El impacto en la financiación de un cambio cultural necesario
En la encrucijada de la sostenibilidad financiera
Las universidades españolas, como otras muchas europeas, están en una encrucijada en términos de financiación y tienen que reinventarse una vez más.
En el escenario mundial con fuertes restricciones económicas que se arrastran desde la anterior crisis financiera de 2008, pero que se han agudizado con la crisis sanitaria provocada por la COVID-19 y la reciente crisis energética, la sostenibilidad financiera de las universidades públicas presenciales españolas, la columna vertebral del Sistema Universitario Público Español (SUPE), está en entredicho. José Antonio Pérez García nos advierte en este mismo blog que no sabemos qué podemos esperar de la reforma universitaria estatal en materia de financiación de las universidades.
Lo que sí parece cierto es que el conjunto de las universidades públicas españolas ha sufrido continuos retrocesos en su capacidad financiera en los últimos quince años. Paradójicamente, esta situación es más acuciante cuanto más investigadora es la universidad: salvo atención prioritaria de recursos con el despliegue de programas estatales de financiación al SUPE con objetivos específicos y más inyecciones autonómicas de transferencias corrientes y de capital, todas las universidades se verán abocadas a reajustes, como se están produciendo en otros sectores y en todas las grandes organizaciones, para garantizar su viabilidad económica. Sin embargo, como cualquier institución pública que ofrece servicios fundamentales, las universidades en el desempeño de sus funciones no tienen que “ser económicamente rentables”, pero sí tienen que “ser sostenibles financieramente” para cumplir con sus tres misiones en términos de calidad y eficacia, de manera que, en el futuro, no se cuestione la eficiencia económica y social del gasto público universitario.
Un análisis a nivel «meso»
Permítanme que en esta entrada no haga un análisis a nivel macro, como ha hecho recientemente José Antonio Pérez García. Me centraré en el nivel «meso» (el interno de la institución universitaria) para sintetizar algunos cambios que se han producido durante la pandemia y que pueden llevar, bien aprovechados, a un aumento de la financiación vía ingresos correspondientes a las enseñanzas regladas y no regladas, y vía filantropía.
No deja de ser a día de hoy un desiderátum que las universidades públicas españolas logren recursos significativos de origen privado por la vía de la filantropía.
La capacidad de las instituciones de educación superior de intensificar y diversificar sus fuentes de ingresos en un mundo globalizado está además muy relacionada con la reputación de la institución. La marca es un activo intangible fundamental a la hora de atraer mayores recursos condicionados al desarrollo específico de las actividades docentes e investigadoras que los generan.
Las universidades públicas españolas tienen que saber rentabilizar su posición predominante en el panorama español de la educación superior y aprovechar la potencia de los cambios en el modelo cultural y organizativo que vienen.
Como señalaba recientemente Mas-Colell en el último IEB Report dedicado a la reforma de las universidades, “la marca es fundamental en la función credencializadora de la educación” y se han producido a nivel mundial dos fenómenos simultáneamente: (i)» el ritmo de cambio del conocimiento y de la tecnología, que hace imperativa la formación a lo largo de la vida; y (ii) la reducción esencialmente a cero del coste de comunicar a distancia de un modo muy efectivo”. Ambos pueden implicar una diversificación de las formas organizativas en el ecosistema universitario del futuro.
Me atrevo a apuntar que la diversificación de las fuentes de financiación podría ser una consecuencia lógica de estas formas organizativas.
Del cambio cultural y organizacional en la actividad docente
Como mi reflexión quiere ser mucho más acotada, me pregunto cuál será el impacto económico en las universidades públicas españolas de estos dos fenómenos. Afectan de manera directa a la actividad docente y, en concreto, a la posibilidad de obtener más ingresos de las enseñanzas regladas (fundamentalmente al posgrado con los másteres oficiales), pero también de todas las no regladas (máster, especialista y experto) y de los cursos de formación continua cuya demanda creció exponencialmente durante la pandemia en muchas universidades.
Veamos con un ejemplo relacionado con la estrategia de transformación digital de las universidades cómo ha cambiado el “modo tradicional” de impartir docencia y cómo este cambio puede impactar más de lo que se puede pensar en la obtención de nuevos ingresos por parte de las universidades públicas españolas en un futuro cercano.
No se trata solo de obtener más recursos por la vía de la atracción de estudiantes on-line, sino de que la transformación digital suponga un cambio cultural en los docentes para que seamos capaces de salir de “nuestra zona de confort” con lecciones magistrales y tareas estándar, conseguir con innovaciones metodológicas profundas dinamizar las clases para captar la atención de los milenials y centennials y realizar tareas conjuntamente por parte del profesor y de los estudiantes que aporten más valor añadido al proceso de enseñanza-aprendizaje.
A mi modo de ver, el cambio cultural aún no lo hemos conseguido, el de los estudiantes vendrá seguro, lo llevan en su ADN.
Si logramos con éxito la transformación digital del modelo docente, sin duda se traducirá en una mayor demanda de estudiantes presenciales y on-line y, como consecuencia de ello, seremos capaces de obtener ingresos adicionales por matrículas.
Del cambio cultural en la actividad filantrópica
Otro cambio intrínseco a la propia naturaleza pública de la universidad que se ha acentuado durante la pandemia ha sido la búsqueda de financiación de la sociedad para determinadas actividades como son la investigación para la COVID-19, la integración digital de los estudiantes con menos recursos, etc. Pero, indirectamente, se puede haber producido un cambio de filosofía, con menos resistencias por parte de la comunidad universitaria, a la “intromisión” del ámbito privado en la financiación de las universidades públicas. Debemos ser capaces de aprovechar el giro hacia el concepto de filantropía “pura” y mecenazgo.
Como detallo en mi colaboración en el último número de Nueva Revista (NR) dedicado a Universidad 2022 los futuros, durante la pandemia las universidades fueron capaces de organizarse en tiempo récord y desde las oficinas o estructuras creadas a tal efecto, se pusieron en marcha interesantes iniciativas filantrópicas que han supuesto un aprendizaje. Sin pretensión de ser exhaustiva, en este artículo recogía algunos ejemplos relativos a las iniciativas que más me habían llamado la atención en términos de comunicación y marketing, aunque he de anticiparles que no he sido capaz de averiguar su recorrido en términos de financiación a partir de sus páginas web oficiales. En concreto, entre las muchas iniciativas que se pusieron en marcha en las universidades públicas para que ningún estudiante se quedara atrás, no ha sido fácil localizar información acerca del dinero que se ha “recaudado” a nivel institucional con estas campañas concretas. Y, lo que es peor, intuyo que ni los benefactores (empresas, fundaciones, miembros de la propia comunidad universitaria) que han aportado cantidades a estas campañas conocen los retornos de esas iniciativas solidarias y cuál ha sido el impacto real, por ejemplo, sobre los resultados académicos de los estudiantes más desfavorecidos frente a aquellos que tenían buenas condiciones digitales.
El cambio cultural empieza en la comunicación por parte de las instituciones universitarias de los resultados de las acciones filantrópicas y en la rendición de cuentas a los benefactores y a la propia comunidad universitaria.
Lo primero será alinear los intereses de la universidad con la sociedad y saber comunicarlo. Pero, lo más importante es la continuidad y la profesionalización en la captación de recursos, como ocurre en algunas universidades privadas españolas.
Una mirada al futuro
Quizá la transformación digital en la docencia de la universidad podría ser un buen revulsivo. En las universidades públicas, ¿seremos capaces, a través una docencia más innovadora, de atraer estudiantes que de otra manera se irían al sector privado? ¿Seremos receptores de un mayor número de estudiantes internacionales por el atractivo de nuestra oferta docente?
Creo que el crecimiento del estudiantado puede ser exponencial para nuestras universidades públicas, si sabemos encontrar los “caladeros” de estudiantes internacionales, en particular, los que provienen de América Latina por nuestra lengua común. Según los think tanks, esta es una de las áreas geográficas donde las previsiones de demanda de educación superior (y, especialmente de máster y doctorado) son más elevadas.
No podemos dejar pasar la oportunidad de obtener nuevos ingresos por la vía de atracción de estudiantes procedentes de América Latina.
Aprendamos del “modelo de negocio” de las mejores universidades europeas que nos han cogido la delantera en esta actividad productiva tras la pandemia. Seamos capaces de posicionarnos, desde nuestra condición de instituciones públicas, con modelos organizativos modernos, originales y audaces ante el posible escenario de una creciente diversidad de proveedores de servicios de formación superior, algunos de ellos originados desde fuera de la llamada “industria universitaria”. No vaya a ser que, además de no ser capaces de atraer nuevos estudiantes internacionales, por el contrario, dejemos escapar a los nuestros.
Hacia un modelo de financiación alternativa
El concepto de financiación “alternativa” de la universidad, al que me refiero en mi artículo de NR, bien comunicado a la sociedad podría dar sus frutos en términos de nuevos ingresos. Aunque seamos realistas, se tratará de una fuente de financiación muy marginal en las universidades públicas españolas y cuyos retornos serán a largo plazo. No obstante, la experiencia reciente de la pandemia nos ha demostrado que las universidades pueden superar cualquier tipo de resistencia a recibir financiación filantrópica con estrategias institucionales novedosas (y no improvisadas) de captación de fondos de la sociedad.
Ojalá seamos capaces de atraer pequeños donantes y grandes mecenas (por qué no) que perduren en el tiempo.
Necesitaremos no solo de la profesionalización de la gestión de estas actividades filantrópicas, sino de su promoción a través de los Consejos Sociales y las redes de Alumni, si bien todas estas actuaciones pasan por un cambio en la cultura de la organización.
Aunque se repite como un mantra, en los momentos de crisis es cuando surgen las oportunidades. ¿Cómo podemos complementar la financiación para abordar las grandes transformaciones a las que comienza a enfrentarse la universidad? La transformación digital y la captación de fondos de la sociedad son dos de los retos de futuro más inmediatos y todavía pendientes de abordar.
Estos dos desafíos, entre otras muchas cosas, implicarán un cambio del modelo organizativo, pero, sobre todo, un cambio cultural para toda la comunidad universitaria.
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universídad es el blog de Studia XXI, un foro crítico cuyas propuestas están encaminadas a debatir y provocar la adopción de medidas eficientes en educación superior.
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Siempre aportas reflexiones muy interesantes Carmen.
Comparto la oportunidad de allegar financiación a través de la explotación de la experiencia intensiva en docencia digital que ha supuesto el reto de la pandemia. Como bien dices, siempre que los productos sean atractivos, adaptativos y con alto rendimiento para los potenciales estudiantes.
Soy mucho más pesimista respecto al mecenazgo, en mi opinión, el mecenazgo (con mayúsculas, de una dimensión relevante) viene después de una larga etapa de colaboración de la universidad y la empresa en el ámbito de la investigación aplicada. Y viene después, porque la empresa o, más bien, el propietario de la empresa, entiende que la universidad ha sido un factor determinante para configurar una ventajosa situación competitiva de su empresa en el mercado, que le ha reportado beneficios. Se siente en deuda, ha experimentado en primera persona lo que puede aportar el conocimiento.
Como sabemos, España anda lejos, cada vez más lejos, de los indicadores de inversión empresarial en I+D de nuestro entorno competitivo: OCDE y UE. Creo que antes del mecenazgo, habrá que torcer esta tendencia.
Enhorabuena por la densidad de información de esta entrada. Una acción más en la lucha «ilusionante» de la Dr. Carmen Pérez Esparrels en el ámbito del fundraising, y en la necesidad de trabajarlo a fondo con la comunidad universitaria en el sentido que apunta José Antonio en su comentario. Desde luego, a día de hoy como dice Carmen es un desideratum, pero eso no implica que no haya que seguir trabajando para ello.
Me parecen acertadas tus reflexiones sobre la encrucijada en la que se encuentran las universidades españolas.
La crisis provocada por la COVID-19 ha acelerado cambios que ya estaban produciéndose en el sistema universitario internacional. Especialmente, la transformación digital de todas las dimensiones universitarias. Aquellas universidades que vuelvan a esquemas o escenarios del año 2019 (especialmente en docencia) sufrirán mucho. Las actividades y servicios (académicos y de gestión) que posibilita la transformación digital son difíciles o imposibles de proveer si la universidad no materializa este cambio cultural interno.
En cuanto a la actividad filantrópica, considero que hay que trabajar en ella pero siendo consciente de que su retorno será a más largo plazo. No la veo como una solución para la década actual.
Comparto plenamente tu mirada al futuro. La universidad española tiene el talento y las capacidades necesarias para abordar la transformación necesaria.
Agradezco vuestros comentarios que enriquecen todavía más la reflexión en voz alta que planteaba en esta entrada.