La visión de los estudiantes sobre la transformación digital a raíz de la COVID-19
Al igual que a una gran parte de la población española, la sensación que atravesó al estudiante universitario la primera semana de confinamiento fue de incertidumbre y sorpresa ante el nuevo acontecimiento, pero principalmente de ligereza. La situación nos resultaba hasta cierto punto cómica, porque no lográbamos llegar a entender la magnitud que alcanzaría la pandemia. Ante nuestros ojos, aquellos días resultaban como unas cortas vacaciones, donde podríamos retomar las clases al cabo de un par de semanas, sin cambios aparentes.
Sin embargo, empezaron a pasar los días, y la COVID-19 se agravaba. Los contagios aumentaban exponencialmente, así como el número de muertes e ingresos en los hospitales. Todo cerraba y se apagaba a la vez, y en los medios de comunicación la realidad que habíamos conocido hasta entonces se fundía a negro para dar paso al caos.
Y, en medio de esa discordia en la que no entendíamos nada, la universidad decidió dar un paso al frente y darnos una respuesta, aun cuando la situación era igualmente o laberíntica y dificultosa para ellos que para nosotros.
En algunas tardaron en ofrecerla más que en otras, pero todas ellas se pusieron en acción para no dejarnos de lado, siendo conscientes del peso que recaía sobre sus hombros. Fue así como nació el modelo online con el que ahora estamos tan familiarizados. Un modelo que nos resulta tan propio y hemos normalizado a día de hoy.
La respuesta universitaria ante la COVID
Pero no debemos caer en el error de dar nada por hecho: que el equipo docente y administrativo de las distintas universidades ofrecieran una solución con celeridad nos demuestra una vez más la capacidad del ser humano para reaccionar y adaptarse a las distintas circunstancias. El medio era hostil e inhóspito, y eran pocas las universidades que gozaban de todos los privilegios de una enseñanza vía telemática. Sin embargo, finalmente todas lograron adaptarse y dar cabida al aprendizaje en un momento jamás vivido en las últimas décadas.[1] Por ello, a pesar de ser admitido o no por todos los estudiantes en voz alta, los que le dedicamos simplemente un mínimo de tiempo a la reflexión somos conscientes de lo difícil que se presentaba el reto, y por ello nos hallamos profundamente agradecidos por la responsabilidad que han demostrado tantos adultos al preocuparse por nuestra educación y futuro.
Como hemos aprendido muchos estudiantes, la universidad goza de cuatro pilares desde su origen, los cuales debemos aspirar alcanzar para poder vivir esta etapa como corresponde. Los pilares son: la formación integral, la síntesis de saberes, la búsqueda de la verdad, y el servicio a la sociedad. Cada uno de ellos goza de una misión importantísima dentro de nuestras vidas, que nos podrán cambiar la mirada y actitud con la que nos enfrentemos en el día de mañana al resto de las etapas que nos esperan. Y si no queremos dejarnos nada de esto a un lado, debemos vivir la universidad de forma presencial.
Online VS presencial
Está claro que el modelo online presenta ventajas y comodidades de cara al estudiante. He de admitir que a nivel personal, aprecié también que los porcentajes de evaluación cambiaran valorándose mucho más los trabajos entonces que los exámenes en sí mismos. Sí, fue válido, fue necesario hacerlo así, y no había otra forma de seguir manteniendo en funcionamiento la universidad. Pero al final se reduce a eso, a una medida extraordinaria para combatir una situación extraordinaria.
La tecnología no debemos olvidar, no deja de ser un medio, como lo es para el aprendizaje en este caso, y nunca un fin en sí misma.
Son herramientas dispuestas al servicio del hombre, de las cuales debemos aprovecharnos cuando nos sean de utilidad, cuando realmente generen y nos ofrezcan una situación mejor de la que gozábamos previamente a su existencia. Relativo a la educación, considero que ha sido un medio provisional y momentáneo y que ha generado una serie de oportunidades más o menos productivas, pero muy valiosas de cara a otros sectores, como puede ser el laboral. Ha dado un paso de gigante frente a la globalización, y ha conseguido conectar al mundo aún más si esto parecía cuestionable.
Si nos centramos únicamente en el plano académico, creo firmemente que sí se podrían replicar hasta cierto punto las enseñanzas del modelo presencial en el online. Así lo han demostrado otras universidades que solo ofrecen dicha modalidad telemática y han obtenido buenos resultados hasta la fecha. Sin embargo, toda la humanidad, la pasión, la amistad, la búsqueda de la realidad en grupo, la inquietud y la enseñanza directa, son unas pocas de las tantas cualidades que solo se pueden ofrecer cuando uno se mira a los ojos, y no a través de una pantalla. Es por ello por lo que la modalidad online rompe con la naturaleza primigenia de la universidad y su origen.
Todos los compañeros de clase que han tenido que cursar por situación de vulnerabilidad de familiares por razones de salud el año en remoto son unánimes al afirmar que es algo que no han conseguido sobrellevar bien, siendo el curso en el que menos han aprendido y donde más les ha costado adaptarse al ritmo de los demás. Sumándole que, añoraban compartir la clase con el resto de sus compañeros, escuchar al profesor de la materia cara a cara; en definitiva, estar. Considero que es algo totalmente lógico siendo animales sociales, precisando mantenernos unidos y cerca, disfrutar junto al resto de la comunidad. Por lo tanto, no sería extraño afirmar que estimamos que tan sólo un día de presencialidad equivale y compensa a dos semanas a distancia.
La experiencia universitaria
Los estudiantes accedemos a la verdadera vivencia de la universidad cuando participamos activamente de ella. Con los ordenadores delante, ya existe un muro que nos separa y enfría indirectamente la comunicación.
“Ir a la universidad”, literalmente implica la acción de llegar a un lugar, expresa una voluntad, un deseo de querer dirigirte hacia un lugar determinado. Levantarse de la cama para encender el ordenador y recibir las clases desde la silla de mi habitación no pone en juego mi responsabilidad ni la de ningún otro compañero.
Los profesores por su parte, pierden el incentivo de tener a sus alumnos delante, de interactuar con ellos y expresarse de una forma concreta. Y lo notamos, percibimos esa ausencia de la magia que se puede dar dentro del aula con las determinadas condiciones. Somos conscientes de que el profesor no logra estar del todo cómodo, lo cual tiene sentido si tratamos de entender que su vocación pasa por tener a sus alumnos cerca, bajo una relación auténtica y vinculante. En consecuencia, como estudiantes acabamos distraídos, perdidos. Todavía no hemos aprendido a sumergirnos y contagiarnos del saber mediante las pantallas. Esto se traduce lamentablemente como una pérdida de tiempo, falta de motivación y dejadez.
El modelo híbrido, por otra parte, presenta las ventajas y defectos tanto de la modalidad online como de la presencial.
Para muchos, es el modelo perfecto. En mi caso, solo evidencia la realidad: Dicen que el cuerpo es inteligente y que debemos escuchar lo que nos pide. Todos los compañeros con los que he discutido el tema del modelo híbrido, han coincidido conmigo en que los días (o semanas) donde las clases han sido vía online, se han sentido menos productivos y anímicamente peor. Esos días están más apagados, desconectan, y no llegan a disfrutar verdaderamente de lo que aprenden. Sin embargo, cuando llega el momento de tener clase presencial, lo aprovechan con el doble de ganas y ánimo. Además, afirman que se sirven mucho mejor de las lecciones y regresan al hogar más cansados, pero con el corazón más alegre.
Esta línea de pensamiento se traduce en que el modelo online, en gran parte, genera apatía al universitario. Y si queremos ser jóvenes de valor y provecho en un futuro, debemos vivir esta etapa en mayúsculas; pasar por encima de la universidad, no que ella pase por encima de nosotros, como si fuésemos simples autómatas.
La importancia de la presencialidad
En definitiva, la presencialidad nos coloca en el lugar que nos corresponde como estudiantes; así como coloca a los profesores. Es fácil pensar que como las tecnologías han revolucionado el mundo, el mundo tal y como lo conocíamos debería adaptarse a ellas. Por supuesto que hay que reconocer el bien que han hecho y lo agradecidos que debemos de estarles a sus creadores. Sin ellas la pandemia habría incrementado por partida doble sus daños y estragos. Sin embargo, no debemos abandonar el barco y perecer ante aquello que es bueno. Existe un miedo frente a lo que es viejo, tradicional, conservador y antiguo; como si dichos calificativos se trataran de algo negativo que deberíamos rechazar. La universidad no es primitiva por agarrarse a la presencialidad. La universidad es universidad precisamente porque se aferra a dicha presencialidad, al contacto físico, a lo intrínsecamente humano.
Los estudiantes hemos podido comprobar cómo cambiar su formato no aporta nada más bueno, bello o verdadero que cuando disfrutábamos de su antigua modalidad.
Las clases online han abierto un mundo de posibilidades para aquellos que viven en el extranjero. También para los que no pueden acudir al aula por circunstancias externas. El modelo online nos ha concedido una conectividad antes inimaginable. Hemos descubierto que sí es posible reinventarse y dibujar nuevas posibilidades, aprovecharnos de la ergonomía que nos ofrecen los medios tecnológicos. Pero también hemos entendido que hay ciertos lugares que deben reservarse del avance frenético del SXXI. Defender que existen instituciones inmaculadas que deben ser salvadas del paso de la acelerada modernidad, rincones que debemos mantener resguardados e impolutos.
La universidad encarna la humanitas, es, como definía el rey Alfonso X el Sabio: “Ayuntamiento de maestros y de escolares, que es hecho en algún lugar con voluntad y entendimiento de aprender todos los saberes…”[2]. La universidad implica en sí misma una conmoción de los saberes, transmitidos como un legado, una historia narrada, ancestral. Nótese que el monarca utiliza la expresión “ayuntamiento” que implica la corporeidad de varios “en algún lugar”. Claro está que no hablaba de un lugar virtual del ciberespacio. Y hoy, ocho siglos después, hemos de preguntarnos quiénes somos nosotros para refutar su condición, la idea engendrada en manos de unos cuantos pioneros que desearon conquistar el conocimiento y así transmitirlo a los jóvenes que también lo anhelaban.
La universidad debe definitivamente perpetuar su tradición, su modelo presencial, prolongar su linaje y remitirse a la excelencia que la caracterizaba tiempo atrás, formando hombres y mujeres de provecho para el día de mañana.
Si queremos rescatar parte de esa idea inicial, no podemos ceder antes las comodidades que nos ofrece el formato telemático. Y lo digo en primera persona, como estudiante de veintiún años y generación Z. Hija de nuestros días, a que le encanta moverse, hacer amigos, viajar, aprovecharse de todo lo que le sirve en bandeja el avance tecnológico, y aprender. En nuestro caso, caer en la vía online nos acercaría más a la pereza y la apatía. El estudiante universitario de hoy, al que no se puede exigir lo que se exigía antaño, debe al menos aspirar a alcanzar el orgullo de nuestros mayores y el respeto de nuestros futuros hijos.
[1] Juan José Escribano (2 de julio, 2020). ¿Una nueva universidad o la nueva universidad de siempre? El blog de Studia XXI, Universídad. Recuperado de: https://www.universidadsi.es/transformacion-universidad-nueva-o-la-de-siempre/
[2] Alfonso X el Sabio (1265). Las siete partidas (pp.66) Castilla. Pensamiento penal. Recuperado de: http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:qzGhyRlys_UJ:ficus.pntic.mec.es/jals0026/documentos/textos/7partidas.pdf+&cd=1&hl=es&ct=clnk&gl=es&client=safari
Gracias Clara, aplaudo que compartas tu experiencia como alumna universitaria (tus sensaciones y reflexiones a la luz de la reciente plandemia). Me gustó mucho que dijeras que «hay ciertos lugares que deben reservarse del avance frenético del SXXI. Defender que existen instituciones inmaculadas que deben ser salvadas del paso de la acelerada modernidad, rincones que debemos mantener resguardados e impolutos». Sintetiza bastante tu mensaje. Recuperar la presencialidad nos devuelve la «normalidad» y, a la vez, nos ofrece una gran oportunidad para aprender y comprometernos con un futuro cada vez más exigente.
La redacción es impecable. Pero no puedo estar más en contra del contenido. Como dice el comentario de arriba, la frase «Defender que existen instituciones inmaculadas que deben ser salvadas del paso de la acelerada modernidad, rincones que debemos mantener resguardados e impolutos» es la síntesis terrorífica.
La realidad es híbrida, guste o no. El teletrabajo se expande por todo el mundo en diferentes formatos. Si la universidad quiere formar en las formas de trabajar de la realidad, si quiere formar a personas y trabajadores de hoy en día. debe comenzar por tener una formación híbrida. Podemos buscar las excusas románticas que queramos. Pero son eso, excusas. No se puede tirar por la borda todo lo aprendido en un año y medio de pandemia en cuanto a medios telemáticos y adaptación a un nuevo medio. Ante todo, el formato online complementa al presencial, y viceversa.
Se tiene que comenzar con la implementación del entorno online, e igual que se debiera hacer con el presencial, debe medirse sus fortalezas y debilidades. Todo como parte de un proceso retroalimentado que hay que comenzar a girar desde ya. El modelo online que se implantó en un momento apagafuegos genera desidia, apatía pues habrá que retocarlo. Hay que plantearse cómo adaptarse a él y lo tiene que hacer desde el estudiante hasta el rector. Que te sientes solo o sola en casa, nada te impide juntarte con tus amigos donde quieras, su casa, la biblioteca o una casa en la playa para asistir a la lección. Hay que perder el miedo a probar, equivocarse, reconocerlo, y probar de nuevo.
Volver a lo anterior no es una opción. Hoy lo difícil es aceptar que nos toca adaptarnos a grandes cambios. Sin embargo, el futuro trae grandes oportunidades.
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