La competencia existencial en la educación universitaria

Las necesidades de la sociedad contemporánea han ido cambiando paulatinamente al calor de los avances científicos y tecnológicos. Todos estos cambios, cada vez más disruptivos y acelerados, están afectando en buena medida a la concepción de la tarea educativa. La universidad no está siendo neutral ni escéptica ante ello. Para adaptarse al nuevo paradigma se han hecho grandes esfuerzos para que la investigación y la docencia alcancen unos niveles de calidad muy exigentes que beneficien a todos los ciudadanos.

Sin lugar a duda, las denominadas competencias han sido un elemento clave para transformar nuestra realidad y siguen siendo fundamentales dentro del proceso de enseñanza-aprendizaje. Sin embargo, debemos ser cautos e intentar analizar si el camino que estamos proyectando es el más idóneo para nuestros alumnos.

El concepto de competencia

El debate académico se ha ido enfocando cada vez más en que los conocimientos, las habilidades y las actitudes de los estudiantes estén orientadas hacia su aplicabilidad práctica en el mercado laboral. La Real Academia Española (RAE) define competencia como “la pericia, aptitud, o idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado”. Aunque no existe un acuerdo unánime sobre este concepto de competencia (Montero, 2010), esta definición es la que mejor podría encajar con el planteamiento inicial del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), que pone el foco en lo exterior, en la intervención sobre la realidad. Alguien es competente en la medida que es capaz de manejar determinados elementos que le permiten llevar a cabo una tarea de manera satisfactoria.

La competencia existencial o la búsqueda del sentido vital en la Universidad

La formación de los estudiantes no suele alinearse con la interioridad ni con la búsqueda del sentido vital. Nos obsesiona conocer lo que está fuera de nosotros mismos, sí, pero para modificarlo o transformarlo buscando un objetivo concreto.

Este es el sistema de incentivos que hemos creado conjuntamente. Las sociedades más desarrolladas están basadas en la utilidad, el aprovechamiento y, en definitiva, en la presión por el afán de rendimiento.

Las competencias, valga la redundancia, se han introducido para “competir” en un mundo cada vez más globalizado, complejo y con poca certidumbre. A ello hay que unir la entrada en escena y el dominio progresivo de las redes sociales, las cuales se tienden a utilizar como herramienta de autoafirmación a través de la popularidad. Este es el cóctel perfecto para que se imponga lo que el sociólogo Zygmunt Bauman ya adelantó: la vida líquida, que “se alimenta de la insatisfacción del yo consigo mismo” (2013, p.21).

La pregunta de investigación «¿quién soy yo?» ha quedado relegada en un segundo plano.

Las promesa del progreso económico y científico no es suficiente

El sistema educativo, y en especial la educación superior, han contribuido a la adquisición y a la aplicación de conocimientos teóricos y prácticos para alcanzar altos estándares de vida. Sin embargo, parece que la acumulación de bienes, las múltiples experiencias que se nos ofrecen y la fe sin límites en el avance de la ciencia no son suficientes (Murga-Menoyo, 2021). Algo no está funcionando adecuadamente cuando en España el suicidio es la primera causa de muerte en jóvenes y adolescentes entre 12 y 29 años, sólo por poner un ejemplo muy ilustrativo de la crisis que estamos atravesando.

Harari (2016) muestra que más allá de los aspectos biológicos osociales, la felicidad humana no depende de los logrosconseguidos. Quizás estamos creando desde lainconsciencia colectiva unas expectativas tan inalcanzablesen nuestros estudiantes (o en cualquier persona), que sindarnos cuenta alimentamos su frustración e indiferencia antela vida, lo cual puede limitar el desarrollo de sus talentos.

Tal vez el ser humano necesite reconfigurar su sistema de creencias. Existe la esperanza de que la competencia existencial puede jugar un papel relevante. 

¿Qué es la competencia existencial?

Recientemente la OCDE ha comenzado a introducir el concepto de competencias transformadoras como motor del desarrollo humano (OCDE Learning Compass 2030 Future of Education and Skills 2030). Estas competencias tienen en cuenta no solamente aspectos cognitivos, sino también elementos sociales y emocionales.

Por otro lado, la Unesco (2018) señala que una de las competencias clave que debe introducirse en el aprendizaje es la de autoconciencia. Esta nos debe llevar a considerar nuestro papel en el mundo, preguntándonos por nuestra misión y haciéndonos más conscientes de los sentimientos y los deseos propios.

A pesar de esta mayor sensibilidad hacia lo humano, se sigue sin abordar lo que Edgar Morin (2016) señala como el principal problema común a todo ser humano, que no es otro que el de aprender a vivir.

El aprendizaje sobre cómo dirigir nuestra vida considera imprescindible la competencia existencial. Su desarrollo brinda al estudiante la capacidad de comprender la humanidad no solo a través del conocimiento per se. También entran en la ecuación otro factores como los valores y las actitudes, exigiéndose adicionalmente la apertura al otro de manera empática, aceptando su singularidad distintiva, y reconociendo la esencia común que nos iguala (Ibidem, 2016).

El despertar espiritual o sentido de trascendencia: aprender a ser

Resulta curioso que, en este momento crítico percibido como caótico y polarizado, estén surgiendo oportunidades extraordinarias para el despertar espiritual. Desde el ámbito más puramente científico se empieza a tener evidencias sobre nuestro sentido de trascendencia.

Investigaciones como las del médico y profesor universitario Manuel Sans Segarra sobre las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM) desvelan que hay algo más allá del cuerpo físico que sobrevive y escapa a lo temporal. Lo llama supraconsciencia, o conciencia primera, y todos aquellos que han podido experimentarla cambian radicalmente su vida: su escala de valores se transforma, tomando consciencia de que lo más importante en la vida es el amor.

Tal ha sido el caso del Doctor David Hawkins que lo experimentó por primera vez en su infancia y, tras recordarlo en la edad adulta, dedicó sus investigaciones a los niveles de consciencia (Hawkins, 2014). Como resultado de su trabajo postuló el Mapa de la Consciencia, que facilita el autoconocimiento y la detección de patrones y creencias que nos limitan, proponiendo que la tarea principal de nuestra existencia no es el aprender a hacer sino Ser. En este sentido, la expansión de la consciencia nos ofrece la posibilidad de ampliar nuestra perspectiva sobre quienes somos.

El aprender a hacer quizás debería ponerse al servicio del aprender a ser, lo que conllevaría un cambio radical en el sistema educativo.

Algunos ejemplos relacionados con los estudios universitarios

La adquisición de competencias no solo estaría encaminada a transformar la realidad desde un sentido meramente materialista, sino que se aprovecharían los conceptos estudiados para comprendernos y conocernos mejor. Por ejemplo, alguien puede estudiar legislación y simplemente aprender a aplicarla mecánicamente y de forma objetiva; o puede ir un paso más allá, y entender a través de las normas cómo funciona la mente humana.

Podemos a través del estudio saber cuál es la esencia del pensamiento que en definitiva crea la realidad. Ese es el primer paso hacia el espíritu crítico, que debe mejorarnos en el proceso de aprendizaje y hacernos libres de las ataduras mentales que nos impone la propia sociedad.

En ese sentido, el concepto de libertad es fundamental en la educación y en la competencia existencial.

La responsabilidad del docente en la enseñanza de la competencia existencial

El filósofo Krishnamurti (2008) afirmaba que la escuela (donde podría incluirse a la universidad, naturalmente) debe ayudar al ser humano a perder el miedo a ser auténtico, recordando también que el otro soy yo. Así, el daño que infrinjo a los demás me lo hago a mí mismo, de manera que la batalla siempre surge en la mente del ser humano.

Los docentes estamos invitados a hacer un ejercicio de reflexión y ver en qué medida (incluso inocentemente) nuestras acciones están impregnadas de miedo, el cual transmitimos a los estudiantes. Ese es el origen de la división, de la dualidad y del sufrimiento.

Esto es complejo de ver a través de nuestras mentes educadas en la ambición, el poder, el éxito, la comparación y la seguridad material, actitudes que solo reflejan nuestro miedo primario, el miedo a morir. Sufrimos en nuestra vida por cosas prescindibles, luchamos contra otros por acumular y quedar por encima. Hasta que la muerte nos despoja de todo, nos pone en nuestro lugar eliminando todo aquello que creíamos que éramos o que pensábamos necesitar poseer (Tolle, 2013).

Nadie nos enseña a aprender a morir en vida, dejando ir quienes creíamos ser para permitirnos ir más allá, liberándonos del miedo que nos produce incluso vivir. A través de la práctica del mindfulness o de otras técnicas de atención plena se podría aprender a morir en vida para darnos cuenta de que ahí está la vida plena.

Ideologías y progreso: ¿promesas vacías?

Ya conocemos el desenlace trágico de ideologías o formas de pensar que en teoría buscaban el bien común. Imponer a nivel social la visión de un conjunto de personas sobre el resto, sin respetar su libertad de pensamiento y acción para dirigir su vida, es un extraordinario error de cálculo.

Este razonamiento se puede aplicar a nivel individual. Pretender que el mundo y las personas se adapten por completo a uno mismo, quizá no sea el camino para vivir con tranquilidad. Tomar el control puede calmar el dolor momentáneamente, pero no el sufrimiento humano que crea la mente, nuestra gran asignatura pendiente. Únicamente el amor y la aceptación (D’Ors, 2021), realmente pueden cambiar el mundo.

¿Cómo de revolucionario puede llegar a ser tratar de cambiar el mundo si no somos capaces de cambiarnos a nosotros mismos? Puede ser muy contraproducente. Aquí cobra sentido la maravillosa y conocida cita de Mahatma Gandhi: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”.

La tarea del docente: simplificar y profundizar

Tenemos todo el tiempo vital que se nos concede para hacer el camino, encontrar sentido y liberarnos del miedo. En un mundo dominado por las distracciones y las comparaciones, la tarea del docente tal vez sea invitar al estudiante a profundizar en el autoconocimiento, que debería llevarle al disfrute de la vida misma. Para ello, la universidad ofrece espacio para explorar nuevas formas de pensar que bien canalizadas ayudarían al estudiantado a simplificar y profundizar, no dispersar en la superficie. La experiencia y la observación llevan a la intuición de que no es sano abarcar en un aula tantas competencias como pretendemos, apostando todo al avance tecnológico o a fomentar sin más al afán de rendimiento.

Es palpable que la actual experiencia humana está desbordada de información, estímulos, distracciones, complejidades, superficialidad y competitividad. Quizás las personas estemos ávidas de lo simple. Pero no por simple es menos bello, al contrario: contemplar una puesta de sol, pasear por el campus prestando atención a cada paso, reflexionar abiertamente con un colega o un estudiante, reírnos con plenitud, tal como un niño, o leer un buen libro de forma sosegada; son solo algunos ejemplos de lo que tendemos a dejar en segundo plano y nos olvidamos de valorar. En resumen, quizás tendríamos que disfrutar la vida con inocencia y presencia plena a cada segundo.

Enfocarse en el hacer para llegar a ser es una fuente de profunda desdicha. Intentemos comprender que si queremos ver mejoras de calado en el mundo tendríamos que invertir el orden de actuación: dar prioridad a la competencia del ser para que se desarrolle la competencia del hacer.

El hacer es visible, diferencia, distingue, etiqueta y crea separación. Sin embargo, el Ser no es tan evidente a los ojos y a la mente, posibilita la unión y la verdadera fraternidad, en un mundo que posiblemente lo único que realmente necesita es profundizar en una cosa: la compasión.

 

Comentarios
  1. Carmen Perez-Esparrells dice: 11/07/2024 a las 10:56

    Enhorabuena a los dos autores, compañeros de la UAM por la reflexión tan interesante. Me ha gustado mucho la expresión la vida “líquida”, que se alimenta de nuestras insatisfacciones y que se contrapone a la vida virtual en las redes sociales que se utiliza como herramienta de auto confirmación de una popularidad (a veces artificial) que produce satisfacción. Por eso, es tan importante introducir en las universidades la autoconciencia, como una competencia transformadora para ayudar a “sobrevivir” en un mundo que a lo mejor lo único que realmente necesita, como dicen los autores, es profundizar en una cosa: la compasión.

  2. Eva dice: 11/07/2024 a las 13:46

    Sumo mi enhorabuena a esta entrada, que ilustra muy claramente un tema que nos afecta también a los propios profesores: ese estar continuamente haciendo, sacando trabajo, sin tiempo para reflexionar muchas veces siquiera en nuestra propia área de conocimiento, menos aún en nosotros mismos (algo esencial para construir una vida en la que podamos ser verdaderamente felices). Deberemos querer aprender nosotros primero para poder enseñar después a nuestros estudiantes. Como bien indican los autores, «aprender a vivir» es un trabajo continuo. Así, las metodologías adecuadas para responder la pregunta de investigación «¿quién soy yo?» son tan variadas como las personas que se la plantean y las posibles respuestas son infinitas (tantas como personas y momentos vitales). Aunque quizá tantas respuestas se puedan resumir en una sola ;)

  3. Jorge Santacana dice: 11/07/2024 a las 15:29

    La evolución de la sociedad contemporánea, impulsada por los avances científicos y tecnológicos, ha transformado la concepción de la educación universitaria. Las competencias, entendidas como el conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes orientadas a la aplicabilidad práctica en el mercado laboral, se han convertido en un pilar fundamental del proceso de enseñanza-aprendizaje. No obstante, es esencial cuestionar y reflexionar si este enfoque es el más adecuado para el desarrollo integral de los estudiantes. Alguien sabe cuál será los requerimientos formativos para afrontar el mundo dentro de 20 años.
    El comunicado plantea una crítica pertinente a la formación universitaria actual, que tiende a centrarse predominantemente en la exterioridad y en la competencia para transformar la realidad externa, descuidando la interioridad y la búsqueda del sentido vital de los estudiantes. Esta visión utilitaria y orientada al rendimiento puede llevar a una formación incompleta, que no considera suficientemente la dimensión existencial y el bienestar emocional de los jóvenes. Si bien no sabemos a ciencia cierta que no depara el futuro hay algo que siempre será constante es la verdadera inteligencia ejecutiva- emocional. Cito a el filosofo Marina: “ Inteligente es aquella persona que utiliza inteligentemente su inteligencia”
    La referencia a Zygmunt Bauman y su concepto de «vida líquida» es particularmente relevante. La cultura de la insatisfacción y la búsqueda constante de autoafirmación a través de las redes sociales contribuyen a una sensación de vacío y falta de propósito en muchos jóvenes. Este fenómeno, combinado con la presión por competir y rendir en un mundo globalizado, no es que pueda tener … es que tiene consecuencias graves para la salud mental y el bienestar de los estudiantes. Ya hoy hay claras evidencias de la calidad mental de un joven que entra a la universidad teniendo en la mayoría de los casos valores distorsionados.
    Una crisis de sentido en la educación superior y en la sociedad en general, ilustrada de manera alarmante por la alta tasa de suicidio entre los jóvenes en España. Esta situación pone de manifiesto la necesidad de reevaluar los objetivos y métodos de la educación universitaria. Más allá de la acumulación de conocimientos y logros materiales, es fundamental que las universidades fomenten una educación que también aborde la búsqueda del sentido, la autorreflexión y el desarrollo integral de la persona. No obstante, hay que considerar que es en las instituciones superiores donde el problema aflora y se manifiesta. El origen esta en la calidad de la educación que recibe en las escuelas primarias lugar donde se programa la futura conducta del niño. No hay profesión mas importante que la educación pues ella es la que permite al hombre desarrollarse como persona y cumplir un rol armónico en la sociedad.
    Propuestas para una educación más integral
    Como educadores, debemos abogar por un enfoque más holístico en la formación universitaria. Esto incluye:
    1. Incorporar la educación emocional y ética desde la infancia: Integrar programas y actividades que promuevan el autoconocimiento, la gestión emocional y la reflexión ética.
    2. Fomentar espacios de diálogo dentro y fuera de las aulas en todo el sistema educativo : Crear ambientes donde los estudiantes puedan discutir y reflexionar sobre cuestiones existenciales, sus inquietudes y aspiraciones personales.
    3. Equilibrar competencias técnicas y humanas: Asegurar que el currículo no solo prepare a los estudiantes para el mercado laboral, sino también para enfrentar los desafíos de la vida con resiliencia y propósito.
    4. Promover el bienestar estudiantil de una manera preventiva: Implementar políticas y servicios de apoyo psicológico y emocional que estén fácilmente accesibles para todos los estudiantes.

  4. José Luis Vicéns Moltó dice: 14/07/2024 a las 14:18

    Muy interesante este ensayo, y necesario. En relación con la competencia existencial, que sin duda debiera ser prioritaria en nuestro proceso de enseñanza y aprendizaje, apunto dos tímidas reflexiones. La primera, que todo el lío que se introdujo con la incorporación de competencia se debe a que «competencia» es una contaminación indeseable, procedente del espacio de la Escuela de ingeniería, orientada a la empresa y a la tecnología, que tiene un dudoso encaje en el ámbito de la Facultad. La segunda, que, dado que el alumno es en realidad un obstáculo incómodo en el camino a los sexenios de investigación, la única meta ansiada, me temo que la inmensa mayoría del profesorado no tome en consideración esta competencia existencial. No quiero ni pensar con qué adjetivos la tildarían muchos profesores en una charla privada. Peor para ellos y para todos nosotros.

  5. Eduardo Pinilla dice: 15/07/2024 a las 12:19

    Muy pertinentes estas reflexiones, gracias. Sin duda sería interesante para la formación integral compensar el exceso de utilitarismo que invade la Universidad. No conocía este concepto de competencia existencial pero me parece muy atractivo ¿Sería posible acceder a las referencias bibliográficas?

  6. […] para el ejercicio de actividades profesionales, no se debe ignorar que además le compete la formación integral del estudiantado, en un ambiente de […]

  7. […] una entrada anterior abordamos la competencia existencial como una dimensión adicional que podría aportar una perspectiva diferente al enfoque de la […]

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