Investigación y Ciencia Abierta: de dónde venimos y a dónde vamos
A día de hoy los avances en la transición hacia la Ciencia Abierta están empezando a cambiar algunas de nuestras prácticas en la actividad investigadora. Así, en esta entrada invito a los lectores a reflexionar acerca de hacia dónde queremos movernos en este momento de cambio, o más concretamente, al servicio de qué queremos poner nuestro trabajo.
La función socioeconómica de las universidades
Cuando comencé mi tesis doctoral, fue una publicación del Profesor Philippe Laredo la que principalmente me dio el contexto necesario para entender la función socioeconómica que desempeñaba la Universidad en la que yo me había formado como estudiante.
De manera muy simplista, y sin tener en cuenta las especificidades y ritmos de evolución de los diferentes sistemas universitarios y países, se puede decir que, inicialmente, el conocimiento era entendido como un bien público. Así, era el sector público quien invertía en su generación (que no se suponía rentable) y su difusión no se consideraba necesaria. Sin embargo,
la concepción del conocimiento y las expectativas sociales hacia las universidades fueron evolucionando, y como consecuencia, las propias instituciones universitarias se fueron transformando.
El papel de la Universidad tras Segunda Guerra Mundial
Tras la Segunda Guerra Mundial, las universidades se adaptaron para ofrecer enseñanza a las élites sociales de la época y desarrollar investigación básica. La innovación se concebía como un proceso lineal en el que cada fase se optimizaba bajo criterios de eficiencia y eficacia: pruebas conceptuales, pilotos y demostraciones, generación de prototipos y finalmente su industrialización. Así, la investigación aplicada era desarrollada no por las universidades, sino por “intermediarios”.
Siguiendo esta senda, a mediados de los 70 la innovación pasó a ser entendida como un proceso en cadena que necesitaba del conocimiento de los investigadores universitarios, pero también de las capacidades de las empresas y de otros colaboradores externos (proveedores, usuarios, etc.).
Paulatinamente, el conocimiento dejó de considerarse un bien público, pues resultaba difícil de asimilar para las empresas y pasó a ser comercializable.
En consecuencia, la colaboración entre actores de investigación públicos y privados se fue incrementando, apoyada por políticas para organizar, regular y profesionalizar la transferencia y valorización del conocimiento.
Un periodo de transcición: producción científica académica y al servicio de la comunidad
Las universidades comenzaron una transición desde la producción de conocimiento impulsado por los intereses internos de la comunidad académica, a la producción de conocimiento impulsado principalmente por problemas sociales y económicos.
Las universidades (y otros centros públicos de investigación) se convirtieron en el actor productor de conocimiento de los sistemas nacionales de innovación, asumiendo un enfoque de resolución de problemas para sus actividades de investigación.
Este papel socioeconómico de las universidades ha sido relacionado habitualmente con la investigación desarrollada en contextos de colaboración (dentro del mundo académico y con comunidades no académicas), transdisciplinaria y de investigación (básica) aplicada a problemas del mundo real.
Sin embargo, dicha función se ha extendido más allá de la investigación. En la educación, con una mayor participación de profesores y estudiantes de sectores profesionales, y una cierta alineación de los currículos de las titulaciones académicas con las necesidades de la industria. Además, resulta patente también en las crecientes actividades de extensión universitaria, como podrían ser el voluntariado o las actividades culturales.
En otras palabras, un enfoque más aplicado y orientado a la red ha ido ganando terreno en el campo de la educación superior, mientras que el potencial utilitario de las actividades universitarias tiene un papel cada vez más importante en su evaluación.
Tercera misión universitaria y Ciencia Abierta
De esta manera, llegamos a lo que fue el inicio de mi tesis doctoral, en la que aprendí que la Universidad tenía tres misiones: docencia, investigación, y la llamada “tercera misión” universitaria.
Aunque la comunidad científica parece no haber llegado nunca a un consenso generalizado sobre la denominación, definición y alcance de esta tercera misión, yo opté por un enfoque que reflejaba la evolución de la función socioeconómica descrita anteriormente y que enfatizaba el compromiso de las universidades con sus comunidades. Al fin y al cabo,
las demandas sociales hacia las universidades se habían ampliado y, en consecuencia, las universidades habían expandido sus funciones tanto en docencia como en investigación.
Así, me sumé a la corriente científica que consideraba que la tercera misión abarcaba la formación continua, la transferencia de conocimiento e innovación, y la extensión universitaria.
La Ciencia Abierta: un cambio en el modelo de producción del conocimiento
Pero mientras yo me debatía en la definición y análisis de la tercera misión, y me afanaba por entender cómo ésta se había desarrollado en nuestro sistema universitario y cómo evaluarla, se venía fraguando desde hace varios siglos el siguiente cambio en el modelo de producción de conocimiento: la Ciencia Abierta.
Y digo desde hace varios siglos porque sus orígenes bien podrían remontarse al siglo XVII con las primeras publicaciones científicas en abierto. Sin embargo, la primera vez que yo oí hablar del concepto de la Ciencia Abierta fue en el año 2019. Recuerdo que en aquella reunión estábamos estudiando la posibilidad de enviar una solicitud de proyecto de investigación sobre Ciencia Abierta al Ministerio (proyecto DOSSUE), y que mi pensamiento inicial fue: aquí tenemos una nueva moda sobre cómo denominar a la tercera misión.
No obstante, a poco que empecé a estudiar este concepto me di cuenta de que este movimiento científico va mucho más allá.
La Ciencia Abierta supone la apertura de todo el proceso de creación y difusión del conocimiento científico al total de la comunidad científica y la sociedad. Así, supone una transformación profunda de todo el proceso científico, pues plantea una “forma diferente de hacer, pensar y difundir la ciencia”.
Inicios de un consenso
Aunque tampoco contamos aún en la comunidad científica con una definición consensuada de Ciencia Abierta (Open Science), sí parece que empieza a haber cierto consenso en que sus principales dimensiones podrían ser la publicación en abierto de los datos y del conocimiento generado, así como la colaboración abierta a lo largo de todo el proceso científico. Sumándose a los hombros de aquella tercera misión que ya empieza a quedar desfasada, estos pilares de la Ciencia Abierta no abarcarían exclusivamente la investigación, sino todas las actividades universitarias.
Así, la Ciencia Abierta podría ser la vía para hacer realidad el derecho fundamental a la ciencia, pues tiene el potencial de universalizarla. La hace accesible a muchos más colectivos de los habituales, incluidas las minorías con sus diversidades culturales, lo que incrementaría su impacto social (UNESCO) y económico (OCDE).
Dónde me gustaría que nos llevase esa Ciencia Abierta
Actualmente, estamos en un momento de transición, no me atrevería aún a decir que hacia la Ciencia Abierta, pero al menos sí hacia el Acceso Abierto. Desde la reciente inclusión de los criterios de Acceso Abierto en los procesos de acreditación del profesorado y de reconocimiento de los sexenios, las prácticas de publicación han empezado a cambiar rápidamente, y las bibliotecas se han visto desbordadas para incluir las publicaciones de sus investigadores en los repositorios institucionales.
La filosofía original de la Ciencia Abierta
Por eso en esta entrada invito a los lectores a no perder de vista la filosofía original de la Ciencia Abierta, y a reflexionar sobre cómo queremos incorporarla en nuestro día a día como docentes e investigadores.
En una entrada anterior, mis queridos compañeros de viaje Ámbar Carrero y Rubén Mora plantean un futuro para las universidades donde conocimiento y corazón se unen: “Haciendo un ejercicio de imaginación, la universidad del futuro pasaría de ser simplemente un espacio de transmisión de conocimientos a convertirse en el centro donde se cultivan valores humanos fundamentales”.
Me gusta pensar que la Ciencia Abierta puede ser una de las piezas que nos acerquen a esa universidad visualizada por mis compañeros, esa universidad en la que “se promovería el bienestar colectivo y se experimentaría un profundo sentido de comunidad, donde las relaciones entre todos los miembros girarían en torno a la empatía, el respeto y el apoyo mutuo. Se fomentaría un entorno donde el crecimiento personal y académico no consistiría sólo en obtener conocimientos, sino en desarrollar la comprensión y la compasión hacia los demás ”.
Sin embargo, este deseo personal se aleja de lo que, hasta ahora, ha sido buena parte de la implementación de la Ciencia Abierta. Hasta el momento, la mayoría de las medidas se han centrado en la publicación en abierto de los resultados de investigación. De esta forma, el Acceso Abierto ha pasado de un enfoque más filosófico, a convertirse en un modelo de negocio de las principales editoriales científicas, que han desarrollado diferentes modelos y submodelos de publicación en abierto (green, gold, bonze, etc.), que muchas veces dificultan y encarecen el proceso de difusión de la ciencia.
¿Cómo queremos que la Universidad influya en la sociedad?
Retomo una de las ideas iniciales de esta entrada:
La evolución de la concepción de los procesos de innovación y de producción del conocimiento han influido en el papel socioeconómico que las sociedades esperan de las universidades. En consecuencia, la naturaleza del conocimiento generado por las universidades ha variado a lo largo de la historia.
Y planteo la siguiente pregunta: es cierto que las expectativas sociales influyen en las funciones desempeñadas por las universidades, pero ¿cómo queremos desde las universidades influir en nuestros contextos socioeconómicos? Dejo abierta esta pregunta, pues la respuesta deberá surgir y florecer en el corazón de cada un@ de nosotr@s. Después, quizá podamos encontrar las herramientas necesarias para hacer que la respuesta fructifique en nuestros quehaceres diarios y en la colaboración con nuestros colegas y con la sociedad. Al fin y al cabo, cualquier herramienta, incluida la Ciencia Abierta, puede ponerse al servicio del mayor bien, o del bien de unos pocos.
_______________________________________________________________________
Para más información sobre la evolución de la función socioeconómica de las universidades se puede consultar mi tesis doctoral: “Tipologías de universidades: Relevancia de la tercera misión para las políticas y estrategias universitarias en el nuevo marco de la educación superior” disponible aquí.
Para más información sobre el concepto de Ciencia Abierta y su implementación en España, se pueden consultar los resultados de investigación publicados en abierto del Proyecto “Diagnóstico de la Open Science en la Universidad Española e Instrumentos para su Transformación y Mejora” (DOSSUET), disponibles aquí.
Una bonita reflexión que nos lleva a plantearnos nuestra misión como docentes e investigadores. En mi opinión, la Ciencia Abierta es clave para seguir desarrollando y mejorando nuestro sistema democrático y nuestro Estado de Bienestar. Sin embargo, la Universidad corre el peligro de perder su relevancia y de aportar valor si intenta no ser ella misma, alejándose del espíritu de la universitas (la totalidad). En mi mente aparecen muchas preguntas al hilo de esta entrada:
¿Qué fines perseguimos dentro de nuestra institución universitaria?
¿Nuestro fin último es producir, consumir y aplicar conocimiento sin más?
¿Puede la mente trabajar sin corazón o es el corazón el que inspira a la mente?
Gracias a la autora por intentar ayudarnos a pensar sobre aspectos tan importantes en nuestra carrera.