La universidad como experimento infinito en la obra de John Dewey
John Dewey es uno de los filósofos más reconocidos del siglo XX, aunque su influencia ha sido más notable en el contexto norteamericano, donde sus obras continúan siendo una referencia central en múltiples debates actuales sobre la educación.
Uno de estos debates, de plena actualidad, se refiere a la consideración por parte de algunos autores del filósofo norteamericano como el padre del aprendizaje por competencias y, con ello, de la idea neoliberal de universidad. Sin embargo, como apuntan Gonzalo Jover (uno de sus más autorizados comentaristas en España) y Alicia García, el mismo Dewey también es utilizado como argumento de autoridad frente a la colonización de la universidad por parte del mercado, tal y como lo presenta Martha Nussbaum.
Otra de esas contribuciones se refiere al debate sobre el lugar del conocimiento en la universidad. Sobre esta cuestión, en 1936 mantuvo una sonada disputa con Robert M. Hutchins, entonces presidente de la Universidad de Chicago, a propósito de la publicación del libro The Higher Learning in América.
A la luz de ambos debates trataremos de extraer algunos elementos de su pensamiento y, con ello, exponer la idea de universidad de Dewey.
Crítica de la idea tradicional de universidad
Si bien es cierto que Dewey comparte el diagnóstico del autor en lo que respecta a su excesiva función profesionalizadora, no aceptaba las premisas sobre el lugar que ocupa el conocimiento en la argumentación de Hutchins. En palabras del propio Dewey:
“Entiendo que el Presidente Hutchins sostiene que existe un poder o facultad de la Razón o de la Inteligencia (en el sentido en que estas palabras han sido entendidas por grandes figuras de la historia de la filosofía) que es capaz de captar las verdades primeras y últimas que son la medida y el criterio de todas las formas inferiores de conocimiento, a saber, las que tienen que ver con asuntos empíricos, en las que se incluye el conocimiento tanto del mundo físico como de los asuntos prácticos. Entendí que él sostenía que sólo sobre la base de un orden jerárquico determinado a partir de estas verdades podía surgir el orden del desorden actual, es decir, una jerarquía de verdades que nos muestra cuáles son fundamentales y cuáles subsidiarias”.
Esta idea de universidad, que podríamos denominar tradicional, estaba por entonces muy extendida y podría guardar ciertos paralelismos con la idea de universidad de autores como MacIntyre, Newman, y en menor medida Heidegger, que han sido objeto de tratamiento en este mismo blog. Estos autores, que se apoyan principalmente en las teorías del conocimiento de Aristóteles, Platón y Santo Tomás, consideran posible deducir, aunque con ciertos matices, un principio ordenador, metafísico, que orienta el conocimiento y que serviría, en relación al debate que nos ocupa, para fundamentar de alguna manera la idea y razón de ser de la universidad. Por el contrario, cualquier otro tipo de conocimiento humano será siempre más limitado y subordinado a este. Y son estos precisamente el tipo de argumentos sobre la idea rectora de la universidad que Dewey rechaza.
El pragmatismo como alternativa
Para Dewey, el conocimiento de las verdades objetivas ha de ser fruto de la experimentación y, por ende, el conocimiento científico empírico debe ser el pilar sobre el que se fundamente la idea de universidad. Así pues, la experiencia, el método experimental y la conexión integral con la práctica en la determinación del conocimiento relegarían a aquello que llamamos Razón o Inteligencia en un sentido clásico a un papel secundario en cuanto a la fijación de la idea de universidad. Como señala en uno de sus escritos fundamentales, Democracia y Educación:
“La teoría del conocer ha de derivarse de la práctica que tenga mayor éxito para obtener conocimiento, y después esta teoría se empleará para perfeccionar los métodos que tienen menos éxito”.
No obstante, para entender adecuadamente la teoría del conocimiento de la que se sirve Dewey para rebatir tales afirmaciones, debemos tomar como referencia otros textos de su obra. El conocimiento, para este autor, es producto de la intersección entre hechos y valores a través de la “valoración”, es decir, desde la actividad de participación en una comunidad de conocimiento. Nos faltaría saber, como recuerdan Jover y García, si esa actividad valorativa en la fijación de la actividad universitaria haría referencia a un acuerdo sustantivo en el aula, entre científicos o bien si se trataría de una teoría de la valoración social con un público ampliado de tipo deliberativo, al modo de Habermas, del que también hemos expuesto su idea de universidad.
Lo que es seguro es que, para Dewey, el conocimiento que se aplica y enseña en la universidad habría de ser producto del método experimental, y no tendría que estar fundamentado en algún tipo de razón a priori.
La universidad y el mundo social
Una de las consecuencias prácticas del pensar tradicional abogaría por un cierto alejamiento de la universidad de los requerimientos de la vida social contemporánea. Es decir, una cierta priorización de la instrucción sobre la educación con fines sociales. Y es precisamente esa ruptura la que ha servido a algunos autores para considerar a Dewey como uno de los padres fundadores del aprendizaje por competencias, considerado por estos mismos autores como el mecanismo de diseminación de la lógica del mercado en el aprendizaje universitario. De nuevo, como señalan Jover y García, Dewey no participó directamente sobre este debate, y ello, a su vez, implicaría asumir la premisa de que el aprendizaje competencial responde a una lógica neoliberal, algo de por sí bastante discutible. No obstante, trataremos de señalar algunos aspectos del pensamiento del autor sobre esta cuestión.
En la primera década del siglo XX, Dewey hizo su particular aportación a propósito del tema de la vieja polémica entre nueva y vieja educación. En aquellos tiempos, el debate estaba formulado en términos de educación tradicionalista, defendida por William Torrey Harris, para quien el contenido de la instrucción era la cuestión prioritaria, frente a la educación centrada en el niño (child-centered school), por entonces argumento de la educación progresista. Lo cierto es que, siendo claramente favorable a la segunda opción, también fue crítico con ella, puesto que para Dewey el problema común a ambas residía en la concepción de la educación fundada en la autoridad que da al educador la presunción de posesión de un conocimiento inmutable (Jover y García, 2015).
Por otro lado, de nuevo en Democracia y Educación, el autor insiste recurrentemente en que toda institución educativa debe estar guiada por un fin social y, por tanto, adaptarse a las condiciones del entorno. Las instituciones educativas (entre las que incluimos a la universidad), para Dewey, tienen la función de ofrecer un ambiente simplificado y gradual para una correcta adaptación del ser humano al medio ambiente social, eliminando los rasgos perjudiciales del ambiente y ayudándole a librarse de las limitaciones del grupo (origen familiar, étnico, religioso, etc).
Además, en los años anteriores y posteriores a la crisis de 1929, Dewey criticó duramente el individualismo surgido del “capitalismo corporativo”, que ponía en riesgo la realización de la auténtica individualidad. Por este motivo, frente al “viejo liberalismo” propone un “nuevo liberalismo” o “socialismo público”, capaz de combinar la defensa de la libertad personal característica del liberalismo clásico con una mayor igualdad social (Jover y García, 2015). Esta línea liberal progresista en la que se circunscribe Dewey, según los autores citados, parece difícilmente compatible con una educación orientada por los valores del beneficio económico contra las que dirigía su crítica.
Coincido con la interpretación de estos autores en cuanto a la simplificación del pensamiento del Dewey cuando es traído a colación en este debate. No obstante, me aproximo más a autores como Oakeshott y Arendt en que la subordinación de la educación a un fin social puede contribuir (y así ha ocurrido y sigue ocurriendo) a alimentar las esperanzas de cualquier forma de educación totalitaria.
La universidad como experimento infinito
Como señalábamos al principio, la obra de Dewey no contiene una exposición sistemática acerca de aquello ha de nutrir la idea de universidad, por lo que debemos apoyarnos en otros escritos para tratar de formular con mayor precisión las ideas sobre la universidad que se desprenden de la crítica de la idea tradicional.
Hemos señalado que el núcleo del pensamiento educativo de Dewey, que alcanza a la idea de universidad, se sedimenta sobre la idea de experiencia y, más concretamente, de la reconstrucción continua de la misma. El conocimiento, por tanto, es eminentemente práctico (praxis), y se organiza mediante el ejercicio continuado del método experimental. Consecuentemente, la idea de universidad sería una suerte de experimento infinito, siempre abierta al ensayo y a la prueba y a encontrar una adecuada valoración de lo que deba ser su misión.
Respecto del lugar de la universidad en el mundo, no cabe duda de que Dewey considera que esta institución debe ser adaptativa y, con ello, ser capaz de preparar a sus alumnos para dar cumplimiento a los requerimientos sociales de cada momento. No obstante, como se ha señalado, ello no es incompatible con un tipo de educación liberal, en el sentido tradicional clásico, donde ofrecer al individuo una formación lo más integral posible.
Felicidades por este artículo. Siempre interesante acudir a Dewey, y revisar parte de su razonamiento. Su vida longeva, acompañada de una capacidad productiva encomiable, nos dejó grandes ideas que siguen muy vigentes. Creo que hasta en tema bibliométricos fue un precursor. Gracias Rafael López-Meseguer!
Además d Elo anterior, al menos en México, esta la influencia en la necesidad de formar docentes (y profesionistas) con un pensamiento reflexivo, digamos que sería una competencia, cuyo origen encontramos en J. Dewey. Y también la propuesta del trabajo por proyectos, que sigue siendo una metodología mas vigente que nunca. Con la necesidad de formar profesionistas en las universidades que sean capaces de aplicar lo aprendido, el trabajo por proyectos se hace indispensable. Y aplicar el conocimientos es demostrarlo y eso nos ubica en el enfoque curricular por competencias, donde otra cuestión es el uso ideológico de las competencias.