El rendimiento personal, social e institucional de la educación superior
Aprovecho una vez más la ocasión que me brinda esta publicación de Studia XXI sobre La rentabilidad individual y social de la educación superior para llevar a cabo un ejercicio que ya he practicado en otras ocasiones. Consiste en examinar el concepto (en este caso, los indicadores de rendimiento) y reflexionar sobre su sentido e interpretación. El cálculo de dichos indicadores y las conclusiones extraídas de los números quedan a cargo de otros colegas mucho más cualificados que yo para esta tarea.
Antes de pasar a examinar cada uno de los indicadores, querría hacer una puntualización: no albergo ninguna duda acerca de la importancia y utilidad de los indicadores de rendimiento de la educación, incluida la universitaria. De ahí que mi intención no sea cuestionarlos, sino únicamente incidir en la necesidad de interpretarlos correctamente, teniendo en cuenta su potencialidad y sus limitaciones.
Rendimiento personal: ¿es rentable invertir tiempo y dinero en títulos universitarios?
El concepto “rendimiento privado” de la educación es bastante fácil de entender. Se trata de evaluar el valor añadido de los estudios comparando los ingresos percibidos por las personas físicas que han cursado dichos estudios y los percibidos por quienes carecen de ellos. No obstante, que dicha evaluación presenta mayor dificultad en el caso de la educación superior que en el de la educación primaria y secundaria, de por sí mucho más homogéneas.
Factores susceptibles de ser medidos
Por lo que se refiere a la educación superior, es posible calcular un rendimiento promedio de las personas que han cursado distintos tipos de estudios “terciarios”. Es el caso de los universitarios, casi-universitarios —como los impartidos en las Fachhochschulen de Alemania o los Community Colleges de EE.UU.— o formación profesional de nivel superior.
También es posible, incluso, calcular el rendimiento promedio de los egresados de cada universidad concreta. Este cálculo permitirá evaluar la diferencia del rendimiento privado entre los egresados de una universidad de prestigio y los de otra más modesta.
Además, se pueden establecer diferencias de acuerdo con el nivel obtenido (postsecundario, grado, master, doctorado) o con el campo de estudios. De hecho, el rendimiento privado de los estudios del mismo nivel académico o profesional —medicina, filología, sociología, ingeniería, ciencias empresariales, historia, derecho— puede ser muy distinto.
Por otro lado, hay que tener en cuenta la calidad y el nivel de refinamiento de las bases de datos que se emplean. Y, además del promedio, se puede calcular también un índice de dispersión tomando como referencia la población analizada o los subgrupos de que consta.
No obstante, el rendimiento privado obtenido de los estudios superiores depende también de otros factores que en ocasiones resultan esenciales. Son dos, en concreto, los factores que condicionan directamente el nivel de ingresos de los egresados: el PIB per cápita y el nivel general de desempleo en la zona donde se colocan los egresados.
El coste de los estudios sufragado por el estudiante o su familia
Otra variable que condiciona de manera directa el rendimiento privado es el coste de los estudios sufragado por el estudiante o por su familia. La matrícula puede ser muy distinta en función de la institución, el nivel y la disciplina académica, mientras que la ubicación de la universidad hace que varíen los gastos de alojamiento. Y no se debería obviar el importe de la beca de la que puede haberse beneficiado la persona. Dado que estos factores dependen de condiciones externas, la comparación de los datos se vuelve más compleja, no tanto dentro de cada país como a nivel internacional.
Por otra parte, para que el indicador de rendimiento privado sea plenamente significativo, habría que tomar en consideración todas las categorías de costes. Incluida la renta que la persona ha dejado de percibir mientras ha estado cursando sus estudios.
Dichos costes son muy difíciles de evaluar y aún más difíciles de medir. Por un lado, porque no se sabe con exactitud cuáles son los ingresos que habría obtenido esa persona si no hubiera estudiado. Y, por otro lado, porque la situación de los estudiantes difiere si estudian a tiempo completo o bien si compaginan un empleo más o menos fijo con sus estudios. Esta última es una situación cada vez más frecuente, pero muy distinta en función del país, el origen social, el campo y el nivel de estudios, etc.
Fiabilidad regional, nacional e internacional de los indicadores
En otras palabras: los indicadores que miden el rendimiento privado promedio de la educación superior constituyen una herramienta sólida cuando se utilizan dentro de un ámbito razonablemente homogéneo, como pueden ser un país o una región determinadas, donde pueden orientar la elección de los estudiantes.
No obstante, su fiabilidad es menor en el ámbito internacional, sobre todo cuando se comparan países con sistemas educativos o situaciones económicas muy distintas. Y conviene recordar que los indicadores de rendimiento privado de la educación no recogen demasiada información. Por ejemplo, no contemplan la rentabilidad de la inversión privada realizada por los egresados, sus familias y los poderes públicos (conectada a numerosos factores difícilmente medibles). Ni tampoco incluye información acerca de la equidad de los sistemas en relación con el acceso a los estudios superiores y el éxito obtenido en ellos.
El debate de la rentabilidad de los estudios universitarios
En los últimos años el tema de la rentabilidad de los recursos invertidos en formación (en términos de tiempo y dinero) ha cobrado mayor visibilidad en el debate público. Una de las ocurrencias más frecuentes se refieren a la enorme tasa de endeudamiento de la mayoría de estudiantes de Estados Unidos. Y otra, a las campañas promovidas en el Reino Unido para disuadir a los jóvenes de cursar estudios universitarios dada la falta de rentabilidad derivada tanto de su duración como de los costes totales.
El rendimiento social: ¿cómo un egresado universitario contribuye al desarrollo socioeconómico?
La complejidad que encierra el concepto de rendimiento “social” de la educación lo hace, a mi juicio, más difícil de entender. Se trata de evaluar el valor añadido de los estudios en el contexto de todo un país a partir de la contribución que hacen los egresados a la economía. Esta contribución se mide en términos de consumo, así como de innovación, bienestar, ciudadanía, etc. En definitiva, al desarrollo socioeconómico regional o nacional.
Como ocurre con el rendimiento “privado”, el cálculo de los indicadores de rendimiento social se basa en una comparación entre los que han cursado un determinado nivel de estudios y los que no lo han hecho. Obviamente, se plantean algunas dificultades metodológicas con respecto al rendimiento privado. Por ejemplo, las vinculadas al empleo de valores promedios y/o a la cuantificación de los insumos, referentes tanto al tipo y nivel de estudios como a sus costes. A ellas se añaden otras dificultades adicionales específicas de lo que determina el rendimiento colectivo. En particular, lo relativo a la evaluación del beneficio “social” que aportan los egresados.
Indicadores de análisis para guiar las políticas educativas
No obstante, gracias a la agregación de los resultados a nivel nacional o regional, los indicadores de rendimiento colectivo son sólidos. Deberían considerarse una potente herramienta de la política educativa y social para guiar las inversiones públicas hacia los segmentos del sistema educativo-formativo con mejor “rendimiento social”. De ahí que, pese a no estar exentos de limitaciones metodológicas, los indicadores de rendimiento “social” de la educación se utilizan en especial para analizar las políticas de desarrollo nacionales o regionales y se enfocan a los distintos niveles del sistema educativo-formativo.
Las conclusiones de la comparación internacional de los indicadores nacionales del rendimiento social en distintos niveles de estudios y para distintas poblaciones constituyen la base de numerosos estudios recurrentes de organizaciones internacionales como la OCDE o el Banco Mundial. Unas conclusiones que, desde hace ya más de tres décadas, se presentan bastante constantes y apuntan a la importancia fundamental de la educación “general” (básica y secundaria). Especialmente en los países en desarrollo y en el caso de las mujeres.
La confianza en los indicadores
Por lo que se refiere a los países desarrollados, demuestran sin ambigüedad la importancia del desarrollo del “capital humano” en los niveles superiores. Incluso cuando el rendimiento “privado” en estos niveles tiende a disminuir debido a la generalización del acceso a los estudios superiores.
De ahí que, sin negar la solidez de las conclusiones que se pueden obtener del empleo de los indicadores de rendimiento “social”, considero oportuno llamar la atención sobre algunos aspectos nuevos emergentes. Son aspectos más “cualitativos”, relacionados con la contribución efectiva que hacen los egresados al desarrollo económico y social de su entorno. Estos son:
- Por un lado, una parte –muy variable según los países– del capital humano generado de este modo acaba siendo más virtual que real. Esto es porque los egresados no llegan a aplicarlo efectivamente en la economía y en la sociedad debido, por ejemplo, a una alta tasa de desempleo o de infra-empleo.
- Por otro lado, en las economías del conocimiento del siglo XXI pesa mucho la orientación más o menos marcada del capital humano hacia la generación de innovación y competitividad en el ámbito internacional. Es cierto que la orientación de los egresados hacia la innovación y el cambio se puede evaluar basándose en otros indicadores. Sobre todo los relativos a la investigación, el desarrollo de nuevos productos y servicios, la transferencia de tecnología, el crecimiento de jóvenes empresas innovadoras, las patentes, etc. No obstante, creo que los indicadores de rendimiento social de la educación superior han perdido parte de su poder predictivo en cuanto al desarrollo económico-social de los distintos países.
El impacto de la educación terciaria
Otro aspecto que considero pertinente es el impacto que puede ejercer la estructura interna del sistema de educación terciaria sobre la trayectoria socioeconómica de los distintos países. Sin pretender profundizar en el análisis de las causas, creo que los países dotados de un sistema “equilibrado” han gestionado mejor las “crisis” de la última década. Y cuando hablo de «equilibrado» me refiero a un sistema compuesto por un sector universitario no sobredimensionado y una educación superior técnico-tecnológica no infradesarrollado.
Tengo la convicción de que, cuando la educación terciaria “profesional” propone alternativas de calidad a los estudios universitarios, esta diversificación de las vías de “excelencia” tiene un doble efecto positivo:
- Por un lado, permite desarrollar el talento de un mayor número de personas. En concreto de las que aprenden más eficazmente con métodos menos académicos y más aplicados.
- Y, por otro, ofrece itinerarios formativos que suelen ser más cortos y menos costosos que los de las universidades.
Entre los países que han logrado establecer este tipo de equilibrio interno en su sistema educativo-formativo figuran Alemania, los Países Bajos, Austria, Suiza, Finlandia, Bélgica, Irlanda, Dinamarca, Canadá, etc. El desarrollo de instituciones superiores de ciencias aplicadas ha permitido descongestionar el sector universitario de estos países. Además de permitirles centrarse en sus funciones investigadoras e innovadoras.
Sería muy deseable que estos aspectos estructurales quedaran recogidos en los indicadores de rendimiento social. Así, podrían poder guiar las políticas de educación superior (“terciaria”) hacia un equilibrio adaptado a las economías y sociedades del siglo XXI más productivo, eficiente e inclusivo, y con frecuencia menos costoso.
Rendimiento institucional («académico»): la eficacia de las universidades
A los conceptos de rendimiento privado (para los egresados) y rendimiento social (para un país o una región determinada) de la educación superior me parece pertinente añadir un tercero: el rendimiento institucional. Éste permite comparar la eficacia de las distintas universidades tomando como base la tasa de deserción/abandono o la tasa de éxito de su alumnado. Para esta comparación, se pueden utilizar datos como la proporción de personas que se gradúan o de créditos matriculados que se aprueban. Y, al igual que los demás indicadores de rendimiento, se puede refinar según el tipo de institución, el nivel de estudios (grado/master), la disciplina, etc.
Limitaciones de los indicadores
Los indicadores de rendimiento académico tampoco están exentos de debilidades. Si se da una reducción del abandono, por ejemplo, no hay nada que nos garantice que la causa no sea una rebaja del nivel de exigencia. A esto se suman otras limitaciones metodológicas más concretas, como las relacionadas con la existencia o no de una selección previa, la tasa de acceso y la pertinencia de los mecanismos de evaluación de los candidatos. También se incluye la variación en el tiempo del cumplimiento de los estudios (para estudiantes a tiempo completo) y las razones del no cumplimiento (que van desde el suspenso por razones académicas hasta el abandono por otros motivos o la entrada prematura en el mercado laboral).
Aun así, no cabe duda de la utilidad del indicador de rendimiento académico tanto para las instituciones como para los estudiantes y los responsables de la toma de decisiones políticas. Más aún si se examina en el contexto más amplio de lo que constituiría el “valor añadido” educativo de una institución.
Además de la tasa de fracaso/éxito, se contemplan factores como la inserción o reinserción de personas en el sistema educativo, el desarrollo de su capacidad de aprender a aprender, el aumento de su autoestima y de su motivación para seguir aprendiendo, etc. En este sentido, el indicador de rendimiento académico, al centrarse en una de las dimensiones claves del concepto más amplio que pretende medir, no difiere de los demás indicadores.
Resumiendo: el indicador de rendimiento privado se centra en los ingresos. El de rendimiento social se fija en la contribución económica (ignorando otras dimensiones como la ciudadanía, la democracia, etc.). Y el de rendimiento institucional privilegia la eficiencia (en vez del “valor añadido” en su sentido más amplio).
Guía para mejorar la eficiencia en el uso de recursos
Aun así, tengo el convencimiento de que el rendimiento académico es uno de los indicadores más importantes de la calidad de las instituciones de educación superior. Es más, en el caso de las instituciones públicas refleja la eficiencia en el uso de los recursos públicos. La mejora del rendimiento institucional se logra sobre todo gracias a métodos de aprendizaje mejor adaptados a la diversidad de aprendientes. A programas menos sobrecargados y mejor estructurados. También a itinerarios algo más flexibles y personalizados. O más trabajo en proyectos concretos.
Las mejoras de este tipo implican que tanto las instituciones como el profesorado asumen el éxito de sus estudiantes como parte de su misión y de su responsabilidad. Es decir, la mejora del rendimiento académico depende de que las universidades renuncien al estudiante “ideal” y acepten la realidad de los estudiantes con los que cuentan. Todo ello, asumiendo que la revolución digital no solo está cambiando la tecnología educativa, sino la expectativa de los aprendientes en cuanto al contenido, estilo, duración y coste de los estudios.
De ahí la necesidad, a mi juicio, de que este tercer índice de rendimiento sirva de complemento a los otros dos. Especialmente por su alto valor informativo (al menos dentro de cada país) y de su potencial a la hora de orientar mejor la inversión pública y privada hacia determinadas instituciones de la educación terciaria.
Conclusión
No querría concluir esta aportación sin recordar lo afirmado al inicio. Sin ignorar las limitaciones, cada uno de los indicadores de rendimiento educativo constituye una herramienta sumamente útil para cualquier stakeholder de la educación superior. Lo peor que podría pasar es que no existieran o que no se emplearan, dejando el camino libre a meras “aproximaciones de opinión”.
Esta entrada constituye una adaptación al blog de la contribución del autor al Cuaderno de Trabajo 11 de STUDIA XXI, La rentabilidad individual y social de la educación superior
Muy de acuerdo sobre la importancia de medir el rendimiento universitario en sus diferentes dimensiones. Y no sólo el rendimiento, hay numerosas métricas relevantes para evaluar el desempeño de las instituciones de educación superior. Sin embargo, creo que esta cultura analítica no está plenamente instaurada en nuestras universidades y que todavía tenemos un importante camino por recorrer de cara a mejorar la capacidad analítica a nivel institucional.