La ratio en la universidad también importa

Hace poco tuve una conversación con una profesora que se quejaba del nivel de inglés con que muchos alumnos llegan a la Universidad, sin poder leer y entender un texto técnico, o escuchar un vídeo en este idioma.

– ¿Cómo puede ser, después de 15 años en el colegio o instituto aprendiendo inglés? Yo estoy ahora estudiando francés –me contaba ella. El primer año empecé de cero, el segundo ya sabía bastante, el tercero me desenvolvía, y ahora que es mi cuarto año uso el idioma con soltura.

Quien dice inglés, dice otras materias. Por algún motivo, el trabajo de más de diez mil horas lectivas en la etapa preuniversitaria no siempre parece proporcionar un rendimiento acorde. A cuenta de ello nos vemos inmersos en una especie de fuego cruzado: unos culpan al alumnado; otros al profesorado; otros a los gestores o a los planes de estudio,  al exceso de tecnología o a la falta de ella. Pero, sea cual fuere la causa, todos tenemos la sensación de que algo no marcha bien para un importante número de estudiantes.

–  ¿Cuántos sois en clase en la academia de francés? – le pregunté a mi interlocutora.

–  Entre cuatro y seis

– Pues ahí lo tienes. Así, sí que se aprende

La ratio en el sistema educativo

Imaginemos por un momento que, en cualquier etapa del sistema educativo –desde Infantil a Bachillerato, y también en la Universidad– pudiéramos hacer, al menos durante una parte del tiempo, grupos de entre cuatro y seis alumnos (u otro número que consideremos óptimo). ¿En qué cambiaría esto la educación y el aprendizaje? ¿Somos capaces de trasladar, con el pensamiento, nuestros sistemas de enseñanza, aprendizaje  y evaluación a ese contexto?

Existen numerosos estudios sobre la ratio alumnado/profesorado en todos los niveles educativos; quizá se ha analizado menos en Educación Superior. Puede parecer que la Universidad es diferente de otras etapas: los estudiantes son adultos, han elegido ya lo que les gusta, la asistencia a clase no es obligatoria… ¿Quizá en este nivel no es tan necesaria una mejora de la ratio?

Desde los albores de los tiempos, la esencia de la educación es la transmisión de conocimientos de persona a persona.

Y el factor humano no es prescindible: si lo fuese, bastaría con publicar libros o material audiovisual. Pero a veces, el profesorado en grandes aulas universitarias nos podemos sentir como un libro que habla en voz alta.  Solo a veces, con grupos reducidos, podemos tener la sensación de estar realmente transmitiendo conocimientos de persona a persona. El resto de las ocasiones se parece más bien a una siembra a voleo.

Las ganas de aprender, la curiosidad y el entusiasmo de un estudiante que comienza tienen más difícil sobrevivir en el gran grupo. Es más, a no pocos estudiantes, y a no pocos docentes, esta situación les causa un gran desgaste y estrés, haciendo incluso peligrar su salud.

Pero probablemente lo estresante no es aprender, no es enseñar: es hacerlo en masa.

Diversas metodologías activas (clase invertida, aprendizaje colaborativo, etc) han llegado en los últimos años al paisaje educativo, pero estos métodos también son difíciles de implementar en grupos grandes, y parece que nunca se acaba de resolver el problema principal. Especialmente la Educación Superior actual está tratando de no depender tanto de la clase magistral, y de que el docente acompañe al alumno en su aprendizaje.  El enfoque sin duda es positivo, pero ¿cómo un docente puede acompañar en su aprendizaje a 60 o a 80 alumnos? En una hora de clase, apenas podría dedicarle un minuto a cada uno.

¿Qué le ocurre al alumnado y al profesorado cuando se enseña en masa?

Ocurre asimismo que buena parte del alumnado de nuestras aulas se ha acostumbrado a diluirse en la multitud y a que nadie le preste atención. A veces, ya ni siquiera les gustaría que lo hicieran. Quizá por esto a veces es escasa la participación en las tareas dentro o fuera del aula, porque con tantos estudiantes, ¿Quién se va a dar cuenta de que uno no está haciendo su trabajo?

Y el profesorado también: estamos acostumbrados a hablar para todos, o quizá para nadie. Desde la tarima del aula vemos a quien se sienta en las primeras filas y participa; a quien se sienta en las últimas para no hacerse notar; a quien necesita atención individual porque se pierde durante la clase colectiva; a quien toma apuntes de manera casi automática para revisarlos algún día; o a quien se quedó atrás hace semanas y trata de disimularlo. Al mismo tiempo, están quienes tienen mayor capacidad o conocimientos, y se aburren porque le gustaría ir más deprisa. Y luego está… el alumnado al que no vemos, porque no han podido seguir la asignatura y han dejado de acudir. Pero también son nuestros estudiantes, y no deja de ser un fracaso del sistema que no utilicen las clases que se les ofrecen y por las que han pagado su matrícula.

Todos estos casos y muchos más forman, entre todos, nuestro alumnado, y nos gustaría atender a cada persona en la manera que necesite. Pero en lugar de eso, nos vemos obligados a lanzar cada día nuestras palabras a un imaginario estudiante situado “en la media”, esperando que eso le sirva a una cierta mayoría de quienes se sientan frente a nosotros, y sabiendo que sin remedio una parte del alumnado quedará por delante y otra quedará por detrás. Y es una pérdida en ambos casos.

Ante esto, algunos o muchos estudiantes recurren a profesores particulares o academias. ¿Por qué lo necesitan? ¿Hay allí más medios, o mejores docentes? En todos los lugares hay docentes de todo tipo. Pero si las academias tuvieran que trabajar con 80 alumnos por aula, probablemente no supondrían mucha ventaja respecto a las clases de la facultad.1

Un camino aún por recorrer

En los últimos años o décadas sí que ha existido en la Universidad un movimiento paulatino hacia la reducción de ratios, dejando atrás –a veces mediante nota de acceso,  a veces desdoblando grupos– muchas de aquellas clases con más de un centenar de alumnos. Y a principios de los 2000 empezó a aplicarse la Declaración de Bolonia, que proponía un seguimiento más personalizado del estudiante y una reducción del tamaño  de los grupos. Pero esta filosofía no siempre se llevó a la práctica del todo.

A modo de ejemplo, en la universidad donde trabajo se implementó desdoblando las  aulas grandes en dos más pequeñas. Se instalaron mamparas divisorias correderas, y se duplicaron todas las instalaciones en cada aula: dos pizarras, dos proyectores con dos pantallas, dos instalaciones eléctricas, dos tarimas, dos mesas del profesor, ¡dos  puertas!, invirtiendo en ello bastantes miles de euros. Pero faltó un pequeño detalle por duplicar… ¡el profesorado! Esta ampliación de plantilla nunca se produjo, con lo cual, en todos estos años apenas se ha utilizado la infraestructura.

Habría que preguntarse hasta qué punto la ratio se percibe como una prioridad si no se traduce en una dotación económica adecuada.

De hecho, en este momento va a comenzar una tendencia inversa, hacia ratios mayores. Como consecuencia de la entrada en vigor de la LOSU, varias figuras docentes van a ver reducidas sus horas de clase. Y por ello, muchas universidades se están viendo obligadas ya para este próximo curso a unir grupos de alumnos (incluso de distintos grados), eliminar desdobles de grupos, o suprimir la presencia de más de un docente en el aula en clases prácticas. Tendremos que observar, en estos próximos cursos, de qué manera afectará esto a la calidad de la enseñanza universitaria.

Una apuesta de futuro

Desde luego que muchos otros factores también influyen en dicha calidad, pero –a igualdad de otros factores– no hay docente y no hay estudiante que no aprecie la diferencia entre una clase masificada y una clase reducida. Y sería una verdadera lástima que se perdieran en la masa talentos que de otra forma podrían florecer.

Otra consecuencia es que así no puede funcionar bien el “ascensor social”.

En una universidad masificada, tienen muchas más probabilidades de triunfar quienes puedan hacer algo tan simple como pagarse unas clases de apoyo en las que no haya cien alumnos sino media docena.

Por tanto, en esta época decisiva de cambio y evolución del sistema universitario, es un buen momento para volver a plantearnos las prioridades. Con ellas, es necesario pararse a revisar los medios económicos necesarios. Nuestra Universidad tiene un enorme potencial en su alumnado, en su profesorado, y en la interacción entre ellos. Ojalá se puedan dedicar los recursos para darnos a todos esa oportunidad.

 

 


1 También puede haber otros factores, por ejemplo, discrepancias entre el contenido de las clases y el contenido de los exámenes. En ese caso, no será raro que el alumnado busque a alguien que les prepare para el examen, pero esa es otra historia.

 

Comentarios
  1. Carmen Perez-Esparrells dice: 13/04/2023 a las 12:52

    Enhorabuena, profesora Campos por la interesante reflexión de los posibles augurios en las ratios de docentes por grupo (y sus efectos en la calidad docente) con la entrada en vigor de la LOSU.

  2. Mercedes López García dice: 14/04/2023 a las 12:04

    Excelente reflexión sobre el tema. Los que hemos sido estudiantes y ahora docentes, hemos experimentado de ambos lados las ventajas de participar con grande y pequeños grupos, en mi caso diría que tanto la enseñanza como el aprendizaje en pequeños grupos es más interesante, más rica, es aquí donde es efectiva la atención personalizada de los unos y los otros, con mejores resultados. Gracias

  3. JM dice: 16/04/2023 a las 21:55

    Un artículo muy acertado. Hay formas de hacerlo, el ejemplo clásico son los colleges de Oxford y Cambridge, donde un tutor se reunía tradicionalmente con un único alumno (ahora con dos o tres) haciendo un seguimiento muy personalizado. Pero claro, esto requiere otro tipo de inversión pública o matrículas elevadas que no ayudarían al ascensor social.

  4. María Carmen Martínez- Murciano dice: 17/04/2023 a las 10:19

    Además de las ratios universitarias también considero negativas las de las escuelas oficiales de idiomas que son demasiado altas para un aprendizaje significativo. En algunos cursos pueden llegar a 40 o más. Otra situación a considerar es que por ejemplo en canarias el aprendizaje de la lengua inglesa partiendo de cero, se distribuye en 9 años escolares…

  5. […] instruccional, vamos a contextualizarlo, relacionándolo con el problema de la ratio (tratado aquí). En la década de 1980, el investigador estadounidense Benjamin Bloom estudió el rendimiento del […]


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