Una crítica a la orientación utilitarista de la universidad

Los apresurados cambios que ha traído consigo el fenómeno de la globalización, no sólo a nivel de la tecnología y los sistemas de información, sino que también en aspectos económicos y políticos, han obligado a las organizaciones a desarrollar procesos de transformación para ser capaces de competir con otros y “responder con productos y servicios de calidad para satisfacer al cliente” (Ferrer y Pelekais, 2004).

Transformación de la universidad: del bien público al producto comercializable

Lamentablemente, la educación superior no presentó inmunidad frente a este cambio de paradigma, forjado bajo lógicas de mercado. Es más, lo presente facilitó su transición de un bien público a un producto comercializable, lo cual le ha significado cambios relacionales y valóricos, para así estimular el mercado y dirigir la institución como un negocio (Levidow, 2002).

Si bien “la misión de la universidad es la búsqueda de la verdad, en sí misma, en todos los campos del saber, y de la verdad última, que radica en el terreno del espíritu” (Jiménez, 2018), esta reforma silenciosa a sus estructuras institucionales y modos de gestión ha puesto en tela de juicio la manera en que se concibe y produce el conocimiento.

El saber subordinado a criterios económicos y competitivos

El saber parece haber quedado subordinado a criterios tales como su rentabilidad económica, aplicabilidad inmediata y competitividad global.

Uno de los principales síntomas de este padecimiento, y como ya se señaló anteriormente, es la adopción de un modelo gerencialista en la educación superior, que asimila el funcionamiento de la institución educacional al de una empresa.

Como consecuencia, la valoración de los saberes y las disciplinas se hacen en función de su retorno económico, o bien, retorno simbólico, por ejemplo, a través de posiciones en rankings internacionales. Esta priorización, de las necesidades del mercado por sobre los valores educativos tradicionales, ha forzado también la adecuación de la oferta universitaria a las características del entorno productivo.

Esto ha promovido que el diseño de las carreras y los programas atiendan únicamente a la demanda del mercado y no necesariamente a necesidades sociales más amplias o a los desafíos más urgentes.

La visión instrumental del conocimiento y su impacto social

Esta dinámica refuerza una visión instrumental del saber, en la que aprender se entiende como un medio para conseguir empleo y no en una práctica de formación integral, que “permite al ser humano desarrollar su potencial creativo, ampliar el conocer, formarse para hacer, ser, convivir en una sociedad” (Ferrer y Pelekais, 2004).

En otras palabras, la estructura señalada ha redirigido las enseñanzas a la mejora de la empleabilidad del estudiante egresado, frente a lo cual los cursos se han adaptado a las habilidades comercializables, bajo la firme creencia de que donde hay demanda, la oferta debe seguirla.

En semejante entorno, donde todo conocimiento debe justificarse en función de su utilidad práctica, las disciplinas tradicionalmente abocadas al análisis crítico – por ejemplo de la cultura, el poder y las formas de subjetividad – se han visto relegadas y precarizadas.

No es de ningún modo recomendable restarle relevancia a la presente situación, puesto que la pérdida de centralidad de estos saberes se traduce en una pérdida de espacios de pensamiento crítico, indispensables para la vida democrática y la construcción de la ciudadanía.

La necesidad de recuperar el papel transformador de la universidad

La orientación utilitarista del saber no es inevitable, puesto que responde a fenómenos políticos, económicos e ideológicos que la trascienden y que pueden y deben ser cuestionados. Para recuperar el papel transformador de la universidad, es necesario reivindicar el valor intransable del pensamiento crítico, la investigación – sin un interés económico de por medio – y de los saberes no inmediatamente útiles.

La invitación es a pensar críticamente sobre la esencia de la enseñanza y su papel en la sociedad. En el período en el cual se encuentra la humanidad, marcado por crisis ecológicas y sanitarias, desigualdades crecientes y conflictos globales, se necesita más que una una educación superior que sea capaz de formar sujetos reflexivos, comprometidos y capaces de imaginar futuros alternativos.

 

Comentarios
  1. BMD dice: 23/05/2025 a las 13:21

    Excelente. Excelente!!

  2. David C. dice: 24/05/2025 a las 12:09

    La contribución es una llamada de atención a un fenómeno irreversible desde la aplicación de Bolonia. Se alertó sobre ello, y aquí lo tenemos. El modelo aplicado, sin embargo, no es sólo «gerencial», como se avanza en este artículo. La siguiente frase de la autora también se puede aplicar a la docencia que impartimos los profesores: «la valoración de los saberes y las disciplinas se hacen en función de su retorno económico». Todos los profesores sentimos implícitamente la presión de las universidades por satisfacer las demandas de nuestros estudiantes-clientes. Ellos lo saben, y su presión, en ocasiones, es explícita. Hacer pasar a los estudiantes de curso se ha convertido en una necesidad de supervivencia para muchos profesores. Las propias evaluaciones del profedorado se sustentan sobre el «éxito» de los estudiantes en el curso. Sólo queda resistir y hacer nuestra labor honestamente, también para que los estudiantes sientan que su título tiene un valor, y no hacerlo coincidir con el precio de los créditos.

  3. Tania dice: 24/05/2025 a las 18:10

    Lo ideal es que incluso las universidades privadas mantengan un fuerte compromiso con la calidad del conocimiento y la responsabilidad social, más allá de la mera obtención de ganancias.


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