Con el tiempo aprendí qué es ser profesor

Aprender a ser profesor, una cuestión de tiempo

Si no contamos las clases particulares que di durante la carrera para ganarme unas pesetas (para mis lectores más jóvenes, la peseta fue la unidad monetaria de España entre 1869 y 2002), llevo casi cuarenta años dando clase.

Mis primeras clases como profesor responsable de una materia en la universidad fueron en 1988. Mi principal preocupación entonces era saberlo todo. Todo lo que tenía que enseñar, quiero decir. Me preocupaba especialmente equivocarme o no saber responder a una pregunta en el aula. Pensaba que eso era lo más importante para ser un buen profesor. Ser un erudito de las materias que impartías.

Con el tiempo me di cuenta de que eso no era importante. Bueno, lo era, pero no tanto como pensaba, ni era siquiera lo más importante.

Lógicamente no se puede enseñar una materia que no se domina suficientemente; ni saberlo todo de ella te garantiza que sepas enseñarla, ni tener goteras o incluso pequeñas lagunas en tu conocimiento acerca de esta impide que puedas ayudar a tus estudiantes a aprenderla bien, que es de lo que se trata. El objetivo de la docencia no es otro que facilitar el aprendizaje y no hay mejor medida para saber lo bueno o malo que es un profesor que ver lo que han aprendido de él y con él sus alumnos.

La tecnología del lenguaje

Con el tiempo me di cuenta de que para enseñar bien necesitaba además utilizar muy bien la mejor tecnología que jamás ha desarrollado el ser humano: el lenguaje. 

Esta es la única tecnología realmente indispensable en el aula, la que nunca debemos descuidar, la que no debemos minusvalorar y la que siempre debemos intentar mejorar.

Así debemos hacerlo nosotros y nuestros alumnos, y a estos debemos ayudarles a que así sea, de hecho. En mi materia de inteligencia artificial todos los estudiantes tienen que exponer oralmente sus ideas y con sus palabras (ahora también con la ayuda de la IA generativa). Y deben hacerlo   sobre cualquier tema en el que la IA esté impactando singularmente en el plano social, económico, laboral, político, ético… Antes organizaba también un concurso de redacción voluntario, en el que el texto ganador era publicado en un periódico local.

Como dijo Miguel de Unamuno, “la lengua no es la envoltura del pensamiento, sino el pensamiento mismo”, y no hay aprendizaje que persista ni que resulte útil si no parte y se asienta en el pensamiento.

El interés por aprender

Con el tiempo me di cuenta de que para que los alumnos aprendan no es suficiente con que yo supiese mucho de aquello que les enseñaba y que además les hablase con acierto y con competencia didáctica.

Vi que sobre todo era necesario transmitirles el interés por aprender; darles lo que Ramón y Cajal llamaba los tónicos de la voluntad: la perseverancia, la autodisciplina, el trabajo constante, la resiliencia; y, por encima de todos, la pasión y curiosidad por saber, ya que es este el que en buena medida conduce a los otros y les da firmeza.

También con el tiempo me di cuenta de que para transmitirles esa pasión tenía que llevarla conmigo al aula, y para eso debía desembarazarme de prejuicios, de corsés, del miedo a no saber algo o de la frustración de que no lo supiesen ellos.

Tenía que dejar que mi pasión por lo que hago aflorase en lo que les digo y en cómo se lo digo.

Y querer enseñar…

Con el tiempo me di cuenta de que para ser un buen profesor, además de saber sobre aquello que enseñas hay que poder enseñarlo, lo que requiere de la palabra como transmisora y constructora del pensamiento, y, sobre todo, querer hacerlo.

“Con el tiempo” es un hermosísimo poema de Borges en el que dice que solo con el tiempo empiezas a entender que los besos no son contratos, ni los regalos promesas.

Yo con el tiempo he empezado a entender que enseñar no es otra cosa que inocular las ganas de saber.

Desafortunadamente, como nos dice Borges, esto solo lo he entendido con el tiempo, y menos mal.

 


 

Comentarios
  1. Neila dice: 26/12/2024 a las 14:41

    Gracias por el artículo, muy buena reflexión. Todo lleva su aprendizaje. Aunque diría que dominar la materia te empieza a parecer menos importante… cuando dominas la materia. :-)
    Importantísimo el lenguaje. A veces, contar algo usando una palabra en vez de otra, un verbo en vez de otro, una frase dicha de otra manera… puede suponer una gran diferencia.

  2. Luis dice: 26/12/2024 a las 17:17

    Ese poema que cita al final del artículo no es de Borges. Es una traducción del inglés del poema Veronica A. Shoffstall, After a While. Le recomiendo la lectura de http://www.agujademarear.com/2008/06/poesa-contra-el-olvido-el-borges.html
    Un saludo cordial,
    Luis

  3. Luis dice: 26/12/2024 a las 17:43

    Estimado Senén, el poema de Borges que cita al final del artículo es un falso Borges, como tantos otros que circulan por internet; en realidad se trata del poema «After a while», de Veronica A. Shoffstall. Héctor Monteagudo lo cuenta en http://www.agujademarear.com/2008/06/poesa-contra-el-olvido-el-borges.html
    Un saludo cordial
    LGE

  4. Valeria García-Valdez dice: 28/12/2024 a las 12:55

    He leído con gran gusto su reflexión sobre lo que significa ser profesor, y no puedo estar más de acuerdo con sus conclusiones. Como docente universitaria con 20 años de experiencia, considero que nuestro rol ha evolucionado de manera significativa en este contexto histórico, marcado por un acceso sin precedentes a la información.

    Hoy en día, los estudiantes tienen al alcance de un clic una cantidad de conocimiento que generaciones anteriores ni soñaron. En este entorno, nuestro papel como profesores ya no se limita a ser los transmisores de información; somos, sobre todo, facilitadores del conocimiento. Nuestra tarea consiste en guiar a los estudiantes en el uso crítico y ético de la información, ayudándoles a discernir entre datos relevantes, construir conocimiento significativo y desarrollar un pensamiento crítico.

    Pero hay algo más, algo que, como usted menciona, no puede faltar: la pasión. Esa chispa que enciende la curiosidad, que despierta el interés y que motiva a los estudiantes a profundizar más allá de lo que nosotros podamos enseñarles en el aula. La pasión es el gran multiplicador en el crecimiento personal, el elemento que transforma la obligación de aprender en el placer de descubrir.

    Para lograr esto, debemos llevar al aula algo más que nuestra experiencia y dominio de la materia; debemos mostrarles que seguimos siendo aprendices de la vida, que nuestra curiosidad y amor por el conocimiento no tienen fecha de caducidad. Y, sobre todo, debemos construir una relación de confianza y empatía que les permita sentirse seguros para explorar, equivocarse y aprender.

    En este mundo donde la información abunda, nuestra responsabilidad es mayor que nunca. Como docentes, no solo debemos enseñar, sino inspirar. Es un desafío apasionante, pero, como bien dice usted, ¡qué suerte que lo hemos entendido (o lo estamos entendiendo) con el tiempo!

    Gracias por compartir esta valiosa reflexión, que sin duda me anima a seguir cultivando ese entusiasmo en cada clase.

  5. Milagros Dones dice: 30/12/2024 a las 10:02

    Gracias por esta inspiración, por dar cuenta de su espectacular dominio de la lengua y por trasmitir un entusiasmo sin mermas después de tantos años como docente. Me identifico plenamente con su percepción, tras 36 años dedicada a la docencia o mejor dicho, siendo la docencia la que ha ocupado y definido mi profesión, mi vocación y mi motivación. Aunque también reconozco que en los últimos tiempos está visión parece más un espejismo. Si la pasión y el compromiso con la docencia ha pasado a ser un complemento secundario en los propósitos del profesorado, obligados por criterios donde priman los artículos, en muchas ocasiones guiados por las temáticas más populares que aumentan la probabilidad de promoción profesional, el porcentaje de docentes volcados en aumentar la capacidad analítica, reflexiva y comprensiva de los estudiantes ha forzado una pendiente decreciente por este enfoque, altamente correlacionado con el número de docentes que se sienten abandonados a su suerte, por la propia academia. Sólo el agradecimiento y el reconocimiento de los propios estudiantes, no especialmente numerosas pero si hiper gratificantes, o leer este post para limitar la sensación de vivir en un desierto, hace posible abandonar la idea de tirar la toalla y subirse al tren donde ni docencia decente ni transferencia util ocupan el lugar que, según un grupo admirable aunque minoritario de profesores, mantienen como fundamentos de su esencia universitaria.


¿Y tú qué opinas?