no nos permite vernos y encontrarnos con nosotros mismos ni con los demás. Nos dificulta crecer, únicamente encerrados en el miedo y la división. La especialización, que es inherente al proceso de desarrollo científico-tecnológico, ha calado incluso en aquellas áreas desprovistas de cualquier afán estrictamente racional y metódico, como el campo de las humanidades o el de las ciencias sociales.
La especialización excesiva, sin un contexto humanista como soporte, agota el alma de estudiantes y profesores.
Huir de la fragmentación
Ya lo advirtió Ortega y Gasset en su ensayo Misión de la Universidad publicado en 1930: “la principal función de la universidad debe ser cultural”. Lo científico también debe estar presente, sí, pero tomando un papel secundario. Para el filósofo, la investigación científico-técnica, si se toma como referencia última, menoscaba la esencia de la institución. El docente especialista se cree dueño y valedor del ínfimo universo que maneja; lo defiende a capa y espada frente a sus otros colegas especialistas que operan en unas coordenadas distintas e irreconciliables. Los profesores, con frecuencia, solemos decirnos mentalmente (o exteriorizamos verbalmente) que el conocimiento que manejamos en nuestro ámbito docente e investigador es fundamental e imprescindible para la educación de los estudiantes. Esto sin duda lleva a lo fragmentario, preocupación presente en Ortega contrapuesta de manera frontal a su ideal: la universalidad.
¿División o Unidad? Esa es la dicotomía a la que se enfrenta la academia actualmente.
El actual sistema, basado en criterios productivistas y competitivos, dificulta el florecimiento y el desarrollo de la cualidad humana más anhelada por el espíritu según las evidencias científicas más recientes: el amor. Tal vez se le impone al profesor una serie de objetivos a conseguir que no se adaptan a su sentido peculiar del Yo, lo cual genera ansiedad y miedo. A su vez, el profesor transmite estas emociones al estudiante, imponiéndole una visión concreta y cerrada. Y, finalmente, el estudiante reacciona con miedo al miedo de su maestro; es decir, en su relación no se dan mutuamente la oportunidad de adaptarse a su propio proceso ni a reflexionar en sus avances.
“El miedo incapacita el proceso de aprendizaje y el amor”. (Jiddu Krishnamurti)
¿Hay un camino de esperanza para la el mundo universitario?
Sin embargo, desde la aceptación y la alegría se puede vivir la educación desde una forma diferente que a la vez sea el motor para volver a la esencia universitaria.
La enseñanza pasa de ser una herramienta estructurada que gira en torno a la obligación, la autoridad y la productividad, es decir, una fuente de resistencia, a convertirse en un proceso natural de búsqueda de la trascendencia, de inspiración y de acompañamiento, más allá de lo intelectual o lo racional.
Para trascender el paradigma convencional es necesario aceptar la realidad del aula tal cual es, sin maquillajes ni ideales. El proceso de enseñanza-aprendizaje entre estudiantes y profesores es dinámico desde esta perspectiva. La superación de las resistencias del profesor, es decir, su búsqueda de libertad interior se retroalimentaría con la energía fresca e innovadora del alumno y dicha interconexión abriría el camino a la sabiduría.
El sistema universitario, cuya herramienta más próxima es el conocimiento, ¿está diseñado para ayudar al estudiante (y a nosotros mismos como docentes) en esa búsqueda interior?
La universidad, al igual que cualquier contexto que experimentemos en la vida, es una oportunidad de autoconocimiento y crecimiento interior. La cuestión es si tenemos la actitud de hacernos conscientes de ello, y transmitir a nuestro entorno esa voluntad de cambio con verdadero impacto.
La labor de la educación: el aprendizaje de la vida, la búsqueda del sentido propio y el encuentro con los demás
Si pensamos en los talentos que desarrollamos como una forma de amor, del amor que tenemos para entregar al mundo, podemos expandir la perspectiva y serenamente darnos cuenta de lo valioso y enriquecedor que es cada punto de vista diferente al mío. Podríamos sentarnos en una mesa sabedores del valor que aportamos cada uno, sin excepción, a la expansión de la consciencia en el mundo. Tal vez esa consciencia disolvería la competitividad y la separación de las ideas y realidades, lo cual nos haría retornar al sentido nuclear del proceso universitario: la búsqueda de la VERDAD y del SENTIDO.
El sentido trascendente sobre la base de la aceptación, la humildad, la alegría y lo que tenemos para entregar al mundo, nos sugiere recordar la maravillosa reflexión de Antonio Gala ante Jesús Quintero hace ya más de tres décadas:
La serenidad es sentirse como una pequeña tesela en un gran mosaico, prescindible, mínima, pero en su sitio, formando parte de una cosa muy grande que no sabemos exactamente lo que es.
Gracias a los autores por esta nueva entrada, que traen una vez más una reflexión profunda llena de ideas que nos invitan a indagar dentro de nuestro corazón.
Hoy planteo también una pregunta… ¿la universidad se ha regido realmente alguna vez por esa esencia que los autores sienten como «perdida» (o más lejos que antes)? Quizá sí el tipo de sociedad o de institución que nos envuelven ahora traen elementos nuevos que nos alejan también de esa esencia, pero elementos que generan esa distancia siempre han existido y el camino siempre ha sido el mismo: el camino individual y colectivo de reconexión con (y expresión de) esa esencia.
El escrito es excelente, hace a la esencia del sentido de la vida universitaria. Lo aplaudo. Sin embargo, esta misión tan bien definida por Ortega,r del 99 % ha quedado fuera del radar de la mayoría de las Universidades, por no decir un 99%. Sin embargo es un alegato válido que exigiría de las Directivas Universitarias una mirada cultural diferente y mucha capacidad de persuasión dentro de un mundo que se ha tornado totalmente fragmentado, y por ello ajeno a la idea original de la institución. Creo, hay que pensar en como sustituir ese fracaso o esa desviación atento la necesidad de formar líderes que interpreten la complejidad y el valor de los seres humanos. Máxime la transformación tecnológica vigente. .