La Universidad no es una franquicia

La reciente noticia sobre las intenciones del Ministerio de Universidades de que los nuevos profesores de universidad reciban un curso inicial para aprender a enseñar, es una iniciativa que de entrada parece positiva. Pero ¿por qué surge ahora? Si se ha detectado algún problema con la docencia universitaria, debía saberse de antemano y entonces ¿por qué no se le ha puesto remedio antes?

Verdaderamente son preguntas retóricas, pero que sirven de justificación para tratar de analizar por qué se ha llegado en algunas universidades, quizás demasiadas,  a tener un profesorado con un bajo perfil docente, según se desprende de las declaraciones atribuidas al propio ministro (EL PAÍS, Educación, 23 feb 2022), por no haber prestado demasiada atención a este aspecto esencial de la vida universitaria.

La evolución del sistema de acceso

Y es que hemos pasado de tener un sistema de acceso a la función pública en la universidad mediante la demostración de que se sabía dar clase, es decir, probando que se sabía hablar, presentar un tema, comportarse en un aula y, en fin, que se dominaba un programa (con más de cincuenta temas que se explicarían en una hora de tiempo aproximadamente) a otra forma de acceder a esa función en la que lo primordial, y casi exclusivo, es tener un importante número de “peipers”, cuantos más mejor, y en el que no se comprueba si se domina, ni siquiera si se conoce, la materia que se va a explicar.

Es verdad que los anteriores mecanismos para lograr una plaza de funcionario en la universidad,  en la gran mayoría de las ocasiones eran demasiado permisivos con la capacidad científica que los candidatos debían demostrar.

Por un lado, el complemento por méritos docentes aparecía en dicho Real Decreto como un rubro más del complemento específico que correspondía a la retribución del profesorado universitario. Concretamente se establecía que:

–       «El profesorado universitario podrá someter la actividad docente realizada cada cinco años en régimen de dedicación a tiempo completo o período equivalente si ha prestado servicio en régimen de dedicación a tiempo parcial, a una evaluación ante la Universidad en la que preste sus servicios, la cual valorará los méritos que concurran en el mismo por el desarrollo de la actividad docente encomendada a su puesto de trabajo, de acuerdo con los criterios generales de evaluación que se establezcan por acuerdo del Consejo de Universidades».

Por su lado, sin embargo, el complemento de productividad, los sexenios, merecía un apartado exclusivo establecido en los siguientes términos:

–       «El profesorado universitario podrá someter la actividad investigadora realizada cada seis años en régimen de dedicación a tiempo completo, o periodo equivalente si ha prestado servicio en régimen de dedicación a tiempo parcial, a una evaluación en la que se juzgará el rendimiento de la labor investigadora desarrollada durante dicho periodo.

–       Dicha evaluación la efectuará una Comisión Nacional integrada por representantes del Ministerio de Educación y Ciencia y de las Comunidades Autónomas con  competencias asumidas en materia universitaria, la cual podrá recabar, oido el Consejo de Universidades, el oportuno asesoramiento de miembros relevantes de la comunidad científica nacional o internacional cuya especialidad se corresponda con el área investigadora de los solicitantes».

Y ahí es donde empiezan las diferencias, porque independientemente de posteriores  aclaraciones o de la creación de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) en 2002,

desde su concepción se previó que los quinquenios se evaluaran en las propias universidades, mientras que los sexenios debían concederse con reconocimiento nacional.

Esto abrió por tanto un campo comparativo (local y nacional) que finalmente desembocó en un mayor reconocimiento a la superación de un sexenio, que al de un quinquenio.

Así, en casi todas las universidades, los quinquenios por el reconocimiento de méritos docentes pasaron a ser casi de concesión automática cada cinco años, dejando de representar signo alguno de calidad docente. Los sexenios sin embargo fueron alcanzando una notoriedad impropia, injustificada y perversa. Se asociaron a la calidad científica por venir avalados por toda una comisión de ámbito nacional que, por derivas sucesivas, ha ido aumentando su influencia en la vida universitaria, ya que  conforme aumenta el número de sexenios de cada persona, mejores son las perspectivas de promoción y acceso a la función pública, de pertenencia a tribunales, a comités, etc.

Finalmente el Real Decreto-ley 14/2012, que gradúa la actividad docente en función de la intensidad y excelencia de la actividad investigadora, medida por el número de sexenios aprobados, vino a conceder todo el protagonismo a los sexenios, es decir, a la investigación sobre la docencia.

Por tanto, si la promoción, la estabilidad y el reconocimiento se obtienen en función de los sexenios de investigación, es decir, en términos de “peipers” ¿para qué perder el tiempo en la docencia?

La era de los «peipers»

Hay que conseguir cuanto antes mejor tantos “peipers” como se pueda. Las clases, su preparación, su dominio y la atención al alumnado pasan a segundo plano. Hay que volcarse en la producción científica. Pero ni admitiendo que se trabaja, como se dice ahora,  a full y 24×7, se puede entender que haya jóvenes profesores que presenten en sus historiales científicos números de vértigo. Cifras como veintitantos “peipers” en dos años, cada dos años, durante una serie de años, se antoja un disparate de tal calibre que hace sobrevolar sobre dichas personas serias dudas acerca de la autoría del trabajo en cuestión, de la que casi nunca son responsables únicos, sino integrantes de un conjunto de firmas que funcionan, más que como un equipo de trabajo, como una franquicia propiedad de un prestigioso sénior, que por supuesto tiene cuantiosos beneficios.

Con todo esto, y para minimizar el riesgo de reproducción y aparición de nuevas franquicias, junto con las medidas que se quieren poner en marcha para que el profesorado joven aprenda a enseñar, lejos de admitir por consiguiente que ya sabe investigar y seguir aumentando la brecha entre investigación y docencia, habría que iniciar otras actividades dirigidas a que conozca las buenas prácticas y los métodos, mecanismos y procesos de divulgación de la actividad científica. Medidas que, sin género de dudas, deberían venir acompañadas por el establecimiento de nuevas métricas de la calidad docente y científica que, en cualquier caso, consideraran poder contrastar el conocimiento previo de la materia que se pretende explicar.

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Comentarios
  1. Teodoro Luque Martínez dice: 08/03/2022 a las 09:18

    Una cuestión clave muy bien planteada y sobre la que urge actuar. El descuido, cuando no el olvido incluso desprecio, en la evaluación de la función docente debe corregirse. Hay que luchar contra la obsesión por los “peipers”, contra la inflación del CV, contra el CV de apariencia, aparecer en… independientemente de qué o cómo se hace.
    Enhorabuena, profesor Verdegay!

  2. Paco Martos dice: 08/03/2022 a las 11:48

    Totalmente de acuerdo profesor Verdegay. La evaluación de la investigación a través de agencias específicas de calidad ha tenido un efecto claramente positivo para la visibilidad de la ciencia en nuestro país. El uso que se hace de los resultados de esa evaluación no es competencia de las agencias sino, básicamente, de las universidades. Es aquí donde se ha producido su reducción a lo puramente cuantitativo y su entronización como criterio prácticamente único en la selección y promoción del profesorado. Esto ha producido los efectos previsibles, teniendo en cuenta que la población de referencia está bien dotada intelectualmente y, por tanto, aprende rápidamente a utilizar a su favor las reglas del juego. Se trata de un sistema de incentivos claramente establecido que produce los efectos esperables. La exigencia de previa, incluso continua, formación docente no puede ser suficiente para equilibrar el sistema. Resulta necesario que las universidades sean capaces de llevar a cabo una verdadera gestión de recursos humanos. Enhorabuena, profesor Verdegay.

  3. Carmen Perez-Esparrells dice: 08/03/2022 a las 12:59

    Dejando al margen las tareas de gestión, lo que plantea magistralmente el profesor Verdegay es una realidad latente desde la implantación de los sexenios de investigación a nivel nacional y el “abandono” de los quinquenios de docencia en manos de las propias universidades con un reconocimiento prácticamente automático. Como decimos los economistas, se trata de un trade-off entre las horas que un profesor joven (y no tan joven) dedica a la docencia y las que dedica a la investigación. A mi entender, una posible solución pasaría por “retocar” el sistema de incentivos premiando todas las actividades con el mismo ahínco (incluida la divulgación de la actividad científica como se señala en la entrada) de tal forma que permitiera elegir al personal docente e investigador a lo largo de su vida académica en qué concentrarse, para ser bueno de verdad y no de “apariencia”.

  4. Pavel Novoa dice: 08/03/2022 a las 13:12

    Considero que es una excelente reflexión y llamado de atención. Acá en Chile vivimos una realidad muy similar en nuestras universidades.

  5. Faraón Llorens dice: 08/03/2022 a las 13:52

    Excelente reflexión, como siempre, de Curro Verdegay. Efectivamente, la solución al problema pasa por “el establecimiento de nuevas métricas de la calidad docente y científica”. Ayer en mi clase del master de secundaria les comentaba a mis estudiantes, informáticos y futuros profesores, que dada la trascendencia que tiene para el estudiante el examen como determinante de la obtención del título, se termina por sustituir los objetivos fijados en el proceso educativo por los conocimientos y las conductas que permitan superarlo.
    Y les ponía una frase del libro “Bullshit: contra la charlatanería” que dice: «si nos proponemos medir algo relacionado con el desempeño de una actividad, tenemos que pensar si el hecho de medirlo cambiará el comportamiento de la gente implicada en esa medición de forma que pueda menoscabarse el valor de los resultados que obtengamos”.
    Y en ese mismo libro conocí la Ley de Goodhart: «Cuando una medida se convierte en un objetivo, deja de ser una buena medida”.
    Firmemente creo que los “peipers” (a través de los sexenios y las acreditaciones) se han convertido en EL OBJETIVO. Y eso lo han explotado muy bien algunas revistas que han detectado claramente el negocio.
    Mi reflexión por tanto es: si tenemos establecido claramente el diagnóstico, ¿por qué no empezamos el tratamiento?

  6. JM dice: 08/03/2022 a las 14:39

    El problema es que resulta muy complejo medir la calidad docente, y cuando se hace se crean incentivos perversos que pueden dañar la calidad y exigencia de los cursos. Además, los alumnos que entran en distintos grados poseen diferentes capacidades, y sufren de forma distinta para adquirir cierto tipo de conocimientos. Por ello tiene sentido que cada centro y departamento considere sus propios criterios. La calidad de la investigación es mas fácilmente medible (combinando indicadores bibliométricos con la evaluación peer-review por expertos). Por otro lado, los buenos investigadores raramente son docentes pésimos, existe cierta correlación positiva entre ambas capacidades–lo que no quita para que pueda haber alguna excepción.

    En todo caso, imponer formación docente a los nuevos profesores ayudante doctor difícilmente va a dar lugar a mejoras significativas en la calidad docente de la universidad. Probablemente tenga mas impacto que las universidades preparen un catalogo de cursos cortos sobre temas diversos relacionados con la docencia, y que para obtener un nuevo quinquenio sea requerido realizar alguno. Esto facilita que los distintos departamentos se mantengas actualizados, y al tanto de nuevos recursos que van surgiendo.

  7. Albert Corominas dice: 08/03/2022 a las 17:58

    La entrada del profesor Verdegay apunta a muchas cuestiones clave en lo que respecta a la selección y promoción del PDI y al equilibrio entre docencia e investigación.
    No creo que la solución consista en establecer la obligación de asistir, sin más, a unos cursos de formación pedagógica.
    Me parece que hace falta, por una parte, revisar los procedimientos de acreditación y, por otra, la regulación de los concursos de acceso con el fin de garantizar la capacidad investigadora (como dice el profesor Verdegay, que una persona sea coautora de decenas de artículos en revistas de prestigio e incluso la evaluación positiva del contenido de tales artículos no implica que haya hecho aportación significativa alguna a la creación de conocimiento), el conocimiento de las materias y su capacidad para estructurarlas y exponerlas. Para hacer esto y hacerlo bien se requiere mucho más tiempo del que muchas veces se dedica a ventilar un concurso, pero es un tiempo muy bien invertido. La calidad del sistema depende sobremanera de la calidad de su PDI y esta, de la calidad de los procedimientos de selección.

  8. JM dice: 08/03/2022 a las 23:50

    Es cierto que son problemas complejos. Pero un concurso de oposición mas prolongado tampoco resuelve el problema: el candidato se lo prepara excepcionalmente y punto, no tiene que esforzarse tanto en sus clases reales. Por otro lado, no veo tanto problema con los artículos con múltiples autorías (solo suceden en algunas disciplinas, y es fácil detectar la falta de contribución, el orden de autores ya da una indicación, y unas pocas llamadas previas al equipo proporciona aun más información).

    El concurso por una plaza no existe en las universidades de referencia. Creo que debería ser un trámite, o no existir. Lo más importante es realizar una contratación inicial competitiva basado en currículo investigador, entrevistas y seminarios, y tras la oferta y su aceptación, desarrollar un proceso de 5 o años de tenure track, con evaluaciones continuadas por parte del departamento implicado (posiblemente con participación de revisores externos), y que pueden tener en cuenta la productividad en docencia, investigación y gestión de forma mucho mas exhaustiva. Pero para que los departamentos abracen este sistema, deben ser evaluados periódicamente y que les afecte seriamente al presupuesto; es mas sencillo evaluar al departamento que al profesor, esto crea incentivos para que los departamentos mantengan la calidad interna.

  9. Nicolas Garcia Pedrajas dice: 28/03/2022 a las 18:50

    Muy interesante reflexión. La obsesión por la investigación como una mera gestión de números sin valor científico alguno está siendo enormemente dañina.

  10. […]  José Luis Verdegay, La Universidad no es una franquicia (https://www.universidadsi.es/la-universidad-no-es-una-franquicia) […]


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