Sobre la generación mejor formada y el número de universitarios

La generación mejor formada. Así se llama a la generación que ahora mismo tiene entre 20 y 30 años en España. Diría que el apodo tiene algo de autodenominación. Lo he escuchado mucho a antiguos compañeros míos a la hora de reivindicar, con más razón que un santo, mejores condiciones de trabajo para los egresados universitarios, y también para denunciar la enorme fuga de cerebros que ha provocado la crisis económica en nuestro país.

Somos la generación mejor formada y así nos reconocemos.

Pero me gustaría reflexionar un instante sobre esta generación y su formación. Desde la universalización de la educación en España las distintas reformas educativas han tratado de abordar el fracaso que se producía en la educación obligatoria sin éxitos reseñables. Con variaciones cíclicas muy vinculadas al momento económico del país, desde la aprobación de la LOGSE en 1990 hemos convivido con una tasa estructural de fracaso escolar de entre un tercio y un cuarto del alumnado de la ESO. Algo así como uno de cada tres o uno de cada cuatro de los alumnos que comienzan estudios obligatorios no logra finalizarlos, al menos en tiempo y forma. Eso lleva inexorablemente a nuestro segundo gran caballo de batalla: la indomable tasa de abandono escolar temprano, que para nuestra vergüenza se ha pasado años por encima del 30% (hoy el 19% según datos de Eurostat). A la vez, instituciones internacionales llevan años alertándonos sobre nuestras menguadas cifras de Formación Profesional (aspecto íntimamente relacionado con las estadísticas de abandono), y si bien no estamos en el fondo de PISA, sí es cierto que desde la primera edición del año 2000 estamos estancados algo por debajo de la media OCDE. No hay mejora ni buenos resultados.

¿Son estas las estadísticas de la generación mejor formada? Eso parece. Pero si lo son es simplemente porque al referirnos a ella nos fijamos únicamente en la Universidad y los universitarios. El desarrollo de la institución en las últimas décadas está fuera de toda duda, por mucho que quede un mundo por avanzar y no todo se haya hecho en la mejor dirección. Según el Anuario de Estadísticas Universitarias, en 1990 había en España 39 universidades públicas y privadas, y hoy hay 84. Las estadísticas del Ministerio de Educación nos dicen que en 1985 había 854.549 universitarios y hoy hay 1.492.206. Como apunté en otro post de este blog (ver aquí), en el curso académico 2005-2006 se dedicó una partida de 500.761.000 € a becas universitarias y hoy se dedican 829.372.000 €. Y todo para una población de entre 18 y 24 años que en ese periodo no ha dejado de reducirse según datos del Instituto Nacional de Estadística. Sin duda, hemos construido una Universidad enorme que absorbe una gran proporción del alumnado que inicia estudios obligatorios. Aquí somos reyes, porque España ha alcanzado en este último curso académico la tasa neta de escolarización universitaria más alta de su historia con un 31,1%; es decir, hay un universitario de entre 18 y 24 años por cada 3 personas de entre 18 y 24 años en nuestro país.

La serie histórica es muy reveladora: la tasa de escolarización neta no ha dejado de aumentar desde el año 2010 según datos del MECD, porque aunque el número de alumnos universitarios se haya mantenido estable en términos absolutos a lo largo de los últimos 15 años (incluso se ha producido una pequeña bajada del 2,2%), la población española de entre 18 y 24 años ha perdido más de 1.000.000 de jóvenes. Es decir, los mismos universitarios pero sobre un total poblacional mucho menor. El crecimiento es claro, y a mí me gustaría preguntar: ¿no son estos demasiados universitarios?

Gráfico 1. Evolución de la población y el número de entre 18 y 24 años (tasa neta de escolarización universitaria). 

Fuente: Elaboración propia a partir de datos del INE y el Ministerio de Educación Cultura y Deporte.

No crea el lector que al preguntar esto pretendo minusvalorar la importancia de la labor universitaria más allá de la formación de profesionales cualificados. Ni asuma que prefiero una sociedad peor formada expulsando alumnos de la Universidad. Sí que me gustaría que se pudiese hablar, no obstante, sobre la idoneidad de que el 100% de los alumnos que inician estudios obligatorios fuesen a la Universidad. Y si concluimos que no todos ellos deben hacerlo es porque debe haber algo así como un número óptimo de alumnos universitarios. Si nos hemos pasado ya o estamos aún lejos de alcanzarlo es algo que, por lo menos, debería poder plantearse.

No obstante, no me interesa el debate sobre el número de alumnos universitarios en los términos en que generalmente se plantea. El argumento más escuchado dice que, en tanto que una de las misiones principales de la Universidad es la formación de profesionales altamente cualificados, el número de universitarios deberá ser el que el mercado de trabajo sea capaz de absorber. Y dado que nuestro mercado de trabajo no requiere de una elevada proporción de nuevos trabajadores con cualificación universitaria, el número de alumnos debe reducirse. Al no hacerlo, sigue el argumento, se disparan tanto la tasa de paro juvenil (según la última EPA el 40,5% de los jóvenes de entre 18 y 25 años están desempleados, siendo la segunda tasa más alta de la UE) como el número de trabajadores sobrecualificados en relación a la ocupación que desempeñan (el 68% de los ocupados de menos de 25 años se engloban en esta categoría según datos de Asempleo).

Adelanto que ese argumento no me convence. Y aunque abre un debate altamente interesante sobre las misiones de la Universidad (una reflexión al respecto puede encontrarse aquí) y la diferencia entre educación y formación, creo que en España hay demasiados alumnos universitarios por otra razón. Creo, sencillamente, que en España se «sobreelige» (permítanme el palabro) la opción universitaria en relación a la Formación Profesional de Grado Superior por un desprestigio relativo de esta última enormemente arraigado en el imaginario colectivo de nuestro país. Eso lleva a que un gran número de alumnos escasamente motivados, con un desarrollo competencial insuficiente o sin un objetivo formativo y profesional claro, se dirijan a la vía universitaria convirtiendo la consecución del título en un objetivo en sí mismo.

Dicho de otra forma, creo que en España hay demasiados universitarios porque como sociedad no aceptamos que un alumno capaz y preparado prefiera la Formación Profesional a la vía universitaria.

Y eso provoca una notable desproporción en la distribución del alumnado dentro de la educación terciaria que, aunque solemos olvidarlo, comprende tanto la Universidad como los Grados Superiores. En un excelente trabajo cualitativo sobre las demandas de la sociedad española al sistema educativo del Colectivo IOÉ, los autores planteaban que las clases medias acomodadas españolas han construido una expectativa de éxito escolar que pasa ineludiblemente por el título universitario, y cuya no consecución es considerada un fracaso: “algo que a ellos les produce pánico cuando piensan en sus descendientes […] pero que consideran inevitable en otros sectores sociales” (Colectivo IOÉ, 2010: 45[1]). Y el reflejo estadístico de todo ello no debe buscarse en el mercado de trabajo, sino antes. Debe buscarse en la proporción de alumnos que prefieren el Bachillerato a la Formación Profesional de Grado Medio tras finalizar la ESO y en las elevadas tasas de abandono universitario de nuestro país.

Para lo primero, las estadísticas son claras. Según la publicación de la OCDE Education at a Glance, la proporción de alumnos de entre 15 y 19 años que escogen la vía general (Bachillerato en España) en vez de la vía profesional (los Ciclos Formativos) es de 4 a 1, esto es, por cada alumno que, a esas edades, prefirió la FP, encontraremos 4 que optaron por Bachillerato (MECD, 2015). Obsérvese en el Gráfico adjunto que en la UE esa proporción es casi de 1 a 1. De hecho, consultando el Anuario estadístico del Ministerio de Educación puede comprobarse cómo tan solo el 3% del alumnado matriculado en Formación Profesional de Grado Medio tiene 16 años, es decir, ha finalizado la educación obligatoria sin repetir ningún curso. La continuación de estudios por la vía profesional en España es, sin lugar a dudas, una opción vinculada al fracaso previo.

Gráfico 2. Población de entre 15 y 19 años matriculada en educación postobligatoria no terciaria por orientación del programa.

Fuente: Elaboración propia a partir de Education at a Glance, 2017.

 

Lo cierto es que, desde hace décadas, venimos utilizando los Ciclos Formativos como una herramienta de gestión del fracaso generado en la ESO, ya sea para recuperar a los alumnos que abandonaron de forma temprana los estudios, ya como vía de escape a través de programas como la FPB (antiguos PCPIs) o los PMAR (antigua Diversificación Curricular). No es extraño que, actuando así, los alumnos que logran finalizar de forma solvente la ESO no piensen en continuar sus estudios por la vía profesional y, en último término, que demasiados alumnos transiten por la vía universitaria huyendo de esas alternativas formativas. Y si no hubiese más efecto que un número elevado de egresados universitarios todos podríamos dar por buena esa decisión. Pero lo cierto es que nuestras estadísticas de abandono universitario son muy altas. Según datos de la CRUE publicados en este mismo blog (aquí), el 18% de los alumnos matriculados en Grado en universidades públicas presenciales en el curso 2010-2011 abandonaron la titulación en que se matricularon inicialmente (algo así como un cuarto de ellos cambiaron de carrera y/o universidad), lo que significa que 1 de cada 5 universitarios no completa los estudios que seleccionó tras finalizar la vía que les dio acceso a la Universidad. El propio Ministerio de Educación en su publicación Datos y cifras del sistema universitario (aquí), eleva el dato de abandono hasta el 32% de los alumnos universitarios matriculados en el curso académico 2009-2010, de los que la tercera parte corresponden a cambios de titulación.

No “sobran” alumnos universitarios, pero es cierto que hay alumnos que no encuentran en la Universidad lo que buscaban y quizás lo hubiesen hecho en Formación Profesional.

Descontando los abandonos por motivos económicos, tanto los cambios de titulación como los abandonos definitivos reflejan disfuncionalidades en el proceso de toma de decisión que condujo a la Universidad; disfuncionalidades que suponen, por un lado, un enorme coste personal para el alumno que abandona y, por otro, un importante coste económico para el sistema universitario.

En último término, lo que debemos entender es que esas estrategias para atender el bajo rendimiento en la ESO a través de la FP pretenden manejar una cantidad de fracaso que es sencillamente inmanejable. Que son estrategias dirigidas a atender las consecuencias del bajo rendimiento y no sus causas. Y que solo una ESO que no genere ese volumen inmenso de fracaso puede llevar a un cambio en la consideración social de los Ciclos Formativos y, por ende, a una distribución más racional y homogénea del alumnado matriculado en educación terciaria, es decir, entre la Universidad y los Grados Superiores. Quizás entonces, una vez controlado el fracaso previo a la Universidad, sí podamos hablar de la generación mejor formada sin tener que olvidar a nadie.

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[1] Colectivo IOÉ (2012). La sociedad ante la escuela. Puntos de vista de dos generaciones. Panorama Social, 15, pp. 1-22.

 

 

Comentarios
  1. […] Terciaria a favor de la Universidad y en contra de los Ciclos Formativos de Grado Superior (ver aquí). Sostuve, además, que no era partidario de afirmar que el número de universitarios era demasiado […]

  2. […] Terciaria a favor de la Universidad y en contra de los Ciclos Formativos de Grado Superior (ver aquí). Sostuve, además, que no era partidario de afirmar que el número de universitarios era demasiado […]


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