El camino de la ciencia a la consciencia
En una entrada anterior abordamos la competencia existencial como una dimensión adicional que podría aportar una perspectiva diferente al enfoque de la universidad actual. La reflexión nos ha llevado a profundizar más sobre la manera en la que se aborda el tránsito por la academia, tanto para el estudiantado como para los académicos.
Sociedad y universidad se interrelacionan de múltiples formas. Cuando el sistema universitario no es capaz de cuestionar las dinámicas sociales, su aportación a la ciudadanía puede quedar muy limitada. Por ello, es ineludible que dentro del entorno académico se abra un espacio de debate para meditar sobre la razón de ser de la institución.
El sentido de la universidad
En La sociedad del cansancio y en La sociedad paliativa del filósofo Byung-Chul Han se reflexiona sobre las causas que pueden estar detrás de los principales trastornos psicológicos de nuestra época. El exceso de positivismo, bajo el emblema de <<tú puedes con todo lo que te propongas>>, unido a las innumerables posibilidades tecnológicas existentes, llevarían al ser humano a la autoexplotación.
Byung-Chul Han propone que el problema de la sociedad actual es el exceso de positivismo, que se manifiesta como un torrente demasiado grande de estímulos, informaciones e impulsos.
Desde este enfoque, nada parece suficiente en el mar infinito de opciones. La presión que tradicionalmente ha dominado al mundo académico, basada en la lógica científica y la razón, se une al excesivo afán de rendimiento y al multitasking exigido a docentes y discentes.
Por lo general, este paradigma es aceptado sin más, considerándolo como algo normal. La lógica es producir por producir, ser el más eficiente, aunque a veces la producción perse aporte poco más que nada al propio autor.
Se supone que el amor al conocimiento debería ser liberador. Sin embargo, existen datos reveladores que son motivo de preocupación: el 50% de los estudiantes universitarios en España necesitan apoyo psicológico y, en general, los doctorandos son seis veces más propensos a desarrollar ansiedad o depresión en comparación con la población en general.
En la sociedad del positivismo todo se camufla tras la cortina de la autorrealización personal. Aunque esta no tiene a priori ninguna connotación negativa, cuando se encauza de forma preponderante a través de la competitividad, el estatus, el dinero y el prestigio, generan una división profunda en la sociedad contraria al espíritu humano.
¿El conocimiento es el fin último de la experiencia humana?
Desde nuestra perspectiva, la universidad debería ser un espacio que reúne a personas con intereses comunes, unidas por el deseo de aprender y compartir conocimientos. En este entorno, estudiantes y profesores encuentran un lugar donde pueden desarrollar sus habilidades y profundizar en áreas que les apasionan, impulsados por una misma búsqueda intelectual.
Este campo de atracción no solo fomenta el crecimiento profesional, sino también el desarrollo de competencias y el intercambio de ideas. Aquí, el conocimiento fluye y se transforma, expandiendo las fronteras de lo que sabemos y permitiendo que surjan nuevas perspectivas.
La universidad debería ser un espacio para el desarrollo integral de la mente, donde se cultivan tanto el pensamiento crítico como la curiosidad. Al expandir sus ideas, quienes forman parte de esta comunidad tratarían de contribuir al avance colectivo, generando un impacto que iría más allá de las aulas y se extendería a la sociedad en su conjunto.
No obstante, actualmente la institución universitaria se caracteriza por la competitividad entre todas las personas que forman parte de ella. De esta manera, surgen las siguientes interrogantes: ¿La competencia es realmente el criterio de la evolución y la verdad? ¿Solo es relevante el manejo de la capacidad intelectual para formar a los ciudadanos que tomarán las grandes decisiones de la humanidad en el futuro?
El salto de la razón al amor
Nadie duda que la razón es un instrumento maravilloso que nos ha hecho progresar extraordinariamente como especie. Sin embargo, cuando la razón, la lógica y la linealidad invaden la experiencia humana, la vida pierde muchos matices y cuando prima la comparación se tiende a fortalecer el conflicto y la separación con nuestros semejantes. ¿Realmente puede haber amor en la comparación basada en la aptitud mental? En nuestra opinión, la universidad no debe alejarse del amor a la sabiduría.
El salto hacia el amor debe trascender el artilugio mental como única fuente de la verdad. Si uno es consciente realmente, se dará cuenta de que el pensamiento es volátil y en muchas ocasiones poco fiable.
La mayor consciencia, tal y como proponen los grandes maestros espirituales, proviene de una actitud contemplativa y humilde, basada en la atención. La atención curiosa a lo observado puede combinarse perfectamente con el ejercicio intelectual, para expandirse no solamente desde un punto de vista material, sino también desde un enfoque más humano, con la intención de contener mayores cotas de Unidad.
Krisnhamurti y otros tantos maestros han recalcado siempre que el amor carece de toda medida. La actitud comparativa genera temor, lo que repliega a las personas en su zona de seguridad comprimiendo la capacidad de expandir su espíritu. Por tanto, si el alma mater quiere reconectar con su esencia “universitas” (cualidad universal, generalidad, totalidad) no debería quedarse estancada en el juicio de una única variable: la mente.
El nivel de la razón en la escala de la consciencia
El doctor David R. Hawkins dedicó años de estudio al análisis de los niveles de consciencia desde donde podemos relacionarnos con el entorno. A raíz de esto, desarrolló un Mapa de la Consciencia con la intención de servir como una guía en el camino. Explica que en los niveles más bajos de consciencia se requiere de un gran esfuerzo en todas las actividades que emprendemos; tal sería el caso de la vergüenza o la apatía, donde incluso levantarnos de la cama supondría un gasto energético importante.
En niveles más bajos de consciencia podemos afrontar la labor diaria desde la fuerza, el control sobre el entorno y las personas, la obtención de reconocimiento y la validación externa, lo que lleva a un desgaste físico y emocional inminente.
Ilustración 1: Mapa de la consciencia. David R. Hawkins
A medida que vamos trascendiendo las limitaciones de los niveles más bajos nos acercamos al coraje, que actuaría como eslabón hacia los niveles de poder. A partir de aquí comenzamos a relacionarnos con la vida de una manera más proactiva y liberadora, pudiendo afrontar el trabajo desde el crecimiento colectivo, el bienestar mutuo y la resiliencia.
El conocimiento racional, necesario pero no suficiente
El conocimiento racional, lógico y causal se encuentra en el nivel de calibración 400. En este punto somos capaces de desligarnos de toda la emocionalidad que se mueve en los niveles inferiores, pensar con la cabeza fría y buscar una respuesta lógica a lo que observamos. Un gran problema pierde intensidad cuando podemos pensar en él, explicarlo, razonar y tratar de dar una respuesta sosegada como posible solución.
La universidad como la cuna del conocimiento superior se concibe en el nivel de la razón, lugar donde el intercambio de ideas se estructura y ofrece opciones específicas desde diferentes ámbitos que se adaptan a los intereses y capacidades de los profesores y los estudiantes.
En este sentido, el conocimiento se vuelve liberador cuando puede ayudarnos a ver con perspectiva problemas sociales que para el desconocimiento pueden ser condenatorios. Sin embargo, la razón tiene un límite; esta capacidad de observar el mundo con perspectiva y sin emocionalidad nos mantiene desconectados unos de otros. La posición de profesor y estudiante se mantiene en unas estructuras rígidas, que pueden impedir ver la humanidad más allá de los roles.
Análogamente, Krisnhamurti enseñaba que el intelecto, es decir, toda la actividad del cerebro que es pensamiento, domina nuestra existencia. Esto genera contradicción y formas peculiares de conducta en nosotros. Cuando solo predomina una parte de nuestro ser, eso tiende a ocasionar comportamientos neuróticos.
El descubrimiento de la supraconsciencia.
En primera instancia el motor para promover el progreso científico estuvo basado en la mejora de las condiciones de vida del ser humano. En realidad, si se piensa seriamente, buena parte de los esfuerzos intelectuales se han empleado para luchar contra aquello que más aterra: la muerte misma. La idea de progreso en el paradigma materialista persistentemente ha pretendido pedir una prórroga desconsolada ante lo inevitable.
Muchos de los miedos sociales, psicológicos y físicos son elaboraciones inconscientes del miedo a la muerte. No es de extrañar que el miedo se haya apoderado de la institución educativa. Sin embargo, ¿realmente ese debe ser el incentivo en el mundo universitario?
No obstante, quizás es un miedo que estamos cerca de poder atravesar desde el paradigma racional. La evidencia que apoya la existencia más allá de la vida física es cada vez más abundante. Científicos como Raymond Moody o José Miguel Gaona, entre muchos otros, han explorado las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM), mostrando cómo pacientes en situación de muerte clínica experimentaban vivencias extracorpóreas.
Muy recientemente, el doctor Manuel Sans Segarra ha analizado la existencia de la Supraconciencia o Conciencia Primera. Todos los estudios parecen coincidir en que la inmensa mayoría de los pacientes analizados sufren un importante cambio de perspectiva hacia la vida, donde el eje de su existencia comienza a girar en torno al Amor. Por tanto, ante tales descubrimientos, ¿es el momento de pensar en reconfigurar la institución universitaria y, en general, nuestra manera de ver el mundo?
Según Segarra, la Supraconciencia es nuestra esencia más íntima, de carácter no material e inmortal. Se relaciona con el amor, la bondad, la compasión y la unidad. Se opone al ego, una realidad material creada por la mente que se liga al éxito, la fama, el poder y la sensación de separación con nuestros semejantes.
De la Razón al Amor: el salto cuántico en la educación superior
Haciendo un ejercicio de imaginación, la universidad del futuro trascendería el nivel de la razón (400), alcanzando niveles superiores como el del amor (500). En este nivel, la universidad pasaría de ser simplemente un espacio de transmisión de conocimientos a convertirse en el centro donde se cultivan valores humanos fundamentales.
Se promovería el bienestar colectivo y se experimentaría un profundo sentido de comunidad, donde las relaciones entre todos los miembros girarían en torno a la empatía, el respeto y el apoyo mutuo. Se fomentaría un entorno donde el crecimiento personal y académico no consistiría solo en obtener conocimientos, sino en desarrollar la comprensión y la compasión hacia los demás.
Además, podría ofrecerse una educación centrada en la misión y el servicio, acompañando a los estudiantes en el descubrimiento de su propósito de vida e integrando cada aprendizaje aplicado en el servicio a la humanidad. Se tendría el enfoque de formar individuos que actuarían desde el amor y el gozo, contribuyendo al bien común, y no solo con el objetivo de producir profesionales.
Como diría John Lennon: “You may say I’m a dreamer, but I’m not the only one”
Un texto muy profundo, que va mucho más allá de la concepción universitaria y nos plantea la concepción de la sociedad, de la humanidad, de la vida… No digo mucho más en este comentario, porque antes hay mucho que reflexionar siguiendo el sendero marcado por este texto. Gracias por esta invitación a reflexionar…
Un placer comprobar que una visión más humanística y menos egocentrista del conocimiento sigue siendo objeto de reflexión. Es una visión que comparto, aunque cada vez percibo más distancia entre lo que sería deseable y lo que realmente mueve el quehacer de todos los implicados en este «mal llamado» ecosistema del conocimiento, puesto que tristemente cada vez se acumulan más evidencia donde la concepción personal supera a a la colectiva, el bien común queda eclipsado por intereses particulares y la empatía ha quedado en muchos escenarios relegada a una grandioso y manido vocablo ausente de significado por su inexistencia.
Urge una transformación en la educación en todos los niveles, para que se acelere la consecuente evolución hacia una sociedad más compasiva, más humana, más amorosa, dónde la búsqueda y desarrollo del conocimiento sea por y para la elevación de la consciencia. De ahí lo valioso de este texto que nos trae ideas transformadoras para los que tenemos la oportunidad de leerlo y saber que otro mundo es posible si nos miramos como iguales, como un solo ser que se necesita en todas sus formas, en comunidad.
Una visión muy profunda y reflexiva sobre la razón de Ser de la Universidad. Gracias por éste aporte.
Definitivamente, si queremos construir un mundo más justo y sostenible, necesitamos una educación que nos prepare para vivir de manera más consciente, compasiva y conectada con los demás.
Afortunadamente, en este mundo convulso, todavía nos quedan pensadores que nos instan a ir más allá del status quo instalado, no solamente en la Universidad sino en la sociedad toda. En la era de la IA, la virtualidad, el individualismo y la competición exacerbada es meritorio encontrarnos con personas que nos ayudan a pensar en lo importante y no solamente en lo urgente. Gracias a todos ellos y sigamos sembrando esperanza como también nos empuja Han en su último libro «el espíritu de la esperanza».
[…] vez más, que sus empleados, junto a su rigurosa formación técnica, también atesoren aquellas habilidades personales, sociales y emocionales que les puedan hacer más idóneos para alcanzar el éxito en el desarrollo de su […]
[…] educación, así entendida, como alumbramiento del significado de las cosas, es la tarea más inexorable de nuestro tiempo. La educación es introducción a la realidad total, […]