A vueltas con la investigación  

Un presidente para la investigación

El 17 de noviembre de 1944 el entonces presidente de los EE. UU., Franklin D. Roosevelt, le envió una carta al director de la Oficina de Investigación y Desarrollo Científicos, Vannevar Bush, en la que había cuatro preguntas muy concretas. La última decía así:

“¿Puede proponerse un programa eficaz para descubrir y desarrollar el talento científico en la juventud norteamericana, de modo que sea posible asegurar la continuidad futura de la investigación científica en este país, con un nivel comparable al alcanzado durante la guerra?”.

Bush dio cumplida respuesta a las cuatro preguntas en un informe de 25 páginas titulado Ciencia, la frontera sin fin, en el que además estableció un plan de política científica para el país, proponiendo la creación de una agencia estatal de investigación.

La National Science Foundation fue creada un lustro después y sigue siendo la agencia de investigación más importante del mundo.

Los desafíos de la investigación científica

Suele decirse que fue un informe adelantado décadas a su tiempo, pero yo pienso que fue mucho más que eso, ya que adelantó décadas en el tiempo a EE. UU., convirtiéndolo en el líder científico mundial que todavía es.

Resulta paradójico que un documento con ocho décadas de vida siga siendo referenciado una y otra vez como recordatorio de la importancia de la investigación y de lo que debe hacerse en la ciencia, como si no hubiera un sinfín de evidencias.

Sin embargo, en una época en la que la tecnología avanza tan rápidamente y en la que la utilidad inmediata parece que es lo único que importa -desde luego infinitamente más que ampliar las fronteras del conocimiento-, la investigación científica se enfrenta a no pocos desafíos. Entre ellos, el de su financiación, que cada vez depende más de los intereses económicos y políticos, como los de la denominada “defensa”, que no deja de ser el mejor eufemismo de la guerra.

La ciencia nos ayuda a salir de las tinieblas en las que vive la ignorancia; a dejar atrás los miedos que nos crea el desconocimiento;  a no caer en la maldad que producen los perjuicios sin sentido; y a evitar la solución de los problemas por la fuerza, dando una oportunidad a la razón.

Es cierto que la ciencia no siempre traza caminos rectos y justos, pero evita que caminemos en círculos o, peor aún, que lo hagamos hacia atrás.

Por otra parte, la inversión pública en investigación es necesaria para no caer en el cortoplacismo que con frecuencia acompaña a los intereses y las inversiones de las empresas. Es indispensable para encontrar donde nadie más mira, aquello que nadie más busca, pero que, una vez descubierto o creado, cura enfermedades, nos da de comer, pone todo lo saber a golpe de clic y nos permiten ver y entender desde lo invisible a lo inconmensurable. Cuando aparecen las vetas de oro hay muchos que corren a explotarlas, pero casi nadie las busca, ni siquiera cree en ellas, cuando apenas hay minúsculas partículas doradas río abajo.

El valor de invertir en ciencia e investigación

Como excepcional ejemplo del valor de invertir recursos públicos en investigación y a largo plazo, me permito comentar los recientes premios Nobel en Química y Física.

Nobel de Química 2024

El Premio Nobel de Química 2024 fue otorgado a David Baker, Demis Hassabis y John M. Jumper por sus innovaciones en el diseño y predicción de estructuras de proteínas. Baker, de la Universidad de Washington, desarrolló el software Rosetta, que ha permitido diseñar nuevas proteínas con aplicaciones médicas, como vacunas y nanomateriales. En concreto, Hassabis y Jumper, de Google DeepMind, utilizaron inteligencia artificial para predecir las estructuras de todas las proteínas humanas y de casi 200 millones de proteínas conocidas de diversos organismos. Acortaron así un proceso que nos llevaría bastantes décadas y una ingente cantidad de recursos a apenas un año de cálculos en potentes máquinas inteligentes.

Pues bien, ni Hassabis ni Jumper habrían conseguido el Nobel ni su empresa Alphabet y otras muchas estarían logrando avances en investigación e innovación inimaginables solo hace unos pocos años, y muy rentables económicamente, por cierto, sin las décadas de investigación en IA esforzada, lenta y costosa, financiada sobre todo con recursos públicos.

Nobel de Física 2024

Dicha investigación facilitó también los avances científicos de los premiados con el Premio Nobel de Física 2024. John J. Hopfield y Geoffrey E. Hinton recibieron el Nobel por descubrimientos fundamentales para el aprendizaje automático con redes neuronales artificiales. Los avances de Hinton, que se formó y desarrolló buena parte de su carrera en universidades públicas del Reino Unido, Estados Unidos y Canadá, fueron particularmente determinantes, a mi juicio, para el impresionante desarrollo alcanzado por la inteligencia artificial.

Insistir en lo obvio es necesario

No quiero ser yo quien reinvente la rueda en lo que a estimular la investigación se refiere, así que simplemente me haré eco de lo que ya se ha dicho muchas veces. No debería ser necesario por obvio, pero es que vivimos tiempos en los que no insistir en lo obvio es dejarlo caer en el olvido o hasta dar cancha a quienes les interesa negarlo.

La receta no es tan complicada: impulsar la ciencia básica y a través de ella sus aplicaciones; aportar el dinero suficiente, que siempre será una inversión rentable, sobre todo si se hace con inteligencia; apostar por el talento como máxima prioridad, ya que al final todo acaba siendo secundario a disponer del talento suficiente; diseñar e impulsar políticas públicas ambiciosas; y encargar su gestión y los recursos a ellas asociados a personas capaces e independientes.

Iré por partes, aunque no las comentaré todas por no alargarme en exceso.

Financiación

España está pegando un estirón en lo que se refiere a inversión en I+D, cuyas cifras están creciendo desde 2014 y de un modo muy significativo en los últimos 4 años.

En 2023 lo hizo un 15,8% respecto al año anterior y con el aumento más importante en términos absolutos desde 2000 (más de tres mil millones de euros, según datos del INE). De ellos, se destinaron unas tres cuartas partes para ciencia aplicada (donde podemos considerar la investigación aplicada y el desarrollo experimental).

Es cierto que estamos aprovechando una singularidad en cuanto a la disponibilidad de fondos europeos (los fondos Next Generation EU), y que la inversión relativa a nuestro PIB es todavía muy inferior a la media de la UE, que fue del 2,25% el año pasado, frente al 1,49% en el caso de España. En todo caso, si se mantiene este crecimiento anual de la inversión en los próximos años, en 2027 alcanzaremos el objetivo de la Estrategia Española de Ciencia, Tecnología e Innovación, situado en el 2,12 del PIB. Confiemos en que así sea.

Movilidad de investigadores

Disponer de datos precisos sobre la movilidad de investigadores, en particular el balance entre aquellos que se van y los que desde otros países vienen o regresan, es poco menos que una quimera.

No cabe duda de que España no es un país suficientemente atractor de talento, ni para los extranjeros ni para los españoles que nos han dejado en algún momento de su trayectoria investigadora. La mayor parte de los programas para asentar talento investigador en España sirven para retener talento que ya está aquí, pero bienvenidos sean, ya que de otro modo serían bastantes más los que se irían.

Programas como “Ramón y Cajal”, “Juan de la Cierva” o “Beatriz Galindo”, a los que hay que sumar los de algunas comunidades autónomas, singularmente los de Cataluña y el País Vasco, son necesarios, aunque insuficientes. Otros programas como “ATRAE” están pensados para captar investigadores específicamente desde el extranjero, pero de momento se ha publicado solo una convocatoria y lo que no tiene continuidad acaba siendo una anécdota.

Mejorar la gestión de la investigación

Un último apunte, en este caso sobre mi comentario anterior relativo a la importancia de gestionar bien las políticas y los instrumentos públicos de apoyo a la I+D.

Uno de los medios más importantes del Estado para impulsar la I+D, sino el que más, es la Agencia Española de Investigación, creada por ley hace una década.

Sin menoscabo de su anterior director, creo que el nombramiento de José Manuel Fernández de Labastida como nuevo director de la AEI es un acierto y una excelente noticia para el sistema de ciencia y tecnología español. Cuando la trayectoria de alguien le avala con tanta claridad y objetividad, sobra que yo haga aquí una defensa de su idoneidad para este cargo, pero no quiero dejar de felicitar al Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades por el acierto en su nombramiento. Eso sí, ahora hace falta poner aún más recursos en sus manos.

La frase de que investigar en España es llorar se le atribuye frecuentemente a Ramón y Cajal, pero no tengo constancia de ello. En todo caso, dudo que sea cierto, ya que investigar en España cuando él lo hizo, con los medios de los que dispuso y considerando sus asombrosos logros, más que llorar fue uno de los milagros de la historia de la ciencia y hasta de la humanidad. Por fortuna hoy no es entonces, tampoco en investigación.

Todavía nos falta mucho para que investigar en España sea reír. Ojalá que al menos no nos falte el empeño, ya que de otro modo será para echarse a llorar.


 

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Comentarios
  1. JuanJ dice: 21/01/2025 a las 09:58

    Excelente entrada con la que estoy plenamente de acuerdo , eso sí con el temor de que lo avanzado en estos dos últimos años gracias al aporte de financiación que han supuesto los Next Generation, pueda no ser sostenido y en lugar de cumplir el objetivo de la Estrategia Española de CTI , quedemos lejos de ella y continuemos estando bastante por debajo de la media de la UE y OCDE .

  2. Mercedes dice: 21/01/2025 a las 10:36

    Excelente entrada, Senén, apuntando a la buena dirección. Esperemos que la ciencia y la investigación en España no dependen del milagro sino del acierto y la constancia.

  3. […] Enlace al post original […]


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