Universidades españolas de éxito: ¿de qué estamos hablando?
¿Universidades exitosas y mediocres?
Desde que empezara a investigar y reflexionar sobre el Sistema Universitario Español, mis compañeros y yo nos hemos planteado en infinidad de ocasiones las siguientes preguntas: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de universidades de éxito? ¿Cómo definimos a las mejores universidades españolas?
Aunque quizá no sea políticamente correcto, todos tenemos en mente un puñado de universidades españolas que consideramos de éxito, mientras que el resto de universidades son consideradas “mediocres”. Pero, ¿cómo estamos definiendo ese éxito? ¿En qué nos estamos basando para etiquetar de esa manera a las universidades?
Ésta es una pregunta eminentemente transversal y que, a priori, podría no parecer relevante en plena crisis del COVID-19. Sin embargo, en las crisis no conviene únicamente centrarse en apagar fuegos. Conviene también ser estratega para, en el medio plazo, adaptarse al nuevo panorama al que darán lugar.
El sesgo de los rankings universitarios
Actualmente, cuando etiquetamos una universidad como “buena” o “mala” no estamos hablando de su productividad o de la calidad de su producción. Ni siquiera estamos hablando de lo que aportan en su entorno socioeconómico. De lo que estamos hablando es de su reputación.
Desde que aparecieron los rankings universitarios globales a principios de este siglo, las universidades están sometidas a una evaluación que podemos llamar informal. Esta evaluación escapa al control de los gobiernos y en la comunidad universitaria todos reconocemos que está claramente sesgada.
Tal y como están diseñados estos rankings, sólo determinado tipo de universidades puede aspirar a ocupar un puesto entre sus primeras posiciones: las universidades de gran tamaño (con grandes presupuestos muy superiores a los de cualquier universidad española) y con una fuerte actividad investigadora en las áreas de ciencias naturales, biología y medicina. Por lo tanto, resulta muy complicado para las universidades generalistas (con mucho peso en artes y humanidades) y (poli)técnicas sobresalir en estos rankings.
Los medios de comunicación suelen hacerse eco de los resultados alcanzados por las universidades en estos rankings globales haciendo caso omiso (salvo alguna excepción) a todas estas limitaciones. Así, ofrecen jugosos titulares sin tener en cuenta que estos rankings no permiten medir adecuadamente el desempeño y la calidad de los resultados de las universidades, incluidas las españolas. Al fin y al cabo, las universidades españolas cuentan con presupuestos bajísimos en comparación con las universidades de las primeras 100 posiciones, y además son universidades fundamentalmente generalistas o politécnicas.
Así, la reputación de las universidades y la opinión del público general acerca de ellas depende principalmente de su posición en estos rankings universitarios globales.
La noción de éxito en los rankings globales
En definitiva, lo anteriormente expuesto implica que la buena reputación (en otras palabras, el prestigio) de una universidad se basa en su capacidad de competir a nivel global. Es decir, cuando hablamos de universidades de éxito, en realidad estamos hablando de universidades con capacidad (o con mucho potencial) para competir en el mercado global de la educación superior. Esto es, para competir internacionalmente al más alto nivel en materia de producción científica.
No obstante, una universidad pequeña y regional puede tener un grandísimo éxito si consideramos su impacto socioeconómico en su región: la investigación aplicada a la industria y servicios de su entorno, el apoyo a la innovación en el sector productivo o la calidad y el impacto de la educación impartida para su entorno (ascensor social), etc.
Es más, en el contexto actual, no creo que debamos hablar de universidades de éxito sin tener en cuenta su capacidad organizativa de adaptación (en tiempo record) al desarrollo de todas las misiones universitarias (especialmente la docencia) por vía telemática.
Si nos ponemos unas gafas simplistas y definimos a las universidades de éxito como las que tienen capacidad para competir a nivel global, estaríamos impulsando a todas nuestras universidades a centrarse en la investigación básica.
En definitiva, estaríamos introduciendo incentivos a dejar de lado la innovación, la investigación aplicada adaptada al entorno local y la colaboración con la sociedad (ya sea el tejido empresarial y otro tipo de instituciones). Pero también a centrarse en la atracción de estudiantes internacionales frente a los estudiantes locales. ¿Y tendría sentido que todas las universidades se movieran en esta dirección? Parece evidente que no.
Así, nos encontramos con una realidad llena de incoherencias en la que, ya sea de manera formal o informal, a todas las universidades se les plantean los mismos objetivos contradictorios.
Por un lado, y como es lógico, el discurso político se ha hecho eco de las corrientes que exigen que la actividad universitaria tenga el mayor impacto posible en la sociedad española (la sociedad crecientemente demanda una “rentabilidad” palpable de la inversión que realiza en las universidades públicas). Pero, a su vez, se exige a las universidades mejorar su posición en los rankings globales. Además, la mayoría de los incentivos para profesores están alineados con el tipo de actividad que más puntúa a la hora de ascender posiciones en los mismos (sistema de acreditaciones, sexenios, acceso a plazas, etc. con alguna reciente excepción como es el sexenio de transferencia).
Repensando la noción de éxito en el ámbito de la reputación de las universidades
Quizá tendría sentido incluir matices al sustantivo “éxito” en el ámbito universitario. Esto supondría plantearse si todas las universidades españolas deben competir a nivel global, pero también en qué condiciones lo harían, pues quizá no queramos que ninguna de nuestras universidades venda completamente su alma a los rankings internacionales. En definitiva, deberíamos pensar si cada universidad debe tener objetivos diferenciados y relevantes para su entorno. No sólo en investigación, si no también -y con igual importancia- en docencia.
Quizá la crisis que estamos viviendo sea una buena oportunidad para revisar en qué está basada la reputación o el prestigio de nuestro sistema universitario.
Como ya mencioné, ésta es una discusión en la que he participado en numerosas ocasiones. Primero, con mis queridos directores de tesis y, después, con colegas investigadores, miembros del gobierno de mi institución, estudiantes, etc. No obstante, cuando llega la hora de compararnos con las demás universidades, todas aquellas discusiones y conclusiones caen en el olvido. Nos ponemos unas gafas simplistas y apenas nos centramos en unas pocas características de las universidades para definirnos como una universidad “buena” o “mala”.
Todos debemos hacer un esfuerzo y recordarnos que debemos mirar más allá. Y, sobre todo, debemos trabajar en transmitir ese mensaje a la sociedad. De esta forma, la reputación de una institución universitaria estará basada no sólo en el éxito en los rankings internacionales, sino en mucho más, adaptado a su tamaño (presupuesto) y a las características de su entorno.
Opino que este artículo presenta ideas muy interesantes y que debemos debatir: coincido con algunas y discrepo de otras. Efectivamente, los rankings internacionales más mencionada por las autoridades presentan unos sesgos muy conocidos que hay que tener en cuenta a la hora de manejarlos y, sobre todo, de querer utilizarlos para valorar el sistema universitario español. Pero reducir los resultados de los rankings sólo a los sesgos inherentes a cada uno tampoco explica el panorama español: otras muchas universidades europeas generalistas, con un fuerte peso de las humanidades y las artes, como son la Sorbonne, Leiden, Friburgo, etc. están en lo alto de estos rankings. Las limitaciones del sistema universitario español son económicas y de malas dinámicas. Los rankings reflejan los recursos económicos de las universidades, como bien se sabe. Por ejemplo, con casi el mismo número de alumnos, la universidad de Leiden cuenta con el doble de presupuesto anual que la Universidada Autónoma de Barcelona. O las administraciones españolas dejan de gastar en ciertos ámbitos y trasladan ese dinero a las universidades o no hay nada que hacer para mejorar sensiblemente. Luego están las malas dinámicas: endogamia a la hora de contratar profesores jóvenes, nulo o mínimo interés en valorar, atraer y potenciar talento (falta de una carrera profesional coherente, bajísimo porcentaje de profesores con sexenios óptimos), rigideces burocráticas y ausencia de buenas prácticas usadas internacionalmente, etc.
Luego está la cuestión de si todas las universidades españolas deben ser consideradas iguales o no. Porque, ahora mismo, lo son por cuanto tienen que ofrecer resultados de investigación y docencia de primer nivel (por eso son instituciones que otorgan títulos de doctor). Y por lo tanto, sí, debemos exigirnos «competir internacionalmente al más alto nivel en materia de producción científica». Si mis investigaciones (y mi docencia) sólo son de interés para mis colegas y los de la universidad de al lado, es un fracaso absoluto. La universidad ha sido desde su originen «universitas», universal: hoy, ‘un referente internacional en investigació y docencia’. Eso significa que tiene impacto a nivel local y regional, pero también mundial. Mis pares son los colegas que trabajan en mi campo en universidades de todo el mundo: desde el colega del despacho de al lado hasta Japón o California.
Otra cuestión es que quizá vaya siendo hora de empeza a distinguir entre universidades de investigación y universidades de docencia, como se hace en otros países, con el consiguiente reajuste de las prioridades de los centros y la distribución de recursos. Con ese sistema no se compara entre universidades con objetivos distintos y «una universidad pequeña y regional puede tener un grandísimo éxito si consideramos su impacto socioeconómico en su región».
Buenas apreciaciones. Y luego está el efecto «pescadilla que se muerde la cola»… Uno de los factores que hace que una universidad tenga prestigio es que esté bien posicionada en los rankings, y para estar en los rankings nos da muchas papeletas el que siempre haya sido de prestigio.
Cuando hablamos de universidades españolas con buena reputación, normalmente nos referimos a universidades donde la mayor parte de los departamentos NO se nutren de una cantera local de doctores, raramente se admiten a los estudiantes propios, hay un porcentaje elevado de profesores extranjeros, o que han realizado el doctorado en el extranjero. En la contratación de los principales departamentos se acude a los mercados job market internacionales, y se aplica un sistema anglosajón de tenure track (si no publican un número estándar de artículos en revistas internacionales en 5-6 años, el candidato no se incorpora como miembro permanente). Además hay cerca de un millar de alumnos internacionales de grado y postgrado que acuden a realizan estancias, y un número similar de alumnos propios realizando estancias en el extranjero. Un porcentaje del profesorado realiza estancias sabáticas internacionales, y también se reciben profesores visitantes. Los nuevos doctores reciben ofertas de trabajo internacionales. Hay semanalmente (como mínimo) seminarios de investigación en los departamentos principales, la mitad de ellos al menos invitando a profesores internacionales, y se regularmente publica en revistas internacionales de impacto. Eso distingue las buenas universidades sea en España o fuera. No hay sesgos, es negro sobre blanco. Los rankings se manipulan, la verdad no.
Sobre los aspectos docentes, cualquiera que haya experimentado ambas experiencias (una buena universidad, y una que se aleja profundamente de estas prácticas), sabe que es una experiencia muy diferente. Los departamentos que no siguen unas prácticas saludables, no se encuentran generalmente en disposición de ofrecer a su alumnado una docencia de calidad (especialmente al avanzar en los estudios) ni tampoco una experiencia vital formativa comparable. La internacionalización permite abrir la mente al UNIVERSO de otras culturas, y constituye la UNIVERSidad.
Coincido plenamente con María Jesús y añado: una Universidad que aspire solo a tener éxito a nivel local o regional por su impacto socioeconómico en la región no es una Universidad, es otra cosa. Será un instituto de formación profesional, más o menos tecnológico, pero nunca una Universidad.
[…] pesar de que se critican mucho por sus “deficiencias metodológicas”, los rankings universitarios internacionales se han impuesto como una realidad ineludible, que tiene un impacto potente sobre las decisiones de gobiernos y de rectores. En vez de la calidad […]