Por una educación humanista. Diez propuestas para el debate (I)

¿Ofrecen nuestras universidades una educación humanista? No me refiero a que haya grados de la rama de Artes y Humanidades, sino a que todos los estudiantes, con independencia de su titulación, adquieran una base humanística que les ayude a crecer intelectual y personalmente.

Si hiciéramos un examen de la situación actual, el resultado sería un rotundo suspenso, como ha recordado recientemente Francisco Esteban. Sin embargo, son cada vez más las voces que reclaman, también en nuestro país, un cambio de rumbo. Precisamente en Universídad han aparecido numerosos artículos sobre esta cuestión durante los últimos años.

Por ejemplo, Juan José Moreso recordó que los mejores centros del mundo apuestan por la formación humanística general. O Ángel Gómez-Montoro reivindicó la importancia de contar con un core curriculum para evitar que las universidades se conviertan en instituciones «sin alma», dominadas por el pragmatismo.

Me gustaría sumarme a este esperanzador coro de voces formulando –en dos partes– diez propuestas para el desarrollo de una educación humanista en nuestras universidades. Me atrevería a decir que se trata de un debate necesario e inaplazable, en el que España, una vez más, se está quedando retrasada con respecto a otros países.

  1. Las humanidades entendidas como cultura. Por «humanidades» podemos referirnos tanto a un conjunto de disciplinas académicas (filosofía, literatura, historia) como a la cultura que una persona necesita para llevar una vida genuinamente humana.

Aunque ambos sentidos están muy relacionados, en una educación humanista lo decisivo es el segundo. Ortega y Gasset definió la cultura como el sistema de ideas desde las que un tiempo vive. Por eso es tan necesaria. Cuando las humanidades se entienden como formación especializada, disciplinar, cumplen una valiosa función: el desarrollo de la ciencia y la formación a un nivel avanzado. Pero a los saberes humanísticos también les corresponde un lugar específico en la educación de todas las personas: contribuir a su cultivo intelectual.

En otras palabras, la educación humanista se caracteriza por no limitarse al conocimiento abstracto de lo que estudia; incluye lo que podría llamarse «conocimiento existencial». No se estudian los clásicos (antiguos y contemporáneos) como si fueran piezas de museo, sino para encontrar orientación acerca del mejor modo de conducirse en la vida. La transmisión de la cultura es una misión esencial de la universidad, al menos según Ortega y la tradición de la educación liberal cuyo más claro exponente es John Henry Newman.

  1. Un plan de estudios con core curriculum. La institución universitaria ha tenido tradicionalmente tres misiones fundamentales: preparar profesionalmente, investigar y formar personas (o ciudadanos). En nuestro modelo universitario, de tradición napoleónica, la misión de formar personas ha quedado relegada, cuando no olvidada. Es una consecuencia de haberse centrado en la preparación profesional y la investigación.

La educación humanista se orienta precisamente al cultivo de conocimientos y capacidades intelectuales que ayuden a la maduración de los jóvenes. Para conseguirlo, parece necesario que el plan de estudios incluya un core curriculum. Se trata de un conjunto de asignaturas transversales que cursan obligatoriamente todos los estudiantes con independencia de su grado. La mayor parte de las materias son de humanidades (literatura, pensamiento, arte), aunque también se incluyen las ciencias.

Sin embargo, no se imparten exactamente como se haría en un grado de esas disciplinas, sino desde una perspectiva «existencial». Se trata de pensar con los clásicos, de tenerlos como interlocutores en la búsqueda de respuestas a las preguntas fundamentales sobre la vida, la sociedad y el mundo.

Se dispone así de un marco de referencia en el que integrar los contenidos especializados del resto del plan de estudios. A la vez, la educación humanista no debería quedar circunscrita al core curriculum, como si las demás asignaturas no pudieran (o debieran) contribuir al mismo fin. Tiene que abarcar el conjunto de un plan de estudios, dándole una orientación de conjunto. Lo que la experiencia demuestra es que el core curriculum puede actuar como un catalizador que dirija la docencia en esa dirección.

  1. Apostar por el pluralismo metodológico. En un planteamiento humanista lo importante son los profesores y no las metodologías. Cuanta mayor libertad tenga el profesor para diseñar el plan formativo, mejor.

Incluso en programas educativos con una estructura definida, como el de los liberal arts colleges o el core curriculum, caben distintos planteamientos. Por ejemplo, los seminarios de grandes libros (lectura y comentario de obras clásicas) son una modalidad con buenos resultados, pero no es la única válida.

Además, cada tradición universitaria tiene sus maneras propias de alcanzar los objetivos de una educación humanista. La propuesta de la educación liberal (que pervive, sobre todo, en el mundo anglosajón) es la más destacada en la actualidad. Pero, por su parte, la tradición alemana de la Bildung responde al mismo tipo de inquietudes y posee fines equivalentes.

No se trata de imponer ni de trasplantar determinados modelos educativos, sino de aprender de la historia y la experiencia de otros docentes para definir el propio proyecto.

  1. Cultivar la perspectiva sapiencial. La educación humanista se propone un objeto ambicioso: la sabiduría. El primer paso es valorar el conocimiento no solo por su utilidad, sino como un fin en sí mismo que perfecciona a la persona. Se requiere, además, que los estudiantes alcancen una comprensión unitaria de la realidad, de modo que sean capaces de situar cada conocimiento particular en el lugar sistemático que le corresponde.

Para eso, ayudaría superar el «encarrilamiento curricular» característico de nuestros grados, caminando hacia una formación más interdisciplinar. También es propio de esta perspectiva recordar que la educación consiste, en último término, en enseñar a vivir, es decir, a usar la libertad.

Quien cultiva la sabiduría es consciente de que su vida forman parte de una larga cadena, con sus luces y sombras. La historia no ha empezado con él. Lo cual predispone a tener actitud de agradecimiento hacia lo recibido.

El aprendizaje se convierte así, principalmente, en ir descubriendo tesoros, más que en tirar trastos viejos al vertedero, como sucede actualmente con llamada «cultura de la cancelación».

  1. Desarrollar de la capacidad de juzgar. Pensar es juzgar y enseñar a pensar es enseñar a juzgar. La facultad del juicio ocupa un lugar central en la obra de los grandes pensadores. Por ejemplo, en Aristóteles con su noción de phrónesis o en Kant con la de Urteilskraft.

Lo característico de una persona juiciosa es su capacidad para captar lo relevante de una situación o problema. De este modo, está en disposición de poner adecuadamente en relación lo particular con lo universal. Además, el cultivo del juicio contribuye a que la persona sea consciente de los límites de su conocimiento y, por tanto, sepa lo que no sabe.

Queda así prevenido ante las diversas formas de parcialismo o dogmatismo. La capacidad de juzgar no se puede enseñar como si fuera un contenido. Solo cabe cultivarla por medio del ejercicio, de la práctica. La lectura reflexiva es una de los modos más adecuados para su desarrollo.

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Comentarios
  1. […] mismos! Nos lo dan todo hecho. Hemos olvidado ese sabor maravilloso de la tranquilidad reflexiva. Más que nada porque no es útil ¿Y de quién podemos aprender a pensar? De aquellos que lo hacían y, a la vez, te contaban una […]


¿Y tú qué opinas?