Tras la verdad, la democracia, la libertad de pensamiento y expresión
En los últimos años hemos asistido, demasiadas veces, a intentos en nuestras universidades de impedir conferencias, debates, mesas redondas de personas relevantes públicamente, por parte de grupos radicales de diverso signo. Creo que se trata de un intento grave de coartar la libertad de expresión en el lugar en donde ello es, tal vez más grave: en la Universidad, el templo de la palabra, uno de los foros de la razón pública. En la Universidad Autónoma de Barcelona, tuvimos, poco antes de comenzar la campaña electoral de las elecciones generales de abril uno de los últimos de estos intentos. Creo que los universitarios debemos condenar estos actos sin paliativos. Hace dos años, preocupados por la extensión de estas prácticas en las universidades norteamericanas, dos profesores de la prestigiosa Universidad de Princeton, Robert P. George y Cornell West (en los antípodas ideológicos, George católico conservador, West radical de izquierdas) propusieron a la firma un Statement. Obtuvo muchas firmas dentro y fuera de los Estados Unidos. Pues bien, creo que es un texto oportuno, por lo que lo traduzco y lo ofrezco como reflexión primaveral en nuestro blog.
La búsqueda del saber y el mantenimiento de una sociedad libre y democrática requiere el cultivo y la práctica de las virtudes de la humildad intelectual, la apertura de la mente y, antes que nada, el amor a la verdad. Estas virtudes se manifiestan a sí mismas y se refuerzan mediante la voluntad de escuchar con atención y respeto a las personas inteligentes que desafían nuestras creencias y que representan causas con las que discrepamos con puntos de vista que no compartimos. Es por ello que nosotros tratamos respetuosamente de relacionarnos con personas que desafían nuestros puntos de vista. Y por ello nos oponemos a los que quieren silenciar a los que discrepan de nosotros, especialmente en la Facultades y campus universitarios. Como John Stuart Mill nos enseñó, reconocer la posibilidad de que también nosotros podemos estar equivocados es una buena razón para escuchar y considerar honradamente –y no meramente tolerarlo con desgana- los puntos de vista que no conocemos, incluso las perspectivas que nos parecen chocantes o escandalosas. Y aún más, como Mill hizo notar, incluso si alguien tiene la razón en una materia en disputa, relacionarse con personas que discrepan seria y respetuosamente profundiza nuestra comprensión de la verdad y agudiza nuestra capacidad de defenderla. Ninguno de nosotros es infalible. Seas de izquierdas, de derechos o de centro hay personas razonables de buena voluntad que no comparten tus convicciones fundamentales. Esto no significa que todas las opiniones son igualmente válidas ni que todos los que opinan merezcan ser escuchados por igual. Ciertamente no significa que no haya verdad alguna por descubrir. Ni que tú estés necesariamente equivocado. Pero tampoco los demás lo están de manera necesaria. Así, los que no han caído en la idolatría de la veneración a las propias opiniones y las aman por encima de la verdad misma querrán escuchar a los que ven las cosas de un modo diferente para aprender qué consideraciones –pruebas, razones, argumentos- los llevan a un lugar diferente del que, al menos por ahora, se encuentran ellos. Todos nosotros queremos –incluso ansiamos- relacionarnos con aquellos que están dispuestos a relacionarse conforme al discurso de la búsqueda de la verdad, ofreciendo razones, ordenando las pruebas y elaborando argumentos. Cuanto más importante es la cuestión debatida, más deseamos ser escuchados y –especialmente si la persona con la que conversamos desafía nuestras convicciones profundas- poner en duda incluso aquellas de nuestras creencias más queridas y que conforman nuestra identidad.
Es demasiado común hoy en día tratar de hacer inmunes a la crítica aquellas opiniones que se han convertido en dominantes en cada comunidad particular. Algunas veces se lleva a cabo cuestionando los motivos y estigmatizando a aquellos que disienten de las opiniones dominantes; o bien interrumpiendo sus presentaciones, o bien pidiendo que sean excluidos del campus o, si ya han sido invitados, anulando la invitación. Algunas veces estudiantes y profesores dan la espalda a los conferenciantes cuyas opiniones no comparten o simplemente se van y rechazan escuchar aquellas convicciones que ofenden sus valores. Es claro, el derecho a la protesta pacífica también en los campus es sacrosanto. Pero antes de ejercer este derecho, cada uno de nosotros tendría que preguntarse: ¿no sería mejor escuchar respetuosamente y tratar de aprender de un conferenciante con el que no estamos de acuerdo? ¿No sería menor servir la causa de la búsqueda de la verdad llevando al conferenciante a una discusión franca y civilizada? Nuestra voluntad de escuchar y relacionarnos respetuosamente con aquellos de los que discrepamos (sobre todo en materias de profunda importancia) contribuye vitalmente al mantenimiento de un medio en el cual las personas se sienten libres de decir lo que piensan, considerando posiciones impopulares y explorando líneas de argumentación que pueden socavar maneras de pensar consolidadas. Este talento nos protege contra el dogmatismo y el pensamiento único, ambos tóxicos para la salud de las comunidades académicas y el funcionamiento de las democracias.
Creo que no puede decirse mejor. Con un poco de fortuna, ahora que nuestros políticos tratan de encontrar el mejor modo de dialogar para pactar entre ellos, tal vez lo lean algunos. También les conviene aprender de la actitud que aquí se vindica.
Bertrand Russell dejó un mensaje para las futuras generaciones en una entrevista en 1959 que le hizo John Freeman para el programa Face to Face.
“Me gustaría decir dos cosas: una intelectual y otra moral. La intelectual es esta: cuando investigues cualquier tema, pregúntate cuales son los hechos y la verdad que la sustentan. Nunca te dejes desviar por lo que desearías creer o por los argumentos que te beneficiarían. Observa solo cuales son los hechos. Esta es la premisa intelectual que me gustaría trasmitir.
Y respecto a la sentencia moral, me gustaría decir una cosa muy sencilla: el amor es sabio y el odio es estúpido. En este mundo en donde cada vez más está todo interconectado hemos de aprender a tolerarnos los unos y los otros. Hemos de aprender a aceptar el hecho que alguien piense y diga alguna cosa que no nos guste. Solo podemos vivir juntos de esta manera. Si vivimos y morimos juntos, hemos de aprender un tipo de caridad y tolerancia. Que por otra parte es vital para la continuación de la vida en este planeta.
https://www.youtube.com/watch?v=eQYkqUlsIq0
Estos son a mi modo de ver los dos objetivos intrínsecos de toda universidad: ciencia y tolerancia.
Gracias José Juan Moreso por hacérnoslo recordar.
Gracias,JJ, gracias George y West . No se puede decir más en menos. Nada mejor para combatir las opiniones dominantes que no perder la voluntad de revisar los propios juicios en un intercambio abierto a escuchar, como parte de conversaciones civilizadas.
LO QUE LA VERDAD NO PUEDE EVITAR SOBRE ELLA MISMA:
1) Ser acusatoria. La verdad, para ser realidad, se ve obligada a decir siempre causas y causantes de las cosas. Si no, no sería verdad.
2) Parecer resentimiento. La verdad es insistente o reincidente sobre cualquier resistencia de personas que la rechazan o la niegan. Por eso siempre está a vueltas sobre lo mismo que es polémico o que «hiere» o que molesta. Eso siempre parece puro resentimiento, pero no lo es.
3) Levantar ampollas o desarrollar intolerancia a los que han estado aislados de ella. Sí, los que han vivido contra ella o sin ella, por impulso egocéntrico, ¡ya no la aceptan!, y así dictan siempre (con tantos recursos de poder e influencias que inmoralmente tienen) un impedirla atroz a todas horas.
A partir de ahí se desarrollan siempre unos AYUDANTES DEL VETAR A LA VERDAD, porque les hiere, les molesta, les estropea negocios o recibir más premios literarios, etc. Pero, en realidad, vetar a la verdad (o a quien la muestra racionalmente) es el mismo mal.
También, esos AYUDANTES DEL VETAR A LA VERDAD nunca jamás de los jamases
reconocerán ser ayudantes del vetar a la verdad. Ellos se guisan una serie de seudosabidurías que desarrollan (para intoxicar a la sociedad y pudrirla) como si nada o por sus intereses, y ellos se lo comen tal guiso en total corrupción, sí, tras pisotear realmente a la pobre ética.
José Repiso Moyano
https://delsentidocritico.blogspot.com/
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Lo que me parece mal es que si votas a un Partido «tengas que comprar todo el paquete». Debería ser como en EE UU y los asuntos más importantes o polémicos, ser sometidos a referendum.
La verdad no es democrática pero esta es la manera menos mala de organizarse socialmente.
[…] sea por el relativismo o por las nuevas formas de dogmatismo, cada vez son más quienes consideran que el diálogo como medio de indagación es una empresa […]
La democracia es el sistema menos malo en lineas generales, aunque puede pasar que algunas dictaduras, o quizás mejor dictablandas, en algunos casos puedan funcionar mejor que algunas democracias. ¿Y la «dictadura» , o «dictablanda», de los mejores, de los más capaces y los más honestos, un poco al estilo de La República de Platón? ¿Pero quien los elegiría? ¿Por cuanto tiempo mandarían para intentar evitar riesgos de desgaste y de corruptela al estar tanto tiempo? También es verdad que algunos, por lo menos, podrían estar mucho tiempo, porque se mantienen lúcidos a pesar de tantos años, y pueden tener la sabiduría que a algunos, no a todos, les da la experiencia. Y también es verdad que los hay que a pesar de llevar muchos años en el poder se mantienen en la honestidad, no los corrompe el poder. Un saludo y perdón por la digresión.