Universidad conectada: apertura versus monopolio

Son muchos los desafíos que la conectividad digital plantea a las universidades (ver, «apertura y coordinación en la universidad en la era digital» ). Entre ellos destacamos en este artículo avanzar en una estrategia de apertura institucional que permita diseñar espacios de aprendizaje que conecten los intereses de los estudiantes y los de los agentes interesados en la innovación y el conocimiento. Actualmente esa apertura institucional está confrontada con las propuestas tradicionales que consideran a la universidad como el referente físico central de la producción y difusión del conocimiento, de la innovación e incluso de la emprendeduría. Sin embargo, la senda de la apertura es determinante si la academia desea cubrir algunas de las necesidades que demandan urgentemente sus nuevos públicos, ya sean los estudiantes, las empresas o la propia sociedad civil.

Hoy en día las prácticas y los procesos sociales generadores de conocimiento e innovación suceden mayoritariamente en espacios abiertos y conectados a través de Internet.

La web es el lugar de trabajo natural de los estudiantes. Constituye un espacio abierto que proporciona herramientas, contenidos y recursos de aprendizaje sin las limitaciones propias del mundo físico. La articulación de la web con otros ámbitos no-formales da lugar a contextos de aprendizaje enriquecidos que funcionan como generadores de innovación, donde se ponen en relación personas, recursos y servicios para poner en marcha nuevas ideas. A diferencia de lo que sucede en el modelo clásico de la instrucción que predomina en las universidades, en esos espacios el conocimiento no se da por supuesto sino que emerge de las prácticas sociales y son las propias comunidades las que validan las nuevas realizaciones (ver, Schmidt, J.P; Geith, Ch.; Håklev, S. & Thierstein, J., Peer-To-Peer Recognition of Learning in Open Education, The International Review of Research in Open and Distance Learning, 2009, vol. 10-5).

Por supuesto, las prácticas de aprendizaje informal no son nuevas, ni exclusivas de los espacios mediados digitalmente. La adquisición de competencias de todo tipo ha sido habitual en espacios como bibliotecas, centros ocupacionales o centros cívicos; y más recientemente en MediaLabs, talleres de makers o espacios de trabajo colaborativo. La novedad reside en la capacidad de conectar esas prácticas mediante tecnologías digitales, lo que permite monitorizarlas y utilizar los datos del seguimiento para acreditar y certificar directamente las habilidades adquiridas, utilizando procedimientos que están al alcance de cualquier agente interesado. Y ello sin necesidad de recurrir al conocimiento experto que tradicionalmente era exclusivo de los organismos “oficiales” (ver, Ito, M., Soep, E., Kliger-Vilenchik, N., Sheresthova, S., Gamber-Thomson, L., & Zimmerman, A., Learning Connected Civics: Narratives, Practices, and Infrastructures, Curriculum Inquiry, 2015, 45:1, 10-29).

La expansión de las prácticas de aprendizaje abierto —tanto en la modalidad en línea, como presencial— está sucediendo en paralelo a la progresiva inadecuación funcional de los estudios de grado y máster, que conforman la principal oferta educativa de las universidades.

Hay un amplio consenso entre los empleadores y en los propios estudiantes sobre la falta de valor que aporta un título de grado cuando se trata de acceder a un puesto de trabajo de la economía abierta, en ocupaciones que no dependen de marcos regulatorios. En algunos sectores como el de la informática la brecha es tan grande que las empresas hace tiempo que recurren a cualquier recurso alternativo —hackathons, eventos de coding patrocinados, concursos de aplicaciones, academias y cursos de programación en Internet, nano-grados, etc.— para seleccionar y formar a sus empleados en las habilidades que necesitan, que están lejos de las que los estudiantes pueden adquirir en las escuelas técnicas superiores. Y lo mismo sucede cuando se trata de otros muchos campos en las ciencias sociales, las humanidades y las enseñanzas técnicas universitarias, supuestamente llamados a nutrir de profesionales cualificados a los sectores de la economía digital (ver, Caribou Digital, Winners & Losers in the Global App Economy, Farnham, Surrey, United Kingdom, Caribou Digital Publishing, 2016).

Teniendo en cuenta los nuevos espacios disponibles, la universidad necesita replantearse su papel como principal agente formador y certificador de las competencias adquiridas en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Es necesario abrir la burocracia a través de múltiples canales que permitan establecer conexiones fluidas con la sociedad. Se trata de un cambio profundo que requiere actuar en el mismo diseño político institucional. Lo que hemos visto en los últimos tiempos es que la gestión de las universidades se ha orientado según viejos modelos de eficiencia industrial, en los que la estructura de la organización supone una frontera con el exterior en forma de embudo: necesita un flujo continuo de estudiantes, información, materiales, productos, servicios, etc. entre el interior y el exterior; pero simplemente utiliza la ventaja que, por ahora, le otorga su condición monopolística para controlar y regular, al menos en parte, esos flujos. La universidad embudo se ha preocupado principalmente por su organización interna, absorbiendo cada vez más recursos para el sostenimiento de esas estructuras internas y tratando de diferenciarse del resto de agentes y espacios de educación superior apoyándose en  un marco de exclusividad basado en normas y procedimientos burocráticos (Ver, Paul F. Campos, The Real Reason College Tuition Costs So Much, The New York Times, 4 abril 2015).

El nuevo contexto abierto e interconectado demanda otro tipo de organizaciones.

La organización embudo está pensada para el control, pero las nuevas capacidades de acceder al conocimiento y aplicarlo en situaciones de práctica real han desbordado la capacidad de la academia de monopolizar el escenario de la formación y la acreditación de esos conocimientos. En esas circunstancias los modelos excluyentes tienden a quedar relegados y a formar silos que tienen un impacto muy limitado en el conjunto del sistema social que los acoge.

Otros modelos alternativos se basan en la metáfora de la interfaz, y resultan adecuados para las situaciones en las que la eficiencia y el control suponen un requisito para existir pero no un valor diferencial. En la organización interfaz los límites se hacen difusos y el espacio de interacción se convierte en su seña de identidad y en su carácter diferencial. En esta transición, la gestión organizativa requiere el diseño de interfaces y demanda metodologías basadas en el diseño de servicios, la dotación de protocolos de comunicación e intercambio y el establecimiento de redes de colaboración estables con otros agentes interesados (ver, Thomas W. Malone, Designing Organizational Interfaces, Proceedings of the CHI’85 Conference on Human Factors in Computing Systems, San Francisco, CA, April 14-18, 1985).

Hay al menos tres coordenadas a tener en cuenta en el diseño organizativo basado en los postulados de la apertura:

  • Entornos de colaboración. La capacidad de establecer conexiones abiertas desdibuja las dimensiones dentro/fuera de la organización. No hay un límite definido sobre lo que se queda dentro y lo que sale al exterior. En esas condiciones los elementos que tienen parte en la acción son compartidos y dispuestos de manera que puedan ser utilizados por todos los agentes participantes.
  • Estructura reticular integradora. Hasta ahora las universidades han aplicado una lógica del tipo dentro/fuera, fomentado la exclusión dentro de la red de agentes de la formación superior ya sea cambiando los protocolos —mediante normativa legal— o rompiendo los lazos de comunicación entre los nodos —mediante filtrado meritocrático-. En un sentido contrario, la integración en una red pasa por encontrar elementos “conectores” que actúen como enlaces entre grupos de nodos y, al mismo tiempo, por compartir los protocolos de comunicación de esa red al resto de agentes interesados en formar parte de ella. Por lo que una situación más favorable al nuevo marco social consistiría en impulsar una lógica del tipo centro/periferia con el objetivo de fomentar la integración de la red.
  • Gestión de la propiedad compartida. Los entornos abiertos a la producción de conocimiento demandan que los participantes puedan acceder a los materiales y los productos implicados en el proceso de construcción de ese conocimiento. Aspectos como las licencias y la gestión restrictiva de la propiedad intelectual, cuando se trata de contenidos, o las patentes cerradas en el caso de productos, se muestran como auténticas barreras a la innovación y se oponen  a la lógica de la apertura.

Una aplicación posible de los modelos institucionales abiertos sería en el rediseño de los estudios de grado y másteres. También en la convalidación de competencias y en la promoción del trabajo de los estudiantes más allá de los límites físicos de la universidad. Esas son cuestiones a tratar en un próximo post. Entre tanto, puedes seguir la conversación en @danidominguez@alvarezuned, y @universidad_si

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