La Trilogía del Campus de David Lodge o la vida en la Universidad

Si es usted un lector habitual de Universidad, sí, quizá merezca una explicación. Y, si no lo es, esta no puede sobrarle. Como podrá comprobar, este artículo está dedicado a comentar una serie de novelas ambientadas en el mundo universitario inglés: La Trilogía del Campus de David Lodge. Pero, ¿qué puede justificar la publicación, en un blog consagrado a analizar la vida universitaria española, de un artículo sobre unas novelas inglesas publicadas hace casi cincuenta años? La mediática aparición de politólogos, economistas y de otros científicos sociales, ¿no nos ha enseñado a distinguir entre el trabajo científico, desprejuiciado y empírico, y el literario? ¿No es acaso cierto que en España ha habido un exceso de escritores y particularmente de novelistas influyendo en los asuntos públicos, al tiempo que la ciencia social quedaba fuera del debate público?

La novela: una ventana a la realidad

No obstante, si hemos de creer a Jane Austen, este desprestigio social de la novela acompaña al género desde antiguo. Porque la novela es, en palabras de la escritora inglesa, “un cuerpo vituperado”, el género literario más criticado y desprestigiado, cuya capacidad de análisis es ninguneada frente a las “intrincadas publicaciones” académicas. ¿A qué viene, entonces, esta vuelta sobre la novela, si hasta los mismos novelistas conocen y participan del desprestigio del género?

Frente al desprestigio de la novela este artículo pretende hacer como Jane Austen: una defensa de la novela y de su capacidad de penetración en la realidad; una defensa del género “que transmite al mundo el más profundo conocimiento de la naturaleza humana”. Pero lo que se pretende aquí no es ahondar en la naturaleza humana, ni tampoco hacer una defensa general de la novela. Este artículo lo que busca es introducir al lector en una de ellas. O, en realidad, en tres: la llamada Trilogía del campus escrita por David Lodge y compuesta por las novelas Intercambios, El mundo es un pañuelo y ¡Buen trabajo!.

Esta introducción la hace partiendo de un principio: que la novela no sustituye al estudio científico y empírico, pero sí responde mejor que este a la experiencia humana. De este modo, su lectura puede a la vez consolar y evocar, abriendo nuevas perspectivas para el análisis, para las soluciones y para la interpretación de la propia vida. También, por supuesto, de la vida en la universidad.

Para ello, este artículo señalará algunos de los temas privilegiados de estas tres divertidísimas novelas, publicadas originalmente en 1975, 1984 y 1988 y editadas en España por la Editorial Anagrama.

Una universidad en salida

Parafraseando a Montesquieu, “muchas cosas gobiernan a las universidades: el clima, la religión, las leyes, las máximas de gobierno, los ejemplos de las cosas pasadas, las costumbres, los hábitos”. En efecto, si algo dejan claro las tres novelas, es que para comprender a una universidad hay que comprender, también, las relaciones que establece con su entorno. Vemos en la obra de Lodge que esta operación salida de la Universidad se puede rastrear de dos maneras:

  • a través de la necesidad de que profesores e investigadores realicen su trabajo más allá de los muros de su universidad.
  • a través de los condicionantes que el entorno impone a cada institución.

Investigación, globalización y la torre de marfil

El recorrido por la trilogía permite trazar las distintas exigencias y la evolución histórica de la proyección universitaria más allá del propio campus.

Mientras que la primera novela, Intercambios, narra la experiencia de la estancia de investigación en un país extranjero, la segunda novela, El mundo es un pañuelo, expone la globalización del campus universitario en tiempos de teléfonos y fotocopiadoras. Con eso y algunas ayudas para los viajes, llega a decir un personaje, el mundo se convierte en un campus global en el que los universitarios viajan para encontrarse, siempre las mismas caras, en distintos congresos académicos en los que uno puede presentar siempre el mismo trabajo.

Si esto sucedía en el 84, donde, eso sí, la conciencia ecológica acuciaba menos, ¡qué no podría suceder cuarenta años después, en los tiempos de internet! Pero quizá convenga echar el freno, porque ese campus global no sólo requería teléfonos y fotocopiadoras, sino también ayudas para los viajes. Y esto es lo que en la última novela, ¡Buen trabajo!, se ha perdido. Ante la crisis económica, la universidad ya no va al encuentro del resto de universidades, sino que sale a su entorno para justificar su existencia. En tiempos de recortes y crisis, que ya no permiten los viajes por el globo, la torre de marfil que es la universidad debe buscar alguna utilidad social y, para ello, comienza a colaborar con las empresas y las instituciones cercanas. Haciendo “transferencia”, diríamos hoy, pero también incorporando las lógicas del mercado a la propia universidad.

La perspectiva económica -crisis o bonanza-, muestra ya la capacidad del mundo para condicionar el trabajo de la institución universitaria. Más allá de las cuestiones económicas y monetarias, sin embargo, el entorno universitario define la vida universitaria más allá de lo que sus miembros llegan a percibir. El tipo de campus -un “Vaticano académico”, llega a decir un personaje, por su “arquitectura imponente y sus alrededores paisajísticos”-, la relación con las editoriales y las revistas, los sueldos de los universitarios, los condicionantes legales y sociales para la entrada a la universidad, la historia de cada institución o la implicación política de la misma acaban por definir tanto las perspectivas de carrera de los universitarios como el día a día de cada institución. Quizá por eso sea tan necesario que la universidad esté siempre en salida, para desnaturalizar sus costumbres y dar pie a los cambios.

¿Cómo es la vida universitaria?

Claro que todos los cambios deben tener en cuenta que la vida universitaria no es muy diferente en lugares muy distintos ni, tampoco, como muestra esta trilogía, en épocas distintas. Al contrario, todo intento de introducir en la universidad lógicas mercantiles -neoliberales- o igualitaristas debe tener en cuenta dos constantes de la vida académica:

  1. Que la universidad carece de incentivos para el éxito económico individual.
  2. La universidad es una competición constante por el prestigio.

Estas dos dimensiones se explican en el conjunto de la trilogía por un dato fundamental: el carácter vocacional de la profesión universitaria. A diferencia de la mayoría de los trabajadores, a los universitarios suele interesarles -¡incluso apasionarles!- su trabajo. Para ellos no es sólo una cuestión laboral, sino vocacional, lo que conduce a la difuminación de los espacios y los tiempos de ocio y de trabajo. Así lo experimentan los distintos personajes de la novela, que dedican las vacaciones a trabajar –“las vacaciones no son fiestas”, afirma Robyn Penrose- y el tiempo en el campus para tomar café. Por eso, el rendimiento económico suele aportar poco al universitario. Este quiere trabajar y “producir”, pero a veces su trabajo consiste en leer y el objeto de su producción no es más que “significado”.

Difuminación del ocio y el negocio en la vida universitaria

Ahora bien, esta difuminación del ocio y del negocio implica grandes costes personales para los profesores universitarios, agravando también la citada lucha por el prestigio. Esta ocupa un lugar central en el conjunto de la trilogía, puesto que en ella se conjugan varios elementos interesantes.

  • Vemos perfiles psicológicos complejos -obsesivos, arrogantes, poco pragmáticos, decididos a dejarlo todo por su carrera y necesitados del elogio constante.
  • Una incapacidad para controlar la propia carrera, lo que le deja a uno en manos de los demás y de una pizca de suerte;
  • La confusión entre uno mismo y su trabajo, lo que difumina las fronteras entre el disenso teórico y la crítica personal;
  • La desaparición de los amigos y de la pareja, convertidos, muchas veces, en los primeros rivales;
  • La incertidumbre y la perpetua posibilidad, que nos lleva a pensar que “quizá si publico este libro…”; y, sobre todo, la expansión del campo de batalla. Como señala el profesor Morris Zapp, uno de los grandes protagonistas de esta trilogía, “el éxito no está tan sólo en función del número de artículos que uno ha publicado el año anterior, sino en cuántos kilómetros ha recorrido esta mañana”.

El prestigio y el éxito académico se juegan tanto en los elementos formales -papers, libros, docencia- como en los informales -cafés, viajes, forma física. ¡Quizá por eso abunden esas preguntas que son, más bien, comentarios!

Motivos para la esperanza

Pero, ¿tiene esto solución? ¿Podemos gestionar de algún modo las tensiones entre la competitividad universitaria y las exigencias igualitaristas de una sociedad democrática? Esta trilogía no da pistas para una posible solución, pero sí nos evite algunas simplicidades.

La presión académica no está causada sólo por la neoliberalización de la universidad, sino que, por más años que lleven enseñando, los profesores siguen sintiendo el “terror del escenario”. Por más que procuremos becar a los universitarios para que puedan centrarse en los estudios, lo cierto es que el acceso a los puestos de enseñanza e investigación sigue siendo escaso. Por más que hablemos de autonomía universitaria, la gestión universitaria suele ser despreciada por unos académicos que no están ni capacitados ni interesados en la gestión y que se enfrentan, además, en palabras de Philip Swallow, a la “responsabilidad sin poder”.

En todo caso, el intento de interpretar sociológicamente una trilogía de novelas tiene un riesgo: el de perpetuar la indistinción entre el ocio y el negocio. En efecto, la Trilogía del Campus de David Lodge es, ante todo, un conjunto de novelas divertidísimas que provocan unos ratos memorables. Pero, como sucede siempre en la universidad, el ocio no excluye el trabajo, sino que nos permite seguir pensando y analizando nuestro mundo.

La belleza de la obra de Lodge es que nos permite realizar el camino inverso: en lugar de tematizar laboralmente el ocio, podemos asomarnos al trabajo para descansar de él. Y, también, para reenamorarnos de ese lugar fascinante que es la universidad.

Como experimenta la inigualable Robyn Penrose al final de la última de las novelas: “La universidad era el tipo ideal de una comunidad humana donde trabajo y juego, cultura y naturaleza, observaban perfecto armonía, donde había espacio y luz y bellos edificios enclavados en terrenos atractivos y donde la gente gozaba de libertad para perseguir la experiencia y la satisfacción de los propios deseos, cada uno de acuerdo con su ritmo y su inclinación”.

 

Comentarios
  1. Albert dice: 25/04/2024 a las 17:15

    La novela es desde Cervantes una fuente de saber incalculable. La obra de René Girard comenzó con un análisis del deseo mimético en Cervantes, Stendhal, Proust, Dostoievski, … En España no se ha novelado nunca la institución de la «Oposición» y todo el entramado de rivalidades, competencia política, intrusión de partidos, reparto de càtedras y prebendas … todo ello animado por las fuerzas telúricas de la endogamia y la presencia ante, durante y post de los directores de departamento, verdaderos comisarios, arcángeles de las puertas del cielo del funcionariado universitario. La Universidad Española, el gran Vacio Literario de la mal llamada Transición y lo que vino después.

  2. J dice: 26/04/2024 a las 15:36

    Gracias por el artículo, que acierta a describir muchas de las motivaciones académicas. En lo que caben más matizaciones, es la afirmación de «Que la universidad carece de incentivos para el éxito económico individual». A decir verdad, el profesorado universitario responde a los incentivos económicos, y lo hace de forma rotunda y directa. Como ejemplo, basta observar el comportamiento para obtener promociones y sexenios (basta considerar en crecimiento exponencial de publicaciones en revistas predatorias para conseguirlo), o escándalos sobre pagos a investigadores con citas elevadas por firmar artículos con falsa filiación en universidades Saudíes (tal y como ha muestran los casos recientemente aireados por la prensa). La relevancia de los incentivos económicos no debe descartarse tan rápidamente. Tiene efectos directos en la calidad de nuestras universidades. Principalmente porque al ser los salarios de la universidad española tan poco competitivos, resulta enormemente difícil atraer profesorado con talento internacional (incluso en aquellas universidades que imparten buena parte de su docencia en inglés.) Tenemos una universidad local, poco internacionalizada y de menor nivel de lo que se podría cultivar, precisamente por no proporcionar los incentivos necesarios.

  3. Rafael MR dice: 28/04/2024 a las 15:50

    Muchas gracias por tu comentario, J. Me parece que tu matiz sobre los sexenios es muy acertado. En efecto, habría que precisar muchas de las afirmaciones de este artículo, aunque sólo sea (y esto lo digo en mi defensa, pero también como elogio de tu comentario y de los libros aquí trabajados) porque han pasado más de cuarenta años desde la publicación original de las novelas de Lodge. En todo caso, la reflexión de Lodge en «¡Buen trabajo!» apunta, creo, en dos direcciones: primero, que quien entra en la universidad no lo hace principalmente por dinero, sino por vocación. Segundo, y quizá debería haber matizado esto en el artículo, que la ausencia de incentivos económicos se refiere, principalmente, a la docencia.
    Por supuesto, el primer punto no contradice tu comentario, al tiempo que en el segundo también habría que introducir matices, pero no quería dejar pasar la oportunidad de establecer este mínimo diálogo.

    Gracias, de nuevo, por tu comentario.


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