Manuel Sacristán: Marxismo, división del trabajo y Universidad
La temprana muerte de Manuel Sacristán en 1985, cuando contaba 59 años, no ha reducido el interés por su trabajo. Al contrario, su obra filosófica sigue siendo una referencia ineludible en los estudios sobre Marx y el marxismo, de manera especial sobre Gramsci. Constituye sin duda uno de los principales momentos de la filosofía en español en el siglo XX. Sus trabajos sobre lógica, gnoseología y filosofía política son un hito. Sin embargo, Sacristán no pudo desarrollar su obra en las condiciones de libertad y dedicación esperadas, viéndose obligado a multiplicar sus traducciones y colaboraciones por fuera de la academia.
Como es sabido, la militancia de Sacristán en el PSUC durante la dictadura llevó a su expulsión de la Universidad de Barcelona en 1965. Aquello solo significó el culmen de sus problemas con una institución universitaria que ya antes le había mostrado su voluntad censora. De hecho, la expulsión había sido solicitada ya en los años cincuenta. Entonces, se saldó con la mudanza de Sacristán desde la Facultad de Filosofía a la Facultad de Económicas.
La fundación del Sindicato Democrático de Estudiantes de la UB
Sea como fuere, la expulsión no impidió que Manuel Sacristán continuara reflexionando y comprometiéndose con la situación de la institución académica. Al contrario, colaboró en la creación del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (1966). El acto fundacional devino en un verdadero acontecimiento dentro de la lucha universitaria antifranquista. Los fundadores celebraron la reunión encerrados en el Convento de los Capuchinos de Sarrià, mientras la policía sitiaba y asaltaba el edificio.
La llamada “Capuchinada” tuvo consecuencias políticas y administrativas tanto inmediatas como a largo plazo, y tuvo también como uno de sus momentos culminantes la publicación del Manifiesto por una universidad democrática, redactado por el mismo Sacristán. Los firmantes se dirigían a la opinión pública con una triple intención: informarles del estado de la Universidad española, proponer una reforma y comprometer a la sociedad en su proyecto. Este consistía en el desarrollo de una propuesta que debía interesar a todo el país: conseguir una Universidad democrática, es decir, “una Universidad capaz de dominar los problemas técnicos y sociales de la época”.
Manifiesto por una universidad democrática
Para Sacristán, la Universidad española en los años sesenta presentaba un atraso considerable respecto a las universidades de los países de su entorno. Este atraso se debía a varios motivos: la emigración de universitarios durante la Guerra Civil y la supresión de las libertades civiles y políticas durante el franquismo; la imposición de modelos culturales provenientes del exterior, incompatibles con el modelo de Universidad fijado en España después de la guerra; defectos antiguos de la ordenación universitaria, como el burocratismo centralista que no evitaba la “tendenciosidad” en la asignación de cátedras, la precariedad del profesorado no-numerario (hoy diríamos “asociado”) y formas de enseñanza que solo pueden ser subsidiarias, como la docencia a centenares de alumnos a la vez. Por último, la más lamentable de las causas era, para Sacristán, la destrucción de los conatos de renovación presentes en la Universidad española en las primeras décadas del siglo XX.
Para resolver estos problemas, el manifiesto solo encontraba dos caminos posibles: 1) el señalado por la acción legal y administrativa del franquismo, que buscaba establecer una “vía tecnocrática” de gestión técnica de las sociedades, sin participación del pueblo y en el que la Universidad se convertía en una “fábrica de especialistas” sin ningún “horizonte cultural, moral, ideal y político”. 2) El camino de la reforma democrática, que propugnaba que una reforma universitaria duradera solo puede hacerse si intervienen en ella los estamentos afectados por la reforma. Así, la reforma de la educación superior mostraba la vinculación de los problemas universitarios con los problemas de la sociedad española, porque tampoco esta participaba ni estaba representada durante el franquismo.
Una formación «profunda y amplia a la vez»
Para Sacristán, la reforma democrática de la Universidad debería significar un cambio en la concepción de la enseñanza universitaria, de manera que dejara de ser un privilegio de las clases económicamente dominantes, tanto por razones de justicia como de utilidad. Con este objetivo, el manifiesto proponía, entre otras cosas, el aumento de las plazas universitarias. No obstante, la reforma propuesta no se limitaba a cambiar la concepción de la enseñanza, sino también el contenido y la organización de la institución universitaria, modificando las disciplinas tradicionales por materias que permitieran dominar la realidad. Para lograr esto se consideraba fundamental una política coherente que favoreciera y permitiera la investigación.
Además, Sacristán percibía ya que la situación laboral de los obreros implicaba a la vez especialización y cambio en las funciones técnicas. Frente a esto afirmaba que “la única respuesta adecuada a ese problema reside en conseguir una formación intelectual muy amplia de los jóvenes”. Se trataba, por tanto, de una Universidad que no se limitaba a la expedición de títulos de especialista, sino a ofrecer una formación profunda y amplia a la vez.
Democratización de los órganos académicos y libertad
En realidad, el manifiesto no proponía una solución única y bien definida para el problema de la institución universitaria. No afirmaba, por ejemplo, la obligatoriedad de que las universidades públicas pertenecieran al Estado, pero sí afirmaba que ningún centro universitario debía ser propiedad de “un grupo político, religioso o ideológico en general”, porque estos solo cumplirían una función social indirecta. Esto implicaba que el problema de la libertad de enseñanza no debía ser planteado, para Sacristán, en torno al tema de la enseñanza privada, sino en torno al contenido de la libertad universitaria. Este queda expuesto como sigue: a) carácter democrático y representativo de los órganos académicos; b) libertad de enseñanza; c) libertad de investigación; d) libertad de expresión; e) libertad de asociación.
La libertad de asociación daba pie a terminar el Manifiesto por una universidad democrática con un elogio de los estudiantes, que habían insertado en la Universidad española el germen de una futura institución democrática. En este tiempo intermedio, la finalidad principal del movimiento universitario democrático era la consolidación de los organismos representativos en la Universidad, para lo cual el manifiesto proponía varias medidas prácticas de utilidad. En definitiva, el objetivo principal del manifiesto no era proponer unas soluciones técnicas al problema de la Universidad, sino mostrar que esta debía evitar su conversión en un aparato oprimido para “tomar en sus manos la causa de la libertad de la cultura e insertarla en el amplio horizonte de la lucha por la libertad en la sociedad española”.
La Universidad y la división del trabajo
Esta función directiva de la Universidad es explicitada por Sacristán en otro texto importante. Se trata de Tres lecciones sobre la Universidad y la División del Trabajo, versión escrita de unas conferencias pronunciadas en la Universidad de Sevilla en 1972 y publicadas primero en catalán, en 1976, y luego en castellano, en 1977. Estas lecciones constituyen una intervención política de Sacristán animada por las movilizaciones estudiantiles de los años sesenta que, especialmente en sectores de izquierdas, hablaban de la abolición de la Universidad. En su texto, Sacristán parte de esta misma crisis de la institución universitaria y, a través de una lectura de Ortega y de Marx, propone una superación de algunos elementos organizativos clásicos de la Universidad, elogiando, a la vez, el potencial emancipador de esta institución.
Parte, pues, Sacristán, en la primera lección, de los problemas de integración de los distintos conocimientos que están en la base de la crisis de la Universidad moderna. Para Sacristán, la universitas de la Universidad medieval no respondía a la universalidad del saber, sino que se aplicaba a los grupos de individuos, profesores y estudiantes, para significar a los “gremios”, es decir, lo contrario de una universalidad. Y si los modernos perciben la Universidad medieval como el lugar en el que se produce la armonización de los saberes es, en realidad, porque esas universidades transparentaban la capacidad de integración cultural de la sociedad en la que se crearon. Del mismo modo, la admiración por la capacidad integradora de la Universidad medieval no respondería a realidad histórica de la institución, sino que expresaría la nostalgia moderna por la armonización cultural de aquella sociedad.
Crítica de Misión de la Universidad de Ortega y Gasset
Quizá en ningún pensador se vea esta nostalgia tan clara como en Ortega. Como señala Sacristán, Ortega, en su famoso Misión de la universidad, sitúa como primera “función histórica” de la Universidad la enseñanza de la cultura, en un sentido integrador de la misma. Para Ortega, sería la Universidad la única institución capaz de realizar la función de mando, realizada a través de una serie de individuos que dictan a la población valores y creencias.
Vista desde esta perspectiva, la Universidad es una institución que “produce y organiza hegemonía” de forma diferente al aparato represor del Estado. Pero esta función de hegemonía solo se realiza mediante la división del trabajo entre los académicos que transmiten y producen “cultura” –y por tanto hegemonía- y los que enseñan profesiones. Pues bien, es en la división social clasista del trabajo donde sitúa Sacristán el punto de vista que debe regir una visión socialista de la Universidad y una abolición dialéctica que preserve su valor de uso.
Así pues, la principal función de la Universidad es la producción de hegemonía mediante la formación de una élite, pero esta función es incompatible con el socialismo. Y es el socialismo el principio ético-político que Sacristán opone a la Universidad de clase. Pero esta oposición no puede basarse en un proyecto utópico que defina claramente cómo debe superarse la división del trabajo, sino en una descripción precisa de las condiciones que hacen posible la división social clasista del trabajo y, en consecuencia, una superación de la “existente división del trabajo”. La Universidad es precisamente el modelo en el que se puede estudiar un cierto hundimiento de la división “manufacturera, clasista y jerárquica” del trabajo.
La devaluación de los títulos universitarios
Para Sacristán, esta crisis está motivada por un aumento “enorme” de la población universitaria, causada por la energía productiva que la industria libera. Al principio, el capital reaccionó con alegría a este aumento de la población estudiantil, pero ya en los años sesenta se puso de manifiesto que el sistema no es capaz de asumir ese aumento. Al contrario, más bien parece reducirse el valor de cambio de los títulos. Lo cual implica que el mantenimiento de la jerarquía ya no tiene justificación funcional, pues dos titulados, con el mismo título, ocuparán lugares de poder y estatus diferentes. “De este modo –escribe Sacristán- la crisis de la universidad deja traslucir la de todo el sistema, la quiebra del principio del beneficio”.
Sin desarrollar esta contradicción interna la institución social de la división del trabajo no desaparecería, pero tampoco lo haría sin ser activamente derribada. Por este motivo, la lucha contra la división del trabajo es una lucha contra la Universidad como lugar de producción hegemónica de ideología al servicio de la división del trabajo. Pero esto, para Sacristán, no es más que una indicación general. De hecho, también el capitalismo podría sentirse cómodo con esta abolición universitaria.
Educación en las empresas, para las empresas
Aquí Sacristán parece profético, pues muestra cómo “es verosímil” que al capitalismo le convenga “confiar ya a las grandes empresas la formación media y superior de una parte considerable de la población. Precisamente aboliendo de un modo formal la Universidad o reduciendo su dimensión y su alcance, el poder capitalista frenaría el desarrollo de la crisis social en la enseñanza”. Esto lo haría mediante la dispersión de las universidades en “una infinidad de centros y subcentros (muchas veces confiados directamente al capital) de preparación profesional y de investigación” en los que se produjera hegemonía y se formaran las élites. El análisis de Sacristán de las condiciones del trabajo bajo el capitalismo es tan preciso que parece anticiparse a las estrategias de muchas multinacionales actuales, que directamente forman y titulan a sus trabajadores con cursos basados en las necesidades empresariales.
Titulaciones universitarias y estratificación social
En todo caso, Sacristán muestra que el capitalismo parece preferir otras estrategias más flexibles, que pretenden limitar las consecuencias del aumento de la población estudiantil en la organización jerárquica de la sociedad. Para esto, el poder capitalista refuerza la jerarquía en la misma titulación, creando títulos de primera, segunda o tercera categoría, lo cual conduce, precisamente, a reforzar la estratificación universitaria y a evitar las consecuencias que la masificación de la Universidad y el aumento del paro tendrían para la legitimidad del capitalismo.
Por este motivo, la lucha socialista contra la Universidad capitalista debería abrazar la democratización formal y material de los accesos y la permanencia en la Universidad. El socialismo también debería luchar por la desjerarquización de las funciones, especialmente contra la estratificación manufacturera, reivindicando una enseñanza con una cierta carga de trabajo físico. Además, una posición socialista reivindicaría, por supuesto, la democratización de la organización universitaria existente.
Prioridad de la lucha socialista
¿Seguirá siendo esto una Universidad? Eso, para Sacristán, es lo de menos. Lo importante para el movimiento obrero es identificar la lucha adecuada: la que permite a los pueblos el acceso al conocimiento, sin dejar que el poder capitalista, con argumentos aparentemente técnicos, mantenga una división del trabajo jerárquica.
Sin duda, plantear el problema de la Universidad desde el socialismo y el movimiento obrero puede alejar a algunos interlocutores. Quizá ese sea el motivo de que Manuel Sacristán, al ser expulsado de la universidad, decidiera enfocar el análisis en términos democráticos, conjugando posiciones distintas que pudieran encontrarse en un proyecto común, al menos durante un tiempo. Hoy, también, la finura de sus escritos y el carácter casi profético de sus argumentos merece ser atendido desde todas aquellas posiciones que se preocupan por el presente y el futuro de la Universidad. Se compartan o no sus objetivos y sus luchas, la obra de Sacristán sigue siendo una referencia indiscutible, por la brillantez y claridad de su mirada y de su investigación sobre los procesos del poder capitalista. Una referencia para el estudio de la Universidad en las sociedades contemporáneas.
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Se trata de una contribución magnífica. Las ideas de Sacristán sobre la universidad están perspicuamente presentadas y está bien recordarlas, como homenaje a su figura y porque algunas. Osas relevantes podemos aprender de ellas. Muchas gracias, Rafael!
Gracias por esta valiosa contribución. Me ha llamado la atención el contraste entre la aportación a los debates acerca de la desigualdad de lo que podríamos llamar -no sin cierta paradoja- la «izquierda tradicional», centrada en los aspectos materiales (lucha de clases, organización jerárquica del conocimiento, reproducción social), con los actuales posicionamientos de la izquierda de nuevo cuño al respecto, enfangada en los conflictos identitarios. Uno puede estar más o menos con el marco analítico del autor, pero de lo que no cabe duda es del carácter sustantivo de sus preocupaciones y aportaciones, algo que se echa en falta en el debate intelectual sobre la idea o misión de la universidad.
Excelente artículo, enhorabuena. Una pequeña observación (una tontería de fechas): salvo error por mi parte, la primera edición de «La Universidad y la división del trabajo» fue en 1971, en Realidad, la revista teórica del PCE.
Dos textos complementarios de Sacristán sobre el tema, también de interés en mi opinión: «Studium generale para todos los días de semana» (1963) y «Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores» (1968) (de la conferencia de 1970 sobre el segundo tema o solo se ha conservado el esquema).
Dos recomendaciones: Francisco Fernández Buey, «Por una universidad democrática» (Vilassar de Dalt: El Viejo Topo, 2009), con el moismo título que el Manifiesto de 1966, y Víctor Méndez Baiges, «La tradición de la intradicción. Historias de la filosofía española entre 1843 y 1973» (Madrid: Tecnos, 2021).
Hola, Salvador:
Muchas gracias por tus precisiones y bibliografía. Estaba bastante seguro de la primera edición de «La Universidad y la división del trabajo», pero es evidente que conozco a Sacristán mucho peor que tú.
Por supuesto, barajé incluir los textos complementarios que citas, pero había que decidirse. Espero tratarlos en otro lugar.
Me permito recomendar, para quien lea este comentario, tus excelentes trabajos sobre la obra de Sacristán, que son, a mi juicio, de lo mejor que se ha escrito sobre el mismo Sacristán y sobre la filosofía política española contemporánea.
Me alegra mucho saber que este artículo te ha llegado y recibo tu enhorabuena, así como las de Rafael L-M y del profesor Moreso, con la mayor alegría. ¡Gracias!
[…] En cierta manera, parece lógico que así sea si asumimos que hay verdad en la idea de que la Universidad no es ajena a la política. Es más, no solamente no es ajena, sino que sus efectos sociales son los de un poderoso aparato de producción cultural, ideológica e incluso de estratificación social, como señalan autores como Manuel Sacristán, recientemente reseñado en estas páginas. […]