Teoría y práctica en la Universidad: un debate clave (parte 1)
El escenario actual: la demanda de práctica
El debate central en la educación superior se polariza cada vez más: lecciones magistrales o contenidos profesionalizantes, ciencia básica general y especializada o ciencia directamente aplicada al mundo del trabajo, estudios centrados en el saber tradicional o más ligados a la innovadora realidad económica.
En definitiva, mantener en lo posible la teoría en el presente o darla por perdida de forma definitiva en el futuro.
Este es un debate que existe también fuera del aula, donde cada vez más alumnos demandan, por motivación o esperanza, temarios y laboratorios que preparen y ayuden a encontrar un empleo ligado a esa carrera elegida. También porque necesitan medios más simples, directos y y aplicados ante las exigencias del contexto tecnológico actual.
Se encuentran en un contexto que les expone constantemente a contenidos virales, promoviendo la sencillez en el saber y la inmediatez en el tener, la velocidad en el conocer y la flexibilidad en el ser.
Los estudiantes, reflejo de su tiempo
Los estudiantes son, de hecho, el reflejo de su tiempo. Empoderados por las redes y los contenidos digitales, se quejan a viva voz de que el docente no sabe o no está adaptado, que repite lo mismo o de la misma manera, que no hace reír o sonreír, y que lo que da en esa clase seguramente no sirve.
Esta visión choca, en primer lugar, con las exigencias de emancipación imperativas que pasan, en su cosmovisión posmoderna, por una alta empleabilidad desde primero de carrera.
En segundo lugar, frente a los modelos mediáticos a los que siguen y que lo hacen todo rápido, que aprenden con diversión, que lo pueden lograr todo (literalmente “todo”, como enseñan los anuncios tan bien pensados) y que tienen éxito vital subir sin pisar una clase.
Y por último, por historias, repetidas hasta la saciedad, de que los empleadores quieren profesionales listos para repetir los procesos, reinventar los producto o vender un servicio.
Una realidad que se refleja en los puestos de gobierno
Esta realidad, reflejada en las demandas estudiantiles y en las expectativas externas, impacta inevitablemente también en las más altas instancias académicas y gubernamentales.
El universitario, ya no es la razón de ser de la Universidad sino el usuario o cliente que tiene la razón en la Universidad.
En los despachos públicos y privados, se debate, entre la presión y la convicción, sobre la relación entre teoría y práctica en función del que se matricula o puede matricularse.
Así se comprueba cada año en la oferta y diseño de las titulaciones de la Educación Superior española (como en tantos otros países). Hay que llenar las clases, aumentar las matrículas, legitimar el servicio o el negocio. Y solo se puede hacer, en este tiempo, primando la formación práctica a diestro y siniestro, o por lo menos venderlo así en reels y visitas.
La teoría y la práctica: ¿opuestos o complementarios?
La teoría y la práctica, verbos que deberían ser complementarios en la educación superior, se presentan a menudo como posiciones maximalistas en los debates sobre la «rentabilidad» que dominan los consejos de gobierno de facultades, departamentos y universidades.
Ser rentable o caer en el intento
Nos encontramos ante un debate creciente que genera enormes tensiones entre diversos actores: alumnos y profesores, centros y rectorados, instituciones públicas y privadas, e inevitablemente, entre posturas ideológicas que se autoproclaman puras.
Este conflicto llena páginas de medios y enciende pasiones en las redes sociales, planteando preguntas cruciales: ¿Qué significa ser rentable en la Educación Superior? ¿Por qué debe medirse siempre en términos monetarios, economicistas o mercantilistas? ¿Existen otros tipos de rendimientos, menos cuantificables e inmediatos, que deberíamos considerar?
Los estudiantes, presencialmente aburridos
Este debate se genera constantemente en el aula. Encontramos estudiantes presencialmente aburridos, sobremanera, o un absentismo masivo ante clases teóricas sobre materias fundamentales para su carrera, bajo la percepción de que «ya está en internet», «no sirve para el trabajo futuro», «no da dinero» o incluso les hace considerar cambiar de carrera.
De igual modo, los estudiantes a distancia encuentran dificultad al leer tantos textos que no tienen aplicación directa o son demasiado genéricos para la profesión soñada. Desde casa quieren algo fácil o muy fácil. Así lo dicen, así lo denuncian.
Bajo el criterio de la rentabilidad, la teoría es aburrida y antigua
La teoría parece inútil en esta época. Se entiende que el saber tiene que ser práctico, aplicable, dinámico, divertido, profesional, rentable.
Esta leyenda hecha realidad la escuchamos en todos los foros y a todos los niveles de los organigramas universitarios. Aparecen asignaturas para olvidar y carreras a limitar, ajustar o extinguir.
En el ámbito público se comienza a revisar la oferta, en lo privado se empezó hace bastante antes. Son malos tiempos para la lírica, como diría la canción.
La priorización de la práctica: fenómeno in crescendo.
Este fenómeno de priorización de la práctica es in crescendo. Se amplían plazas en sectores con alta demanda y salida profesional casi inmediata, y se llenan titulaciones que prometen, a través de prácticas abundantes y sistemáticas, el acceso al «paraíso soñado» de la independencia económica (superando la idea del «ascensor social»).
Las metodologías y la oferta deben, lógica y oportunamente, adaptarse (¿o morir?) para ser más responsables con el dinero público, responder a esa petición ciudadana, conectar mejor con un mundo interconectado, estar más ligados a los negocios rentables o emergentes y, por todo ello, para justificar ante el ciudadano el porqué de lo que se hace dentro de una clase. Leer mucho, memorizar bastante, reflexionar algo (¿y aburrirse o sufrir algo?) está obsoleto.
Prácticas profesionalizantes y amenas ya que, de no ser así, las prospecciones evidencian que el alumno no se matricula o abandona. Si esto sucede, los números no cuadran para los políticos (en el caso del sector público) y para empresarios (en el sector privado). Un peligro ante el “invierno demográfico universitario” que analizó Patricia Sánchez:
“Este cambio de escenario podría empujar a las universidades a tener que revisar y afinar sus ofertas para tratar de atraer estudiantes, cada vez más escasos, con el fin de poder asegurar su sostenibilidad. Esta tarea va a requerir que las instituciones cuenten con la capacidad analítica necesaria para entender los cambios de contexto y poder tomar decisiones con agilidad”.
Todo tiene un precio
La inserción laboral o empleabilidad es, ineludiblemente, el criterio que marca el debate actual. La práctica es esencial, pero entendida para trabajar (con las luces y sombras que señaló María Ramos). Se mide el éxito o el fracaso de los egresados, y de los estudios realizados, por su capacidad para integrarse de forma normalizada en el mercado laboral en un tiempo y forma concretos.
La teoría se puede superar recordando lo básico durante un par de días, consultando puntualmente en Wikipedia o haciendo el “trabajo sucio” con inteligencia artificial . Así lo hemos oído y oiremos de tantos empoderados.
La premisa es que solo el «saber hacer» libera verdaderamente, pues es lo que permite ser contratado en lo «tuyo» y encontrar trabajos dignos y estables. Y la teoría, ya sea en clases o en titulaciones completas, no cumple esa función liberadora, según esta percepción generalizada. No «libera», gasta dinero y solo hace perder el tiempo, un recurso cada vez más valorado.
Sucede en casi todos los centros
Esta situación sucede en casi todos los centros; ferias laborales, colaboración con negocios, cátedras empresariales, opciones bilingües (con el inglés, claramente).
En una sociedad de libre mercado, alumnos y gobernantes deben determinar, a modo de “mano invisible”, qué titulaciones y qué contenidos tienen o permiten salidas profesionales rápidas y abundantes.
Y esta tendencia, tan racional y lógica, sobre lo imprescindible, conlleva de manera inevitable el debate paralelo sobre lo prescindible. Ya no hay lemas imbatibles: eso de “servicio público” o del “saber no ocupa lugar” es propio de otra época.
Lo académico y lo profesional deben ir de la mano, y traducirse, de forma más lenta o más rápida, en la transformación de títulos académicos y de guías docentes con competencias laborales, con habilidades profesionales y, en tantos casos, con el idioma británico. Incluso, de forma creativa, a veces, en las titulaciones consideradas más teóricas y dadas por perdidas para crecientes sectores sociales (como en las Artes o en las Humanidades). Ya lo hemos señalado: mal momento para lo considerado como “lírico”.
Espero la parte 2 del artículo. Acá se plantea el tema controvertido por intereses en juego entre un currículo para la creación e innovación y otro opuesto para generar las competencias que demanda el mercado laboral. Obviamente este mercado no está mirando al futuro pues ancla en el presente sus demandas profesionales. ¿Debe la Universidad someterse a los intereses inmediatistas del mercado actual? El entrenamiento para obtener las competencias soslaya o elude la tarea de la Universidad de preparar recursos humanos para nuevos espacios de ciencia y tecnología que se abren paso aceleradamente en nuestras sociedades. No olvidemos que esos estudiantes se están preparando no para hoy sino para tiempos futuros.
Pero rechazo que este debate se centre entre intereses «mercantiles» de empresarios privados y de políticos que quieren exhibir una fortaleza cuantitativa de las universidades públicas. Y mucho menos de estudiantes apresurados por obtener un empleo, aun cuando esta sea una aspiración legítima.