Investigación y docencia “para” y “con” la sociedad
Quizás el título de esta entrada puede parecer un poco extraño pero seguro que si lo vemos escrito en inglés “with and for society” nos resulta más familiar. Me refiero a los llamamientos y convocatorias, especialmente en programas europeos, para una mayor colaboración universidad-sociedad. Si bien hasta hace poco hablábamos de colaboraciones universidad-empresa, éstas últimas se incluyen dentro de las primeras. En otras palabras, vamos a discutir qué iniciativas, bajo el liderazgo de las universidades, se pueden llevar a cabo para intentar dar respuesta a los principales retos de la sociedad.
La contribución de las universidades en el territorio
En entradas anteriores, ya se ha discutido sobre el rol de las universidades en el territorio. Hace cuatro años Javier Vidal ya elaboraba una interesante discusión sobre qué es la tercera misión y cómo las universidades prestan un servicio a la sociedad, y en 2019 Mª Antonia García Benau, nos introducía los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), dibujando los nuevos retos y oportunidades que éstos conllevaban para las universidades. Yo misma hablaba también sobre el papel central que han adoptado las universidades como agentes promotores de la movilización de recursos y la experimentación científica para dar lugar a soluciones innovadoras, inclusivas y que fomenten un desarrollo sostenible.
Si comparamos el posicionamiento de las universidades en esta materia en aquel entonces y con la situación actual, nos daremos cuenta que, sin prisa pero sin pausa, hemos avanzado en una carrera no exenta de obstáculos. De hecho, el discurso lo tenemos mucho más interiorizado y nos podría parecer inconcebible no abordar los ODS en nuestro día a día, ya sea de manera más o menos explícita.
Las universidades se encuentran en una posición privilegiada para contribuir “con” y “para” la sociedad, sin embargo, no ha sido hasta recientemente que hemos empezado a vincular las actividades que llevamos a cabo en ellas con la innovación inclusiva o el desarrollo sostenible. Al hacerlo, nos hemos dado cuenta de que necesitamos un enfoque sistémico y abierto a la colaboración externa (véase por ejemplo, Bayuo et al., 2020) para comprender y, en última instancia, derivar implicaciones prácticas.
Gracias a estas colaboraciones las universidades pueden contribuir al fomento del crecimiento regional (Carree et al., 2014), al estímulo del espíritu empresarial (Padilla-Meléndez et al., 2020), a la creación de nuevos puestos y oportunidades de empleo (Rizzo et al, 2015), a la mejora de las competencias de los empleados de las empresas y la formación de graduados altamente cualificados (Berbegal-Mirabent et al., 2020), y a la mejora de las condiciones de vida (Kesting et al., 2018), entre otros.
La gran pregunta es: ¿cómo hacerlo? Lamento no tener la receta “mágica”, pero sí me atrevo a reflexionar sobre tres cuestiones que, a raíz de un curso que impartí sobre el aprendizaje basado en retos, fueron foro de discusión:
- ¿Cómo deben cambiar las universidades para apoyar los ODS y los retos de la sociedad?
- ¿Qué canales utilizan las universidades para cumplir estos objetivos?
- ¿Qué papel juegan los estudiantes en este proceso?
Veamos cada una de estas cuestiones en detalle:
¿Cómo deben cambiar las universidades para apoyar los ODS y los retos de la sociedad?
La primera pregunta alude a cuestiones organizativas. Para adoptar las actividades de tercera misión (junto con las tradicionales de enseñanza e investigación), las universidades han tenido que actualizar sus estructuras organizativas, los sistemas de evaluación y la medición del rendimiento.
La creación de oficinas de transferencia, el diseño de políticas de incentivos (fomentando la participación de los académicos en actividades en colaboración con la industria para que desarrollen sus investigaciones más cerca de las necesidades del mercado), o la creciente atención al impacto socioeconómico como criterio de evaluación de la investigación, son sólo algunos de los ejemplos.
¿Qué cambios se necesitan para apoyar mejor los ODS? Bien, pues aunque los planes estratégicos de las universidades están reconociendo progresivamente la importancia de establecer colaboraciones transfronterizas con los distintos agentes de la sociedad, faltan mecanismos que garanticen que las innovaciones sociales penetren en los distintos estratos de la estructura jerárquica de la universidad. Aparecen aquí posibles tensiones (organizacionales e institucionales) cuando se amplía el alcance de los sistemas de innovación de las universidades y se espera que sirvan tanto a los intereses comerciales como a los no comerciales.
Investigaciones como la de Mascarenhas et al. (2022) nos recuerdan las ventajas del trabajo colaborativo, siguiendo el tradicional modelo de la Triple Hélice (universidad, empresa, administración pública). En este punto hay que recordar que las actividades de investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) suelen requerir de varios años para obtener resultados y los productos tienden a ser bastante inciertos.
Trabajar estrechamente con otros agentes del ecosistema ayuda a reducir el tiempo que transcurre entre el descubrimiento y la aplicación, así como a aumentar la eficacia de la colaboración, pues resulta más fácil identificar las necesidades todavía no resueltas y aplicar nuevos conocimientos para desarrollar soluciones de vanguardia que no sólo sean comercialmente valiosas sino que, al mismo tiempo, contribuyan a mejorar el bienestar social.
¿Qué canales utilizan las universidades para cumplir estos objetivos?
La segunda cuestión se refiere a los canales a través de los cuales las universidades pueden contribuir al desarrollo sostenible cuando interactúan con las comunidades locales.
Cada interacción (o red de colaboración) requerirá de un modo de comunicación y unas dinámicas de seguimiento específicas, así como el uso de un lenguaje más o menos técnico. Sin embargo, hay cierto consenso en que son preferibles los canales de comunicación basados en enfoques ascendentes (bottom-up), así como los que abogan por la adopción de prácticas de innovación abierta y estrategias de co-creación (Rinaldi et al., 2018; Huhtelin y Nenonen, 2015).
En esta línea, no es de extrañar que hayan surgido plataformas y centros de innovación (Grobbelaar et al., 2017; Purcell et al., 2019), donde los esfuerzos de investigación y las iniciativas empresariales se alinean con las necesidades locales.
Pero, ¿exactamente cómo lo hacemos? Una posible propuesta es que la universidad actúe como buque insignia, es decir, llevando las riendas de la colaboración, sin esperar tras un mostrador que alguien venga a solicitar ayuda. La transferencia y valoración del conocimiento no la encontraremos en un catálogo.
Esta estrategia requiere de un rol activo en la búsqueda y movilización de recursos, lo que se traduce en la necesidad de contar con un equipo de soporte, paralelo al de la investigación, que sea capaz de capitanear el barco. Entraríamos aquí en las discusiones eternas sobre la labor que debe desarrollar un investigador y la escasez de recursos (personal) para este tipo de procesos.
Claramente, implementar esta propuesta requiere de un esfuerzo institucional, e ir un paso más allá de las actuales oficinas de transferencia. Una posible solución son los modelos híbridos, es decir, organizaciones intermediarias que concilien los objetivos empresariales, con los de los investigadores y los sociales.
Dado que el sistema no va a cambiar de la noche a la mañana, en vez de empezar la casa por el tejado, deberíamos pensar en iniciativas más realistas, apostando por colaboraciones con aquellos actores del territorio que están más necesitados de nuevo conocimiento y que normalmente tiene peor acceso a él.
Me refiero a cooperativas, pequeñas y medianas empresas, asociaciones, fundaciones, y ONGs. Aproximarse a esta realidad es mucho más sencillo, hay menos barreras de entrada y los flujos de comunicación tienden a ser mucho más fluidos. Además, en estos contextos, los objetivos de inclusión y sostenibilidad van a poderse concretar mucho más, observando los resultados en el corto-medio plazo.
¿Qué papel juegan los estudiantes en este proceso?
Por último, centrémonos en el rol que desempeñan los estudiantes en este proceso. En primer lugar, si las universidades han de contribuir a una mejora de la sociedad, hay que tener en cuenta cómo formamos a nuestros alumnos.
Durante su paso por la universidad, ¿les damos la oportunidad de profundizar y reflexionar sobre la importancia del conocimiento y cómo puede aplicarse para transformar la sociedad? ¿O nos limitamos a enseñar nuestras materias sin buscar esta visión integral? ¿Incluimos casos/ejercicios que trabajen los valores de una sociedad inclusiva y un desarrollo sostenible? Nuestros alumnos serán los directivos y líderes del día de mañana, ¿les estamos preparando para ello?
Si el propósito es difundir los objetivos de desarrollo social en el sistema económico, el proceso de formación es clave.
En segundo lugar, si hablamos de los estudiantes, hay que tener presente que tradicionalmente, a través de la inserción laboral, ellos han sido el principal canal de intercambio de conocimientos entre la universidad y el mundo exterior. Son nuestros alumnos los que, una vez ejerciendo su profesión aplican los conocimientos adquiridos y las capacidades desarrolladas durante su paso por nuestras aulas.
Sin embargo, esta aproximación es unidireccional y llega tarde, cuando ya no tenemos margen de actuación. Las prácticas en empresa son una primera solución pero acostumbran a estar inseridas en los últimos semestres de los planes de estudio, por lo que también llegan de forma tardía. En resumen, les “lanzamos” al mercado sin “experimentar” y trabajar con ellos cómo es este proceso de transferencia.
Una estrecha colaboración docente-estudiante-sociedad a lo largo de toda la etapa formativa enriquece el proceso de aprendizaje del alumno al mismo tiempo que produce resultados de impacto. En los estudios de grado estamos hablando de aprovechar 3 años que hasta ahora, raramente se explotan en esta dirección.
Lo que quiero decir es que las universidades pueden también dar respuesta a su misión social a través de sus actividades de aprendizaje, por lo que es importante que los gestores universitarios generen oportunidades y proporcionen a los docentes los recursos adecuados para desarrollar este tipo de iniciativas.
Al colaborar con las comunidades locales (en proyectos o retos sociales e inclusivos), las universidades no sólo contribuyen a las necesidades sociales, sino que también impulsan la mentalidad emprendedora y el pensamiento crítico de los estudiantes.
Conclusión
La discusión anterior subraya la importancia de las universidades como motores clave para abordar la innovación inclusiva y los objetivos de desarrollo sostenible. Al mismo tiempo, pone de manifiesto la complejidad y la heterogeneidad de los mecanismos, los retos y las dinámicas a las que deben enfrentarse las universidades para adoptar y abordar estos objetivos.
Es necesario el apoyo institucional y la creación de nuevas estructuras, incentivos y políticas para facilitar los flujos de conocimiento entre las universidades y los distintos agentes externos, incluidas las empresas y sus comunidades locales.
Excelente propuesta para el cambio.
Como siempre una excelente reflexión, Jasmina, repleta de ideas nuevas como la estrecha colaboración docente-estudiante-sociedad. Enhorabuena
Interesante, fortalecer la gobernanza, y de paso se incluye habilidades, competencias, proyecciones, a parte del conocimiento meramente cognitivo.