La paradoja de la sobrecualificación
La sobrecualificación de nuestros egresados
A partir de los estudios de empleabilidad de los egresados universitarios, en los últimos años se ha erigido como un hecho constatado que España es el país de la Unión Europea con mayores tasas de sobrecualificación. Es decir, ostenta el discutible récord de emplear a los universitarios en puestos que requieren una cualificación inferior a la que han alcanzado. Esto necesariamente incide de manera negativa en la percepción que los propios universitarios, estudiantes y profesores, adquieren acerca del papel social de la universidad y puede acabar erosionando a la propia institución.
Vivimos, no obstante, tiempos exigentes que nos enfrentan a retos de altura.
Sabemos muy bien que las acciones que se están llevando a cabo y las decisiones que se están tomando en el momento actual influirán decisivamente en la calidad de vida de las generaciones futuras. En esta realidad, todos los talentos y capacidades deberían sumarse para incrementar la inteligencia colectiva.
En la vigésimo sexta Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 26) que se ha celebrado en Glasgow entre el 31 de octubre y el 12 de noviembre de este año 2021, tanto los mandatarios políticos, como los delegados científicos y de organizaciones no gubernamentales y, especialmente, los representantes de los jóvenes, reclaman que se reviertan las políticas y costumbres que perjudican al medio ambiente. E insisten en que la trayectoria de la humanidad debe acometer un punto de inflexión.
¿Debería anticiparse la universidad a los desafíos a los que se va enfrentando la humanidad?
La Agencia Estatal de Meteorología, inscrita en el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, ha elaborado un conjunto de propuestas concretas para la adaptación al cambio climático, algunas de cuyas consecuencias se asumen ya como irreversibles. En el mismo sentido, expertos de Naciones Unidas cuantifican en 260 mil millones de euros el coste anual necesario para fortalecer la resiliencia de las ciudades ante los daños de la naturaleza.
Parece inferirse, por tanto, que en algunos aspectos ya llegamos tarde. Una suerte de fatalismo nos lleva a aceptar como inevitables las consecuencias de haber emprendido un rumbo que nosotros mismos hemos marcado, y que es nuestra responsabilidad modificar.
Desde otro punto de vista, el desarrollo de las vacunas y, más recientemente, de los fármacos para combatir la COVID-19 ha generado un reconocimiento universal de la ciencia como un poderoso recurso para la humanidad. La ciencia ha respondido con solvencia y está ayudando a la superación de la pandemia, lo que demuestra que es posible reaccionar adecuadamente cuando se identifica una concreta necesidad.
Apostemos por recuperar la esencia vanguardista, crítica y retórica de la Universidad.
Sin embargo, todo apunta a que los formidables desafíos que indudablemente enmarcan el futuro exigirán actuar cada vez con mayor anticipación y, para destilar esa presciencia, la sociedad del conocimiento ha de experimentar un avance cualitativo. Es en esta circunstancia en la que se antoja incontestable el rol que, en consonancia con su esencia vanguardista, crítica y retórica, las universidades están llamadas a desempeñar.
¿Qué puede hacer la universidad ante coyunturas sobrevenidas como la carencia de materias primas o la crisis energética?
A la manera de una llovizna sutil pero incansable, en los últimos meses nos ha ido empapando una idea insólita que hemos interiorizado en una nueva y singular conciencia: la precariedad de nuestra forma de vida. La estructura que hasta ahora nos sostenía en el confort y la seguridad parece resquebrajarse. Nos dicen que va a ser difícil adquirir un coche nuevo; añaden que habrá listas de espera para conseguir un ordenador o un teléfono; amenazan con que los artículos que compramos online tardarán en llegar; y, que no habrá juguetes en Navidad. Pues en ello se sustancian la carencia de materias primas, la incapacidad de fabricar circuitos integrados semiconductores al ritmo deseado, y los problemas logísticos y de transporte para la distribución de productos.
Súbitamente nos hemos enterado de que dependemos de un puñado de minerales estratégicos que se obtienen en ubicaciones geográficas muy concretas y definen la hegemonía industrial y tecnológica de las grandes potencias. Conceptos como “tierras raras” y el “triángulo del litio” han asaltado las redes sociales y los medios de comunicación. Ahora parece que estamos al albur de las tormentas solares, y algunos países europeos se preparan para la supervivencia ante un “gran apagón”, que pudiera suponer la interrupción del suministro energético durante un período de tiempo indeterminado.
La certeza de nuestra fragilidad debe actuar como un revulsivo en el seno de la comunidad universitaria.
En ella se genera, se transmite y se transfiere conocimiento. Las universidades españolas concentran el potencial intelectual del orden de 125 mil profesores y 1.6 millones de estudiantes que, adecuadamente focalizado, podría arrojar luz sobre los grandes enigmas de nuestra época y establecer un itinerario de soluciones frente a las dificultades que se despliegan en todas las direcciones.
Liderazgo intelectual y luminaria social
Mucho se ha debatido y escrito acerca de la conveniencia de que la universidad forme profesionales a la medida que la sociedad demanda. Esta corriente de pensamiento, muy consolidada en España, acoge axiomáticamente la premisa de que esa demanda social no solo está alineada con el progreso y atiende todas las complejas e incluso insondables variables que condicionan nuestro desenvolvimiento en el planeta. Adicionalmente, ejerce una acción responsable de preservación de la salud ambiental.
En las circunstancias actuales, sin embargo, debemos explorar los cauces por los que ha discurrido en los últimos años la enseñanza universitaria a tenor de la tendencia así marcada para tratar de establecer su compatibilidad con la cosmovisión que, para muchos de nosotros, ha cristalizado tras la pandemia.
Un ejemplo de parálisis industrial
Contemplemos el ejemplo que ahora nos aqueja de la parálisis de la industria de componentes semiconductores. Según los parámetros indicados, prácticamente la totalidad de los egresados de las universidades no ya españolas, sino europeas, con un perfil de ingeniero de diseño de circuitos integrados, forma parte del conjunto de sobrecualificados predestinados a ejercer profesiones por debajo de su nivel de preparación científica y tecnológica.
Y ello es así porque en Europa tan solo puede encontrarse una compañía (ASML, en Holanda) que disponga del equipo de litografía de luz ultravioleta extrema con el que se alcanza la miniaturización de 10 nanómetros de los dispositivos electrónicos semiconductores que constituyen los circuitos integrados, o chips, de última generación.
La decisión de no fabricar circuitos integrados en Europa y pasar a depender de las compañías americanas (Intel), surcoreanas (Samsung) y taiwanesas (TSMC) pesa ahora sobre los líderes políticos europeos. Son los mismos que han hecho gravitar una crítica social sobre las universidades que, sin embargo, no han dejado de formar a estos estudiantes sobrecualificados.
La determinación expresada hace unas semanas por parte de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, de aunar fuerzas por parte de todos los países de la Unión Europea para alcanzar en 2030 la plena autonomía en la fabricación de circuitos integrados es, sin duda, una buena noticia.
Paradójicamente, la formación de los egresados sobrecualificados parece cobrar una relevancia que hasta ahora no se había reconocido.
Ningún saber es inútil, todos conforman el gran reservorio del conocimiento humano
Tal vez una de las lecciones aprendidas de los últimos acontecimientos a escala planetaria es la valoración del estudio, de la indagación y de la investigación. La construcción, en definitiva, del conocimiento humano en todos sus ámbitos: desde la detección de los bordes de las galaxias más lejanas, hasta la descripción del atlas lingüístico del guaraní-románico, pasando por el estudio del impacto social de las redes sociales.
Ninguna rama del conocimiento es prescindible.
Enhorabuena Elena Castan, por la analítica y reflexiva descripción de los hechos, unida a la apuesta, por recuperar la esencia vanguardista, crítica y retórica de la Universidad.
Excelente y reflexiva entrada, Helena. Un gusto contar con una nueva firma del blog como tú.
Gran reflexión en voz alta (y clara)
Nunca se está sobre cualificado, los conocimientos y metodologías siempre son útiles, aunque el contrato laboral no lo valore.
Un profesional lo es siempre.
Gracias Helena, me ha gustado el subrayado. Las universidades son necesarias, posiblemente ahora más que en anteriores crisis humanas y planetarias. Pero la universidad se hace, se construye y el reconocimiento y el apoyo social son esenciales para ello. Esto contribuye a la autoexigencia y a la toma de conciencia de quienes la hacen y la forman (sobre todo). Por poner un solo pero a tu excelente artículo, me hubiera gustado leer esto, sin duda, un olvido: Las universidades españolas concentran el potencial intelectual del orden de 125 mil profesores, 1.6 millones de estudiantes y miles de trabajadores (PAS) que, adecuadamente focalizado, podría arrojar luz sobre los grandes enigmas de nuestra época y establecer un itinerario de soluciones frente a las dificultades que se despliegan en todas las direcciones.
Una excelente aportación y una reflexión acertada y centrada en la necesidad irrenunciable de apostar por la esencia de la universidad y reivindicar el papel del conocimiento, que nunca puede resultar sobrante. Enhorabuena.
En respuesta a María Francisca Calleja:
Muchas gracias por tu comentario, que pone de manifiesto el respeto a la Universidad que tantos compartimos.
En respuesta a Carmen Pérez-Esparrells:
Muchísimas gracias por tan generosa acogida. Nada más sugerente que un debate de ideas sobre la Universidad del que tanto podemos aprender.
En respuesta a Jesús Díez:
Totalmente de acuerdo. La profesionalidad y la formación excelente son una impronta reconocible, cualquiera que sea la escala o el nivel del puesto de trabajo concreto.
En respuesta a Carmelo:
Coincido contigo en que todos los miembros de la comunidad universitaria, no solo los estudiantes, profesores e investigadores, sino todas las personas que realizan su desempeño en cualquier ámbito de la Universidad, contribuyen a forjar y depurar su esencia. Muchísimas gracias por tu apreciación.
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[…] acuerdo con ésta idea, la reiteración de noticias relacionadas con la sobrecualificación y el subempleo de los egresados, desfase de la oferta o la necesidad de graduados listos para el […]