Sobre el desajuste entre la oferta y la demanda de universitarios
La realidad española se caracteriza, entre otras cosas, por un marcado desajuste entre la oferta y la demanda de universitarios, al que se suman la alta proporción de universitarios sobrecualificados para una cantidad insuficiente de empleos que corresponda a su nivel de formación, así como “una no despreciable cantidad de trabajadores con carencias formativas”. De todo ello se deprenden las dos prioridades que deberían marcarse las universidades para adaptarse a “un mercado laboral cambiante”: mejorar el contenido práctico de las titulaciones y fomentar la formación de los trabajadores a lo largo de la vida.
Comparto plenamente la necesidad de fomentar el contenido práctico de las titulaciones, aunque con algunos matices. No cabe duda de que las universidades tienen que plantearse iniciativas en este ámbito; no obstante, es importante no enfocarlas exclusivamente sobre la demanda laboral a corto plazo. La empleabilidad no se fomenta definiendo un gran número de perfiles profesionales propios de una industria y ofertando cursos dirigidos a cada uno de esos perfiles. Los itinerarios formativos en forma de “silos” cerrados o largos túneles conllevan siempre un triple riesgo: centrarse en profesiones o maneras de ejercerlas que son obsoletas; crear fronteras en vez de puntos de contacto entre las profesiones; y enfatizar lo propio de cada industria en lugar de fomentar competencias más amplias comunes a varias de ellas. Los contenidos “prácticos” mejoran la empleabilidad solamente si a la vez se adquieren competencias transversales que permitan a las personas adaptarse a distintas industrias o puestos de trabajo (de ahí el nombre de “currículos en forma de T”).
En relación con el tema de la orientación “práctica” de los estudios, cabe señalar también que existe una diferencia estructural fundamental entre España y la mayoría de los países europeos más avanzados (Alemania, Suiza, Holanda, Finlandia, Austria, Francia, etc.). Estos países matriculan menos estudiantes que España en carreras de tipo académico porque, junto con las universidades, disponen de un sector de formación profesional de técnicos más desarrollado y de instituciones de educación superior de tipo Fachhochschulen, Hogescholen, Hautes Écoles, Grandes Écoles, etc., con programas de grado y máster conectados mucho más directamente con el tejido empresarial. Estos sistemas de educación terciaria integrados, donde coexisten una sólida rama universitaria, una poderosa rama de “universidades de ciencias aplicadas” y un sistema atractivo de formación profesional, son los que mejor han resistido la “crisis” económica-financiera de la última década. A falta de una diversificación de las instituciones similar a esta, creo que España necesita una diferenciación mucha más amplia, es decir, varios tipos de universidades: unas más enfocadas a las ciencias y la investigación y otras más orientadas al aprendizaje y a la aplicación práctica de los estudios. Y creo también que habría que desarrollar más pasarelas entre estudios universitarios y formación profesional que recorran ambos sentidos.
En cuanto a la educación-formación a lo largo de la vida, es bastante sorprendente que en una mayoría de universidades no se haya desarrollado ya como una columna vertebral de las estrategias institucionales. No se necesitan muchos estudios de prospectiva para darse cuenta de que, con un número cada vez menor de egresados de la educación secundaria, las instituciones dependientes de la captación de estudiantes jóvenes no podrán garantizar su futuro. Por otra parte, dados el envejecimiento de la población y la extensión de la edad laboral, junto con una alta tasa de paro y un rapidísimo ritmo de cambio en los mercados laborales, las universidades deberían cuidar más y mejor estas nuevas categorías de aprendientes: unos aprendientes cada vez más numerosos que constituyen una fuente vital de matriculaciones y de recursos para las universidades.
El paso hacia la educación-formación continua es uno de los cambios de paradigma que España tiene pendiente. El giro copernicano que se les exige a las instituciones universitarias implica aprender a competir en un mercado en el que carecen de monopolio; identificar las necesidades de aprendientes muy diversos y exigentes; gestionar con agilidad una oferta de cursos y programas más flexibles; formar a los docentes para que adapten los contenidos y los métodos; y, desarrollar estas actividades de manera económicamente sostenible y con calidad académica. Si bien todas las universidades ya ofertan cursos de formación a lo largo de la vida, son pocas las que han ajustado sus planes estratégicos a este nuevo contexto, y aún menos las que ya generan recursos netos de esta nueva y creciente demanda. Pero todo indica que el futuro de las universidades depende de manera determinante de su capacidad de adaptación a estas nuevas condiciones, propias de la edad del conocimiento y de la revolución digital.
Fuente: Cuaderno de Trabajo 10 de Studia XXI, “Universidades y Empresas: Apuntes para crear sinergias con sentido“.
Con honrosas excepciones, las universidades españolas siguen todavia impermeables a las recomendaciones como ésta, de tanto sentido común, histórico, educativo y económico. La Universidad Española – en su gran mayoria – está formada por organizaciones cuya alta dirección – rectores, catedráticos, profesores titulares – menos tiempo y recursos dedica a la planificación estratégica de su futuro. Los mandatos de rector duran cuatro años y ni se tiene ni se quiere un sistema de rendición de cuentas de los resultados de los equipos rectorales. Encima, se ha cargado el peso de la crisis en los profesores asociados con lo que se demuestra que la capacidad para empeorar lo malo no tiene fin en estas instituciones. Es un problema político de primer orden cuyo debate está manipulado y secuestrado por generaciones de políticos que han usado la universidad para tener un trampolín y después un cobijo. El panorama es desértico. Nadie se pregunta porquè no hay una sola novela crítica ambientada en el entorno universitario español?
Enhorabuena, muy acertado análisis. La diversificación en los objetivos del sistema de educación superior en España es una necesidad cuya existencia es posible que, en buena medida, explique las dificultades en el empleo de la población juvenil. La investigación, la generación de conocimiento, es un objetivo muy importante para las universidades pero ni todas están igualmente dotadas para dar adecuada respuesta a este ni tampoco es necesario que así lo sea. Preparar a los egresados para dar respuesta a las demandas económicas, productivas, sociales en definitiva, del territorio no es un objetivo menos importante que aquel. El desarrollo de instituciones de educación superior de excelencia en el ámbito de la formación continua, de la formación profesional, en especial la dual, ha probado su éxito en otros países. La diversificación en los objetivos de las instituciones que conforman el sistema de educación superior en España, junto a una mayor autonomía de estas para conformar sus plantillas de profesores e investigadores permitiría la agregación de talento en razón de los objetivos concretos de esa institución y haría posible la excelencia de estas en respuesta a metas diferentes.
[…] de Universidad Sí. Reproduce un fragmento de la aportación de Guy Haug en el Cuaderno de trabajo 10 de Studia XXI: […]
[…] han salido publicadas dos entradas, de Guy Haug (ver aquí) y María Ramos (ver aquí), que nos sitúan en el contexto de la relación Universidad-Empresa, […]