Dos años para el invierno universitario español: ¿por qué la Universidad?

Se acerca 2025 y nos encontramos ya en tiempo de descuento para la universidad; un invierno demográfico universitario que viene anunciándose desde hace más de una década y que comenzará en el año 2027. Se trata de una dificultad que llega, además, en el contexto de lo que algunos han llamado “burbuja universitaria”, con una oferta académica que crece año a año e incorpora cada curso nuevos actores y programas. El curso académico 2022-2023, nuestro país contaba con 89 universidades, atendiendo al informe que la CRUE publicó el pasado mes de junio, en el que concluye que todavía no son “demasiadas” en comparación con otros países de la OCDE.

 

Nadie dispone de una bola de cristal que nos diga cuántos de los nacidos a partir de 2009 optarán por completar sus estudios en una institución universitaria. Sin embargo, sí sabemos con bastante certeza que el número de quienes pueden llegar a planteárselo será, por fuerza, menor. Del orden de unos 160.000 menos si comparamos el número de personas nacidas en España aquel año (484.176), que cumplirán 18 años en 2027, con quienes nacieron en 2022 y cumplirán los 18 en el año 2040 (un total de 320.653). Todo ello, según datos del INE.

Claro está que existen alternativas, como indican los esfuerzos de no pocas universidades por atraer más alumnado internacional y ganar “cuota de mercado” dentro de la oferta nacional, a menudo a costa de importantes inversiones en el caso de las universidades privadas.

Parece irremediable que, de un modo u otro, en la próxima década y media la Universidad española se vea sometida a un importante “test de estrés” que presumiblemente afectará a todas las instituciones y que, desgraciadamente, quizás lleve al cierre de algunas de ellas.

Estos datos serían una mala noticia si fueran un fenómeno aislado. Sin embargo, adquieren un tinte dramático en un contexto en el que lo que está en duda no es la viabilidad económica de pocas o muchas universidades, sino la pertinencia misma de la educación universitaria en el actual panorama cultural y tecnológico.

¿Tiene sentido continuar? La Universidad en entredicho

Existen en este blog numerosos artículos destinados a reflexionar sobre el propósito y sentido de la institución universitaria, tantos como para tener una sección propia en estas páginas, bajo el título ‘Misión’. Sin embargo, no son pocas las voces externas que ponen en duda su pertinencia. Por poner algunos ejemplos, los hay que critican la actual deriva de la universidad como un residuo “elitista” que ofrece títulos vacíos de todo valor y que contribuyen a perpetuar las desigualdades sociales (cf. Deschooling Society. Ivan Illich).

O quienes la ven directamente como un lujo innecesario, habida cuenta de la creciente universalización del acceso a la información y la proliferación de alternativas formativas que permiten una especialización técnica equiparable (cf. Zero to One. Blake Masters et Peter Thiel). Si a estas profecías sumamos las que preconizan la desaparición de la demanda de gran cantidad de especialistas que serán sustituidos por la IA, el escenario no hace sino empeorar.

Resulta perfectamente comprensible que, para muchos de quienes ejercemos la docencia universitaria, estas críticas nos parezcan injustas en alguna medida. Tenemos experiencia de que nuestros alumnos aprenden y crecen durante el tiempo que pasan en la Universidad. Sin embargo, dada la prueba que nos sobreviene, parece prudente preguntarse si esto ocurre de manera suficiente. Si no tendrán alguna razón quienes afirman que puede lograrse de manera más rápida, barata, flexible y adaptada a las necesidades laborales en otros ámbitos fuera de nuestra institución. La misma pregunta parece surgir en relación a la actividad investigadora.

La lógica del progreso en todos los ámbitos de la cultura humana nos dice que las instituciones, al igual que las teorías científicas o las tecnologías, perviven mientras cumplen su función en ausencia de una alternativa mejor. ¿No será un esfuerzo inicuo empeñarse en perpetuar la Universidad a la fuerza?

La potencia de la relación educativa

Con todos los matices que ―sin duda alguna― cabe añadir, esta perspectiva pone de relieve no solo la importancia, sino también la urgencia de volver a realizar un ejercicio que con frecuencia parece interesar solo a unos pocos: recordar la originalidad de nuestra tradición universitaria y tratar de verificar su actualidad. Poniéndonos en el peor de los casos, si retiráramos a la Universidad del trono de la educación superior y la investigación científica y tecnológica, ¿qué quedaría de ella, que no le fuese arrebatado?

Es en este punto donde, a mi entender, resuena de forma nueva aquella vieja fórmula que surgió al principio de esta historia, y que definía la actividad universitaria como un «ayuntamiento de maestros et de escolares que es fecho en algún logar con voluntat et con entendimiento de aprender los saberes» (Partid. II, título XXXI, ley 1. Alfonso X, el sabio).

Si algo resulta fundamental e inherente a la Universidad, debe ser en primer lugar aquello que hacen los universitarios, “ayuntarse”, juntarse, reunirse, encontrarse. Es decir, entablar una relación y comprometer en ella la propia vida, la propia voluntad y el propio entendimiento con un propósito que tiene que ver con el conocimiento.

La dimensión humana, un aspecto imprescindible de la vida universitaria

Si esto puede parecer prescindible ―como se afirma cada vez más― es, tal vez, porque no hemos comprendido aún la auténtica potencia de las relaciones humanas y de su relación con la búsqueda de la verdad y con el propósito de la vida misma, una dimensión de la humanidad que los filósofos del diálogo que nos regaló el siglo XX han contribuido a iluminar (cf. Sobre los orígenes del filosofar. Karl Jaspers).

La mera transmisión de información e incluso el adiestramiento en las soft skills (en las que algunos ven el futuro de la educación superior) no constituyen por sí mismas un motivo suficiente para la Universidad, puesto que no nos conducen necesariamente a la adquisición del saber. Únicamente en compañía de otros es posible trascender el solipsismo de los pensamientos, los discursos y las disciplinas en que uno puede encerrarse, para entablar relaciones auténticas que nos permitan trascender lo ya conocido, ampliar nuestro mundo e incluso aspirar a abarcar la totalidad a la que señala nuestro nombre: universitarios.

La dificultad que esto entraña para el futuro de las instituciones no es desdeñable. Esta clase de relaciones, por su naturaleza, no pueden proyectarse, puesto que dependen de un genuino acto de apertura y donación por parte de sus integrantes. Se trata esta de una gratuidad que parece inasequible al propósito de otras fórmulas que parecen en competencia con la nuestra. Es posible, en cambio, preguntarse honradamente si el diseño y la planificación del futuro de nuestras universidades nos conduce a generar el lugar adecuado para que estas ocurran, o se orienta únicamente al fin de mantenerse en la competición por la productividad investigadora y profesionalizante en un contexto en el que parece decidida de antemano.

 

Comentarios
  1. Miguel A dice: 31/10/2024 a las 10:51

    Una entrada muy oportuna para reflexionar sobre el papel de la universidad PÚBLICA. Las agencias de evaluación de la calidad siempre orientan sus análisis en términos de egresados y su empleabilidad. No todas las titulaciones son iguales: los titulados de unas deben colegiarse para ejercer mientras otros no. En general, los planes de estudios de las titulaciones universitarias deben actualizarse (minor revision) conforme a disciplinas/tecnologías emergentes, pero no pueden estar sujetos al mercado laboral. Si la formación es sólida y el aprendizaje significativo, el egresado tendrá los recursos necesarios para adaptarse a cada contexto. El principio motriz de la universidad PÚBLICA es formar ciudadanos críticos y reflexivos, no profesionales libres colegiados. Enseñar no es transmitir conocimientos.

  2. Carlo dice: 31/10/2024 a las 16:11

    Me ha encantado esta entrada. Tenemos seriamente que reflexionar sobre el sentido de las universidades y el qué se espera de los futuros «adultos» que por ellas transitan.
    Claramente atendiendo a las prospectivas demográficas, van a haber un vacío de 160.000 alumnos en nuestras facultades en el 2024 y todo ello nos lleva a replantearnos el qué queremos hacer con las universidades.

  3. Manuel D dice: 01/11/2024 a las 13:11

    Suscribo las opiniones anteriores: el artículo es excelente y pone en evidencia problemas que, pese a haberse planteado desde hace tiempo, siguen ignorándose. Por desgracia, tal y como va la política universitaria de las administraciones central y autonómica, el futuro pinta mal para la universidad pública.

  4. Ana dice: 08/11/2024 a las 08:55

    De hecho la palabra latina universitas tiene la misma etimología que universo, de multitud o conjunto de cosas diversas reunidas en un todo. Por lo tanto, en la colectividad de personas que es la Universidad, con mayúscula, se tiende a una meta común.
    Como dice Ignacio Pou en el artículo, la Universidad nos ofrece «ampliar nuestro mundo e incluso aspirar a abarcar la totalidad a la que señala nuestro nombre: universitarios».

  5. […] necesidades, si bien estaban muy condicionadas por su propio tiempo, no parecen alejarse mucho de las que tienen las universidades hoy en día. Algunas cuestiones pueden parecer poco relevantes en la actualidad, como el problema del aumento […]

  6. […] sobre el denominado “invierno demográfico universitario”,  ya comentado en una reciente entrada de este blog, cuyo inicio algunas previsiones sitúan en […]

  7. ataulfo dice: 29/03/2025 a las 21:04

    Que sobran universidades dado que muchas se han convertido en instituciones parasitarias que controla el poder financiero y que no sirven para nada más que expedir títulos con el nombre del rey juanca y felipe.


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