La inflación y el CV

El currículum vitae (CV), como documento que recoge la trayectoria profesional, es un elemento de gran importancia para decisiones en el sistema universitario, como la selección de personal, la promoción en la carrera académica, la asignación de recursos (proyectos competitivos), el desempeño de determinadas tareas o el reconocimiento general, por poner algunos ejemplos.

Se puede decir que ha habido una notable inflación en los CV en todos los niveles, lo que es positivo. Pero todo en su justa medida.

Como en economía, un cierto grado de inflación puede ser saludable y hasta deseable pero una inflación elevada o, más aún, una elevación artificial genera muchas disfuncionalidades, cuando no injusticias.

La competitividad y los procesos de evaluación establecidos favorecen que exista una orientación a aparentar en el CV mucho más de lo que se es o se ha hecho. Esto conduce a la denominada situación del dilema del prisionero (incluida la versión preventiva): si otros lo hacen o van a hacer ¿por qué yo no? Es difícil no caer en esa inercia.

Todos los miembros de la comunidad académica somos evaluados con cierta frecuencia. Distintas entidades (ANECA, CNEAI, agencias autonómicas, entre otras, o las propias universidades) establecen directrices sobre cómo debe realizarse la evaluación de los CV, con pretensiones de exhaustividad y objetividad. Como intención está bien, pero me temo que la objetividad y la exhaustividad, en este caso se asemejan al horizonte: parece que nos acercamos a él pero no lo alcanzamos. De esta manera se elaboran documentos o instrucciones muy extensas que, a pesar de las facilidades de las TIC, pueden llevarnos a la parálisis por el análisis. Quienes primero lo sufren son quienes tienen que presentar el CV.

Esta situación me recuerda las declaraciones de Steven Kelman, catedrático de gestión pública de la Universidad de Harvard, cuando aludía a que uno de los ministerios de EE.UU peor gestionados era el de Justicia, básicamente porque se despreciaba la gestión, se creía más en la norma y se tendía a solucionar la ineficiencia de una ley o una norma con otra. Por supuesto, como reconocía, no se puede gestionar contra la norma pero tampoco solamente con ella.

Hay que preguntarse si en la búsqueda de la loable aspiración de objetividad, norma sobre norma, no se llega a un punto de generar más inconvenientes y costes que beneficios al proceso de evaluación. Todos los detalles no se pueden captar cuantitativamente en una norma por más que ésta sea casi-interminable. Seguramente el esfuerzo está justificado, sobre todo para evitar comportamientos oportunistas que exageren o tergiversen los méritos. Sin embargo, es de temer que quienes tienen tendencia a tales comportamientos sean los primeros en aprenderse el algoritmo para sacar partido a su favor, quienes primero exploten la norma para descubrir el resquicio a aprovechar, quienes hecha la ley sean los que primero descubran la trampa. Los beneficios potenciales son elevados: conseguir una posición, conseguir un proyecto, una financiación o un reconocimiento, frente a dudosos costes.

Es frecuente escuchar “el sistema empuja a esas prácticas”. Lo que ocurre es que no todos son o se sienten empujados con la misma intensidad por el sistema y aquí reside una posible gran injusticia. Así, nos encontramos con CV literalmente increíbles, avalados por un papel que, en muchos casos no dice mucho sobre la aportación de alguien a un trabajo colectivo, sobre el valor de una contribución a una actividad o sobre el valor resultante de una gestión. Lo único que importa es tener un papel justificativo.

Por poner algunos ejemplos. No todas las tesis doctorales aún con una misma calificación son iguales, ni todos los artículos de un mismo cuartil son iguales, ni de manera automática un artículo de una revista de  cuartil superior es mejor que otro en un cuartil inferior (y aunque a nivel agregado esto pueda tener sentido, en casos individuales puede resultar injusto), ni todas las contribuciones a un mismo congreso tienen o deben tener el mismo valor. Todos los años de docencia, de experiencia o desempeño de un cargo (sea el que sea) se valora igual independientemente de que se hayan desempeñado con brillantez o que deje mucho que desear su ejecución. Por no hablar del plus automático a lo internacional sea tesis, estancia, congreso u otra actividad, por el mero hecho de tener ese calificativo (por otro lado tan vago e indefinido). En publicaciones, si un autor A publica un artículo alcanza una puntuación X. Si A incluye a B y B hace lo mismo con A en otro trabajo, ambos obtienen una puntuación de 2X, y así podríamos seguir.

En esta obsesión por fijar la cuantificación, una comisión de expertos no añadiría nada a un mero contador de papeles justificativos.

Ante la ausencia de valoración cualitativa (no identificar con caprichosa o necesariamente injusta) y de cualquier otra prueba que demuestre capacidades reales, las evaluaciones tienden a ser del tipo “precio por cantidad”. Es decir, tantos méritos (artículos, comunicaciones, etc.) por tantos puntos asciende a un determinado total y se acabó. No se suele examinar, y por tanto descubrir, si hay dos o más trabajos con una nivel alto de coincidencia (sea plagio o auto plagio), ni la intensidad o  buen-hacer en las tareas, ni a evaluar el contexto en el que alguien comenzó una nueva línea de investigación o puso en marcha un nuevo grupo de investigación o si simplemente siguió la corriente de un grupo con trayectoria, recursos y una importante inercia, solo por citar algunas situaciones.

¿Es solo mía la impresión de que en ocasiones (que no cuantificaré, pero que no son excepciones) existe una orientación mayor a publicar sea como sea, sacrificando rigor, ética y cualquier otro valor que a contribuir al conocimiento? ¿O que el endurecimiento de los criterios para ser profesor titular o catedrático alimenta la inflación artificial del CV?

Las normas orientan los comportamientos. Si no hay control, supervisión y, en su caso, sanción, afloran más fácilmente comportamientos oportunistas.

Es triste pero quienes no tengan esa orientación inflacionista desmedida del CV tienen desventaja o directamente no tienen nada que hacer en esta competencia. Y a fuerza de desencanto terminan sucumbiendo.

Éste no es asunto fácil y tiene muchas ramificaciones relativas al desarrollo de la docencia, de la investigación y de la gestión en la universidad que generan los méritos. En suma, tiene mucho que ver con la ética. Por eso, ante estas inercias no podemos refugiarnos y esconder la cabeza entre normativas farragosas pretendidamente objetivas porque “el sistema es así”. El sistema también somos nosotros y hemos de buscar alternativas mejores.

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Comentarios
  1. Tati dice: 01/03/2018 a las 13:00

    Es cierto. Se nos llena la boca con la preocupación por la «calidad», y luego resulta que es más bien preocupación por la «cantidad».

    Y dicho con un poco de humor… https://twitter.com/CientificoenEsp/status/956864175820730369

  2. Margot dice: 05/03/2018 a las 16:11

    La televisión mexicana: sus luces y sus sombras La industria nacional avanza todavía en 2018 motivada por la inercia y el bote pronto en un círculo vicioso que parece no tener fin.

  3. RedactiaZW dice: 15/03/2018 a las 18:48

    Gracias a ti, Pilar!

  4. ¡El autor, el autor! | Mad Technicians dice: 01/04/2018 a las 19:25

    […] La inflación y el CV […]

  5. Universidad "Blockchain" - Universidad, sí dice: 09/04/2019 a las 16:55

    […] situaciones de inflación del CV, sobre lo que ya realice una entrada anterior en este foro (ver aquí), algunas de ellas recientes y muy […]

  6. […] se orienta la ingeniería curricular, acelerada por los sistema de evaluación imperantes (ver aquí). Esa ingeniería no es igual que la investigación, pero la condiciona bastante. La clave es […]


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